El 7 de octubre de 2020 fallecía Ángel Camacho Martín (Madrid, 1954), uno de los encuadernadores más conocidos y apreciados de Madrid. Fue un trabajador vocacional de larga trayectoria heredero, por su buen oficio, de la tradición de la Escuela Nacional de Artes Gráficas de Madrid de los César Paumard, Ángel Macedo, Cecilio Cámara (estos dos últimos compañeros suyos), José Pérez Calín y Francisco Matallanos.
Con taller primero en la calle Juan de Dios y después, también a pie de calle, entre el Cuartel del Conde Duque y Malasaña, en la calle Bernardo López García (Madrid), desarrollaba su actividad en un amplio espacio poblado por pergaminos, prensas, cizallas, chibaletes, hierros, una buena biblioteca, la pared tapizada con fotos evocadoras... un pequeño museo de la encuadernación. Como el Frans Steuvels que Georges Simenon retrató en su trama La Amiga de la Señora Maigret, allí reprodujo el cubículo romántico de lo que parecía ser el lugar idóneo para un personaje de Anatole France o Pio Baroja. Allí cosía el cuerpo del libro, reparaba y restauraba papeles, allí doraba los marroquines asistido por sus dos hijos, allí enseñaba a sus alumnos y allí también, hace años, a la vieja usanza castizo-tertuliana de los Valle-Inclán, Azorín y Ramón Gómez de la Serna, y también de la librera Herminia Allanegui, reunía a contertulios creando con ellos una especie de confraternidad de la formaban parte parte, entre otros, el periodista y fotógrafo Pablo Torres, fundador de la añorada revista Noticias Bibliográficas (en cuyo proyecto participaron Diego Martín, Juan Llorente y Bernardo Fernández), los libreros Miguel Madrid y Mario Romo, los encuadernadores Jesús Cortés, Jorge Mazo y Julio Durán, el ilustrador Perellón, el bibliófilo albertiano José Albulquerque y el calígrafo y diseñador gráfico Javier García del Olmo, nuestro mejor reunidor de objetos relacionados con las artes del libro cuya colección de libros y utensilios caligráficos y escriptóreos (joya de la Corona para investigadores en la materia) hoy descansa en la Imprenta Municipal madrileña. ¡Lastima que estas reuniones "biblio-libreras", donde se hablaba de lo divino y lo humano, no hayan tenido, como el café de Fornos o el de San Millán, a su Mesonero Romanos, a su Larra, Corpus Barga, Pedro de Répide o a su Gutiérrez Solana!
Además de encuadernador Ángel Camacho, que se inició en el oficio en el año 1968, era conservador de la obra gráfica, una especie de "médico de libros", como Bernard C. Middleton. Entre 1972 y 1977 había estudiado la restauración del documento gráfico en el Centro Nacional de Conservación de Madrid. En 1979 obtuvo el diploma a la mejor encuadernación artística en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Madrid. En 1983 se graduó en restauración de libros en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Barcelona. Entre 1972 y 1985 trabajó como encuadernador artístico primero y después como técnico restaurador en el Centro Nacional de Restauración de Libros y Documentos en Madrid. Entre 1980 y 1985 impartió clases como maestro de taller de encuadernación artística en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos. En 1999 obtuvo la homologación de la diplomatura en la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Madrid, donde desde 1985 impartió clases como profesor de prácticas de conservación y restauración y de técnicas de encuadernación.
Para su desgracia, Camacho, un artesano, como estamos viendo, muy versátil, no nació a tiempo (Madrid, 1954) para conocer la defensa de las manualidades y de la transmisión de destrezas sensoriales preconizada por el krausismo de Giner de los Ríos, pero sí que se benefició de su supervivencia, más bien subrepticia y arrastrada, en el Taller Nacional de Artes Gráficas de Madrid, donde, en la posguerra, el maestro César Paumard hizo todo lo posible para mantener vivo el viejo espíritu instititucionista aprovechando la tímida protección que el estado corporativista fascista brindó en los años 1960 a los oficios manuales. De hecho, la formación de nuestro encuadernador, francamente interdisciplinar, a la vista de su curriculum, tuvo mucho que ver con una cultura ricamente dispar (lo que la hacía única) que mezclaba a partes iguales la homologación oficial y el autodidactismo de la "prueba de ensayo y error" y este "hacerse-a-sí-mismo-por-la-experiencia" (manos pensantes en acción) explica el surgimiento de una "artesanía artística" que en Madrid, bajo la sombra augusta y tutelar de Antolín Palomino, el encuadernador favorito en la Villa y Corte, corría a finales del siglo XX en paralelo a los logros inauditos de sus compañeros Vicente Cogollor, Antonio Díaz Montero y Jesús Cortés, un triunvirato esencial .
Con el paso de los años, afianzada la cultura académica, este conocimiento fundamentado cada vez más en aprendizajes y saberes empíricos del día día, acercó a Camacho al modo de aprender, pensar y progresar de algunos libreros, con los que desde siempre confraternizaba y con los que compartió afanes en Noticias Bibliográficas, una revista donde colaboró activamente (en una entrada reciente de sus Cuadernos de Tadeus Pablo Torres nos recuerda las iniciativas de Camacho en esta publicación). Muchos de ellos eran sus clientes y con ellos colaboraba, desde su posición de reparador de libros, en el empeño de dar "una segunda vida" a unos códices que, tras pasar por sus manos, dejaban de ser los vieux bouquins de Apollinaire, Feliu y Codina, Azorín y Jorge Campos para convertirse en objetos redimidos destinados a un nuevo uso ("mi piel, llena de arrugas y con algún deterioro, antaño fue tersa, dando contento pasar la mano por ella") . No debe extrañarnos por ello que, en 2012, el Gremio de Libreros de Viejo de Madrid le rindiera un cálido homenaje: “A Ángel Camacho. Encuadernador artístico. Por su labor profesional y por los servicios prestados a nuestro Gremio”.
Ángel Camacho, "Thouvenin redivido" que habría hecho las delicias de Charles Nodier, cultivó con competencia, como era de esperar, la “encuadernación retrospectiva”: en sus decoraciones neogóticas, neomudéjares y neoplaterescas, en sus grolieres, maiolis y canevaris, cuyo diseño había estudiado en Sabrel y Monje más que en la Bibliofilía de Ramón Miquel y Planas o en las retrospecciones de Emilio Brugalla, que, sin embargo, conocía al dedillo, el espíritu y la creación de arte eran el resultado de un cultivo hiperconsciente y meticuloso de una forma en la que, como quería Diderot, le métier convivía con le génie. Le habían precedido, entre otros, Nicolás de Ávila, Josefina Díez Lasaletta y José Galván Cuéllar.
Pero Ángel Camacho no se quedó en estas meras retrospecciones, que también tentaron a su amigo Jesús Cortés y en Barcelona a José Cambras, y se adentró también en el campo de la encuadernación creación, también llamada encuadernación original: cultivó el mosaico, dándonos diseños eclécticos, unos alegóricos, otros parlantes, en los que desarrolló las propuestas de Ramón Gómez Herrera, el gran maestro hispano en esta especialidad. Aquí abajo vemos dos diseños neopopularistas en los que unos pocos motivos ingenuos y contundentes bastan al encuadernador para (esta vez no lejos de otro Ramón Gómez+de la Serna) relatar su amor por las cosas sencillas y expresivas.
Camacho formaba parte del grupo de los llamados encuaderno-restauradores, artesanos que, alejados de la élite artiste, no sólo encuadernan y doran muy bien, sino que también, bisturí en mano, actúan como cirujanos de los libros “¿Qué harás cuando, manoseado por el público -dice el libro parlante de los Epigramas de Marcial- empieces a ensuciarte?” Camacho respondía al envite del poeta bilbilitano desmintiendo a Horacio: los libros, tras pasar por sus manos, no "servirían de pasto en silencio a las torpes polillas" . La "encuaderno-restauración" ha tenido y tiene en España, bajo la advocación de Vicente Viñas Torner (1936-2003), ilustres cultivadores: Victoria Calderón (Biblioteca Nacional de España, ex presidenta de Afeda, hoy retirada), los investigadores Arsenio Hernampérez (Biblioteca Nacional de España) y Javier Tacón Clavaín (Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid), Ana Jessen (quien mantuvo abierta una Escuela de conservación y restauración en Madrid entre los años 1986 y 2004 y restauró el fondo antiguo de Museo Pedagógico de la Residencia de Estudiantes), Diana Vilalta, (profesora de técnicas de encuadernación en la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Madrid), y la monja benedictina María Dolores Díaz de Miranda, estudiosa del papel y sus filigranas que en sus inicitativas en el Monasterio de San Pelayo de Oviedo, San Pere de Puel-lles de Sarriá y desde 2018 en el Archivo Histórico de la Nobleza del Hospital de Tavera (Toledo) ha abogado por la "creación de un protocolo de encuadernación que permita controlar el proceso de su restauración".
Preservar sí, pero también, como requisito previo, encuadernar, saber hacerlo bien. Camacho integró en un todo el conocimiento de estructuras y técnicas que conforman el cuerpo del libro con las propuestas más novedosas haciendo realidad la “encuaderno-conservación” de Nicholas Pickwoad y Julia Miller (Books Will Speak Plain, The Legacy Press, 2010). No hace tanto que Ángel Camacho estaba trabajando en la restauración y estabilización de la reserva preciosa bibliográfica de la Biblioteca del Banco de España. Restauraciones como estas preservan y reconstruyen esas ferlosianas cajas vacías que son los códices, soporte del que se sirven los escritores para modular sus voces lejos del ruido cibernético de los nanoblogs y de las juguetonas y trepidantes redes sociales de las que Donald Trump se sirve para perpetrar su política. Atento a esta materialidad, Camacho pudo aplicar sus conocimientos codicológicos y químicos (desacidificación incluida) a objetos-no-librarios: así, con la decisiva colaboración de su hijo Iván, restauraba biombos orientales y, ¡toda una hazaña!, en 2001 fue capaz de afrontar el reto (también con la colaboración de Iván) de desmontar y restaurar el papel pintado que cubre las paredes del Salón Chino o Salón del Té del Palacio de la Cotilla (Guadalajara): gracias a esta proeza, que fue tanto táctica como estratégica, hoy podemos hacernos una idea cabal de como era la vida feudal en la China imperial y saber de las leyendas épicas bajo la dinastía Qing.
Para terminar este recuerdo quiero evocar la generosidad de este encuadernador a la hora de transmitir a los demás sus conocimientos y habilidades. Como Honorio Sánchez Cruz y Ladislao Álvarez, a diferencia de los ilustres secretistas de antaño, Camacho fue prolijo y sabio a la hora de enseñar a los demás todo lo que a él probablemente le había costado mucho aprender.
El taller de Ángel Camacho Marín tiene continuidad asegurada en sus dos hijo, Iván y Ángel Camacho Navarrete, a quienes haber tenido tan buen maestro obliga a culminar la impecable trayectoria profesional de una maestro indiscutible.
Un honor haber sido amigo suyo durante mas de treinta años.
ResponderEliminarMiguel Madrid
Un honor haber sido amigo suyo.
ResponderEliminarMiguel Madrid
Un honor haberle conocido. Descanse en paz.
ResponderEliminarGuadalupe Roldán
Excelente
ResponderEliminarMuy buen articulo, yo hace poco empece a estudiar en esta web https://ciclosformativosfp.com/curso-ciclo-formativo-grado-superior-diseno-y-produccion-editorial-a-distancia el ciclo formativo diseño y producción editorial ya que me gustaría poder trabajar con la organización de la producción gráfica.
ResponderEliminarDescanse en paz. Gran persona, gran encuadernador y restaurador. Lo conocí en 1995 y desde entonces restauró con maestría sutil algunos de mis libros y a otros los vistió de forma sobria, elegante y rotunda para sobrevivir por siglos. El Gran Ángel Encuadernador, gran persona, gran maestro.
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