“Pocas cosas muy concretas se pueden decir sobre este oficio (el de editor) salvo que es el más bello de todos”. Julio Ollero (1952-2020), que acaba de fallecer en Madrid, me escribió hace poco estas palabras que resumen muy bien su vida y su trabajo con los libros. Empezó siendo un editor generalista (narrativa, ensayo, guías, libros de arte) y se dedicó a esta actividad entre los años 1980 y 2013. Fue buscador de libros raros y curiosos, que empezó a publicar colaborando con José Esteban Gonzalo (facsímiles de viejos tratados y de manuales olvidados: Arte de ponerse la corbata, Breviario del vino), como nos cuenta el propio polígrafo seguntino en su Ahora que recuerdo. Ollero se inició en la edición a los catorce años y hasta 2013 apadrinó libros que han filtrado “la materia de la que están hechos los sueños” para que ésta sea octroyée al público. Director en España en 1986 de “Arnoldo Mondadori Editore”, tuvo a gala cultivar la amistad con los escritores Alberto Moravia y Gabriel García Marquez, conoció y trabajó en Turín con el gran editor Giulio Einaudi y merecería haberlo hecho con otros grandes como Gallimard, Fischer, Unseld o Calasso, pero su temperamento independiente, poco amigo de los modelos establecidos, le llevó casi siempre a ir por libre haciendo camino al andar y siempre aportando a su trabajo una personalidad original, buen criterio y el gusto de un refinado catador de libros. Su predilección por la edición pura ("editar libros ha sido para mí una vocación, una forma de vida y un medio de vida”, me escribió), por el libro bien tipografiado (con la colaboración de Alfonso Meléndez) le llevó hacia la bibliofilia, como prueba su edición, en 1989, de Esopo, revista de gusto aldino, clásico y anticuario, su empeño por dar a conocer las revistas literarias de los años 1910-1930 y las de los exiliados españoles recuperando facsímiles de Turner y Topos: España, Semanario de la vida nacional (1924), El Aviso (1935), La Gaceta Literaria, de Ernesto Giménez Caballero, Hora de España, Cruz y Raya, de Jose Bergamín, Leviatán, Poesía, Mar de mar, Gaceta de Arte, 1616, de Manuel Altolaguirre, Octubre, Héroe, La Pluma, o sus catálogos titulados Libros de Arte, donde ponía a la venta preciosos livres de peintre de algunos de los mejores artistas del libro del siglo XX: Julio Grau Santos/Raul Torres; Emil Orlik/H.M. Weiss; Miró; Picasso; José María Sert/Alberto del Castillo; revista Verve; Ramon Gómez de la Serna; las apreciadísimas ediciones del diplomático brasileño Joao Cabral de Melo (una de sus predilecciones: O libro Inconsutil), la colección de documentos del grupo Zaj; Eduardo Arroyo/Jena Daive. Y es que el bibliófilo, el editor Julio Ollero fue también un librero subrepticio, como Antonio Vindel, Palau y Dulcet, Enrique Montero y Eduardo Arroyo Stephens.
Su gusto por el libro bien hecho está presente en la serie Textos tímidos, donde pudimos leer gracias a Julio Ollero narraciones cortas de Gerald Durrell, Javier Narbaiza, Antonio Muñoz Molina, Carlos Fuentes, Francisco Coloane, Gabriel García Márquez, Julio Llamazares, Arturo Pérez Reverte, Soledad Puértolas, Adolfo García Ortega, Alberto García Ferrer, Francisco J. Satué y, como melancólico canto de cisne de esta bella colección, un texto escueto, esencial, confidencial y testamentario obra de Marguerite Duras: Esto es todo.
Desde ésta su esencial vocación de "editor todoterreno", que le llevó a darnos, junto con su mujer Rosa Ramos, contando con la colaboración del diseñador gráfico Jorge Mennella, del tipógrafo Alfonso Meléndez, del fotógrafo Pablo Linés y de su colaboradora Ana Barrera, más de dos mil libros: historia diplomática (Julio Albi de la Cuesta), historia de la cultura (una bellísima edición de la Praga Mágica de Angelo Maria Ripellino), libros raros y curiosos como los que aparecieron bajo el sello Almarabú hacia 1985 (Arte de ponerse la corbata, Breviario del vino). Desde lo raro y singular Julio Ollero evolucionó después de forma natural, por mor de éste su amor por el libro como objeto, hacia una editorial dedicada exclusivamente a “libros sobre libros”, un empeño paralelo a la Oak Knoll Press estadounidense y a la milanesa Edizioni Sylvester Bonnard.
Este nuevo tramo de su carrera editorial, que comprende unos trescientos títulos, apareció bajo el sello “Ollero/Ramos Editores”, un proyecto que, a diferencia del generalista “Julio Ollero”, ha ofrecido al público español hasta el año 2013 un catálogo muy selecto sobre la que podemos llamar "literatura sobre el libro como objeto". No es fácil resumir la aportación de Ollero en esta especialidad: cervantismo (José Manuel Lucía Mejías, Imprenta y libros de caballería, 2000, el cuidado y bien ilustrado catálogo Aquí se imprimen libros. La imprenta en la época del Quijote), tipografía e historia de la imprenta (José Sigüenza y Vera, Haebler, Carter, Clair, Griffin, Norton), morfología del libro antiguo (una reedición del imprescindible El libro antiguo español, del bibliógrafo José Simón Díaz), incunabulismo (Konrad Haebler, Julián Martín Abad), bibliografía médica (Francisco Guerra), catálogos paremiológicos (el del librero Melchor García Moreno), mercado del libro antiguo (obra de la librera Susana Bardón y del propio editor), reediciones de repertorios de libreros (como el Palau), paleografía y diplomática (Elisa Ruiz García), literatura de cordel (Francisco Mendoza), un catálogo de la autobiografía española (Fernando Durán), un estudio en tres tomos sobre las revistas literarias españolas del siglo XX, conservación y restauración de libros (Javier Tacón), repertorios bibliográficos (el del librero valenciano Vicente Salvá), biobibliografías de viajeros (Carlos García Romeral), una bibliografía toledana (Jesusa Vega), historia de la ilustración de libros (Pedro Casado Camiano), historia de la bibliofilia española (Germán Masid Valiñas), una oportuna reedición del clásico Bibliographie de Voyages en Espagne, del hispanista R. Foulché-Delsboch, bibliografías científicas (como la de Felipe Picatoste y la botánica de Colmeiro), catálogos de manuscritos (Isabel Pérez Cuenca), el primer estudio en España sobre el papel de guardas marmoleado (del especialista Antonio Vélez Celemín).
Dentro de las "artes del libro", como gran amigo de la bibliopegia y también como activo practicante del ars ligatoria que fue -lo aprendió en el taller Antolín Palomino de Madrid con la encuadernadora María Manso- , Julio Ollero dedicó a este tema una atención preferente en sus catálogos. Aquí su aportación fue sobresaliente. Veamos.
“Ollero/Ramos Editores” creó un gusto y un canon bibliopégico poniendo al alcance del lector español manuales sobre la práctica de la encuadernación como el clásico de la Ilustración obra de René Martin Dudin, el manual de LeNormand sobre la encuadernación industrial en Francia a finales del siglo XIX, un manual imprescindible de Emilio Brugalla (traducción del Compendi sobre l´art de l´enquadernació escrito en la calle Aribau durante los bombardeos de la guerra civil, con un estudio preliminar de Aitor Quiney), el apreciadísimo manual de la encuadernadora húngara Sün Evrard y, the last but not the least, el Manual de encuadernación obra de Carlos Vera (2018), su última y magnífica aportación al tema; con el apoyo de Santiago Brugalla recuperó y "abarató" textos clásicos del eminente Emilio Brugalla; apoyó a una nueva generación de historiadores de la encuadernación de arte dando a la imprenta estudios de Dolores Baldó, Antonio Carpallo, José Luis Checa y Aitor Quiney; publicó repertorios sobre encuadernación heráldica, como el de Juan Antonio Yeves acerca del fondo de la Fundación Lázaro Galdiano; coeditó con esta misma Fundación la correspondencia de este gran bibliófilo con Unamuno y otros epistolarios de escritores españoles; sacó a la luz catálogos de exposiciones que coeditó con la Biblioteca Nacional de España, la Universidad Complutense, Museo Municipal de Madrid, Fundación Gerardo Diego y nos dio una Enciclopedia de la Encuadernación que coordinó José Bonifacio Bermejo.
Desde que Julio Ollero dejó de editar a causa de la enfermedad que le ha tenido postrado los últimos años, en España ha decrecido la afición y el interés por los temas bibliológicos, asunto a los que él dedicó lo mejor de sus energías. Su legado editorial, hoy injustamente relegado, merece un reconocimiento, una revisión y también una continuación, pero quien quiera seguir sus pasos lo va a tener muy difícil.
Descanse en paz, una gran persona muy trabajadora e inteligente, un abrazo a su mujer rosa y a su hijo jose manuel, mi mas sentido pésame.
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