Hace unos días, a los noventa años, falleció Philip Smith (Southport, Mesyde, 1928-2019). Máximo exponente de la encuadernación de arte británica de los siglos XX-XXI, se formó con Roger Powell y Sidney Cockerell pero ante todo fue autodidacta. El ARTE de sus encuadernaciones fue excepcional, espectacular. Entre sus aportaciones, la invención de técnicas y estructuras ligatorias revolucionarias, como el lapback, que permitía abrir completamente el libro de modo que la tapa y la contratapa se presentaban unidas formando una superficie plana no alterada por el lomo, una extensión donde la decoración se despegaba libremente, sin ruptura, por ambas cubiertas.
Smith fue también el inventor del "maril," que patentó en 1969, una sustancia que se obtenía batiendo en un bol trozos de la carne o de la flor de la piel mezclados con cola: la masa resultante se dejaba secar y después se cortaba en láminas finísimas con una chifla cambiando entonces todo de color, lo que permitía diseños de gran efecto cromático que, fundidos, por superposición, producían curiosos niveles de percepción visual. Todo un hallazgo.
Macbeth |
Otra aportación de Smith fue la presentación del libro como una pintura mural o biombo: Book Wall. Como Daniel Knoderer y Jan Sobota, pero sin su sentido del humor, creó encuadernaciones-escultura (moldeando el oasis con los dedos) o esculturas-estuche de madera modelada con resinas sintéticas.
Encuadernación-escultura para el Finnegans Wake de James Joyce |
Los cuatroi Evangelios |
Hamlet |
Smith pretendió, pues, situar la encuadernación de arte en el mismo marco conceptual que la pintura o la escultura y, al mismo tiempo, potenció la reacción personal del encuadernador frente a la obra literaria que encuadernaba: pasarán a la historia sus celebérrimas recreaciones del Rey Lear, Macbeth o Hamlet, en la plástica ligatoria una especie de Shakespeare’s canon.
El rey Lear |
Pero el arte de Smith, enfático y exacerbadamente literario, que ha suscitado pasiones entre muchos bibliófilos, provocó también enconados rechazos entre los encuadernadores, sobre todo entre los cancerberos de la ortodoxia del oficio. Así, en 1986, Micheline de Bellefroid, profesora en la Escuela de la Cambre de Bruselas, polemizando con el británico, escribió en la revista Art et métiers du livre: “algunos encuadernadores no aciertan a distinguir las artes aplicadas de las artes plásticas”… “no encuentran la forma de expresión adecuada que conviene a la función del encuadernador”… “yo no encuaderno literatura, encuaderno libros” .
Assez de reliures decorés! -exclama dando un puñetazo encima de la mesa.
Assez de reliures decorés! -exclama dando un puñetazo encima de la mesa.
Años después, Mechthild Lobisch (1940), profesora de encuadernación en Burg Giebichenstein, antigua alumna de Bellefroid y seguidora en Alemania de Otto Dorfner e Ignatz Wiemeler, abominó del “arte” de Smith en nombre del dibujo artesanal, de la composición lineal que en Bélgica había defendido Jo Delahaut, de la racionalidad de la Bauhaus y del no-ornamento de Adolf Loos.
M. Lobisch y M. de Bellefroid |
Pero las encuadernaciones de Smith, a medio camino entre el surrealismo de René Magritte (parentesco a veces demasiado evidente) y el tremendismo de David Lynch, aportan un ejemplo de estrategia independiente frente a los preceptos de curso legal (se aconseja la lectura de su extraordinario libro New Directions in Bookbinding, Londres, 1974) y en lo ideológico abren una interesante vía indagatoria de la que deberían tomar ejemplo nuestros encuadernadores.
Porque Smith, como On Kawara, reflexionó sobre lo que hacía y explicó porqué lo hacía dándonos una especie de sistema conceptual, que podemos describir como ingenuo y pseudotranscendente, sustentado en las nociones de Conciencia y No dualidad. Era, a decir verdad, una especie de monismo como para andar por casa para el que todas las cosas habían sido hechas con la “sustancia” de la Conciencia, sea ésta animada o inanimada, estando ella vinculada con la idea de Vida. “Sin Conciencia -escribió el pensador Smith- no estaríamos vivos. Conocerla no es fácil, pues estamos dominados por el mundo físico, y para ello deberemos servirnos de las formas de la naturaleza”, lo que le llevó a abrazar una especie de panteísmo así como a la refutación del lenguaje abstracto y decorativo de la reliure original practicado por los Adler, Bonet y Creuzevault en beneficio de motivos naturalistas, entre ellos flores, plantas, el verde de los campos, las formas reales e inventadas de una naturaleza primitiva en erupción, la cabeza de Macbeth dramáticamente ensangrentada y cortada por líneas verticales remedos de prisión, idílicos paisajes vascos representados a base de fragmentos de oasis, el rostro del Green Man o la ingenua faz de la diosa Flora que vemos en The Garden and other poems, de Andrew Marvell…
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