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Retrato fotográfico de la encuadernadora Rose Adler. Al Fasini, 1935. |
Hay, en España, una
generación de defensores del capitalismo que invocan la democracia y el
pensamiento crítico como virtudes inherentes a cualquier modo de pensar bien las cosas. So capa
de tolerancia, han impuesto sus puntos de vista invocando grandes
palabras, como si ellas bastasen para salvarnos de la catástrofe a la que nos
aboca el propio sistema que ellos defienden.
Es una ideología que, pareciendo desideologizada,
obedece sin embargo a un plan que se orienta subrepticiamente hacia el acabamiento del legado humanista. Esta situación, que afecta a todo el cuerpo
social de las Batuecas y en especial a su sistema educativo, también ha tocado con fuerza al mundo
del libro o códice impreso. Como es sabido, éste no es sólo memoria
artificial. Es, además, soporte físico. El texto informático sólo pide cubrir la primera función . La segunda, en
cambio, es un rasgo exclusivo típico del paralelepípedo, una entidad material que, a veces, ha dado lugar a usos
del objeto diferentes a los que podemos considerar intrínsecos de la propia
transmisión de contenidos ideológicos. Entre estos usos diferenciales destacan los que, después de los beaux livres de Vollard y Kahnweiler, hacen los artistas del libro en el sentido que toma esta expresión desde los años 1960. Uno de ellos, destacado, entre los primeros, el artista belga Marcel Broodtahers, en Image (1969), con el sonido de fondo de Un coup
de dés jamais n´abolira le hasard, con
las letras y las palabras que aquellas
conforman, logró crear configuraciones
espaciales que, habiendo perdido su identidad comunicativa como mensajes, se convirtieron tan sólo en objetos para ver. El verso de este libro es unidad
de forma no de sentido, como en Mallarmé.
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Cubierta de Un coup de dés.... Image. de Marcel Broddthaers, Amberes, 1969 |
Pero los nativos
digitales (por utilizar la expresión de Prensky) que hoy campan a sus anchas por el mundo de la cultura se empeñan en ver al libro de un solo modo y en esta su peculiar manera de ver las cosas el realismo visceral y sólo potencialmente artístico del objeto queda olvidado, al menos relegado. ¿Por qué? Ignoran las utilizaciones alternativas que pueden
rodear a su producción y difusión: libro-regalo,
coleccionismo bibliófilo, funciones representativas y simbólicas del objeto entre reyes y nobles, objeto de arte, objeto de culto religioso en las encuadernaciones ricas de orfebrería y otras muchas funciones, sin olvidar el interés crasamente antropológico que le podemos atribuir como objeto (como, sin duda, sucede en los códices coptos que cubrían los manuscritos de Hamouli y Nag Hammadi).
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El bibliófilo José Albuquerque delante de su biblioteca |
Tampoco parecen prestar demasiada atención a las circunstancias editoriales
que concurren en la producción de cada
libro material que, como es sabido, condicionan la
naturaleza de su mensaje conceptual. Cuando
Juan Ramón Jiménez escribió “en edición diferente los libros dicen cosas distinta”, seguramente quería darnos a
entender que la presentación de un texto en una u otra edición, con una u otra tipografía, ilustración o encuadernación, matizaba o condicionaba nuestra
manera de percibir lo que su autor había
querido decirnos; que este sentido añadido y connotativo es bastante indisociable del vehículo que lo transmite, hoy algo bastante olvidado, pero que, en 1945, señaló con claridad el
poeta francés René Char cuando, en plena Guerra Mundial, compuso Hojas de
Hipnos, una eminente serie de aforismos cuyas sucesivas presentaciones
editoriales decantaban una y otra vez el alcance
de una escritura enigmática. En la versión definitiva
de esta obra, publicada por
Albert Camus en Gallimard y que dejó huella en el pensamiento de Hanna Arendt, el poeta de
l´Isle-sur-Sorgue borra los títulos que, en
la primera edición, habían encabezado sus
máximas y los sustituye por
escuetos números con la
intención de desprender a sus sentencias
heracilitianas o senequistas de cualquier referencia personal o geográfica dándoles
un aliento universal. La letra explicita, objetiviza; el número pitagórico
impersonaliza, abunda en la reflexión, propicia la abstracción.
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Dos páginas de Hojas de Hypnos de René Char con anotaciones del autor. A cada sentencia precede un número. |
Pero no sólo la
ordenación formal del libro altera su mensaje; también la ordenación
estética condiciona sus significados. Comparemos
la primera edición de la Lettera amorosa chariana con la edición bibliófila
de este mismo poema que editó en Ginebra Edwin Engelberts el año 1963: en esta última presentación, las catorce
litografías que realizó ex profeso para esta edición el pintor Georges Braque, cuyos colores translúcidos se hacen eco de las resonancias
panteístas que impregnan este bello poema de amor, amplían el significado de los apodícticos
versos charianos con unas alusiones plásticas de una pertinencia y oportunidad para con el texto que sólo podía llevar término con éxito el gran pintor cubista, a la
sazón “aliado sustancial”, y gran conocedor y admirador de la poesía de René Char.
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El editor suizo Edwin Engelberts |
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Portada de la primera edición de Letra amorosa, de René Char, publicada bajo los auspicios de Albert Camus |
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Una de las litografías que Georges Braque pintó para Lettera amorosa: el pintor amplía el significado de la poesía |
Hay muchos más ejemplos de esta intercomunicación entre el texto de una obra literaria y su decorado: Fernando Marco/Juan
Ramón Jiménez, Ochoa/Rubén Darío, Bonnard/Verlaine, Manet /E.A. Poe, Matisse/Mallarmé,
Louis Jou/Cervantes…
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Página de Paraléllement, ejemplo de "libro dialogo": el pintor Bonnard "comenta" las poesías de Verlaine. |
Por lo que hace al ars ligatoria, no o es del todo incierto que “el hábito haga al
monje”. Las encuadernaciones de Rose Adler, las de Pierre-Lucien Martin, más recientemente las de Jean de Gonet, que
también vistieron Lettera, alteraron sustancialmente la presentación de este poema, de un modo radicalmente diferente a como las presentaciones que en los
años 1970 hizo Marcel Broddthers en su libro de artista de Un coup de dés jamais n´abolira le hasard ampliaron el significado del célebre poema de Mallarmé. En los primeros supuestos, la
intervención sobre el objeto pretendió crear
un libro de bibliófilo mientras que en el caso del artista belga todo
conspiraba hacia la producción de un libro de artista.
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Michel Brodthaers, Un coup de dés n´abolirá jamáis l´hasard |
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Una de la encuadernaciones de Pierre-Lucien Martin para Lettera amorosa |
Conscientes
de este poder transformador que tenían las artes aplicadas al libro, los poetas Juan Ramón y René Char decidieron intervenir en los pormenores editoriales de sus propios poemas: unas veces se trató de una mera colaboración; otras impusieron a sus editores sus puntos de vista sobre ilustración, tipografía o
encuadernación. Por solo dar un ejemplo: en los minuscules que salieron de
la imprenta de Alès, el gran editor Pierre-André Benoit (más conocido por las siglas PAB) llegó a
convertirse en un pelele que obedecía con humillante sumisión los caprichos bibliófilos del omnisciente poeta
provenzal.
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Los "minúsculos" de PAB eran delicados y frágiles libros de poemas
de un formato inferior a 9,5 cms. Ilustrados con gouaches, eran librillos de tirada
limitada y escasa difusión impresos en Alés desde 1951 bajo la supervisión de Pierre-André Benoit. El librero Jean Hugues
descubrió la capacidad de la encuadernadora Rose Adler para trabajar sobre estos pequeños formatos, auténticos bibelots, objetos pequeños, raros y bonitos.
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Juan Ramón Jiménez, editor de sus propios libros |
Juan Ramón y René Char estaban persuadidos de que sus poemas eran algo más que letra. Creían, además, que quedaban inválidos, quizá inconclusos, sin una
presentación formal que, en su complejidad, los confirmara, glosara o ampliara. Para conseguirlo no necesitaron invocar el famoso espíritu de las vanguardias de Gómez de la Serna, Vicente Huidobro o Paul Éluard ni las teorías del poema pintado. Les bastó con recordar que Martin Heidegger, amigo y confidente de
Char, escribió que el pensamiento es Handwek,
“trabajo de la mano”. Para estos cometidos, en un contexto de libro diálogo (según la acuñación de Ives Peyré), el códice de papel encuadernado ofrece al lector común (y no sólo al coleccionista bibliófilo) un formato cognitivo perfecto, que desde
luego no encontramos en el iPad, el
Kindle o el Nook.
En 1899 el sociólogo Thorstein Veblen había considerado el
libro de bibliófilo objeto
decadente propio de la clase ociosa. Reducida hoy la democracia cultural a un sentimiento melancólico,
el neoliberalismo vigente, secundando un excluyente colonialismo digital, ha reducido, en nombre del bienestar, el libro de papel bellamente encuadernado a
un objeto suntuario, un anatema del cual el libro de artista apenas parece haberse librado como demuestra el hecho de
que se haya iniciado su tímida aparición en los espacios museísticos, como el Museo de Arte Reina Sofía, y en galerías de arte como la Ivory Press de Madrid.
Ante este estado de cosas, es preciso recordar
que
el modelo vigente de lectura, relacionado con dispositivos epistémicos
paralelo-frontales, depende en gran medida del tamaño medio de una página y que ésta (salvo en casos como la prosa aforística de
Don Sem Tob o en el de los cuentos de Augusto Monterroso) es insuficiente para presentar todo el contenido del libro. Mientras la información digital se hace efectiva a base de efímeros "pantallazos", el libro en rollo de tira continua,
el modelo de la antigüedad clásica que quiso resucitar la boutade del novelista Juan
Benet para Una meditación, se ha quedado en papel mojado. Frente a ello domina la lectura rápida e interrumpida a causa, entre otros motivos, del multitasking que propician los aparatos informáticos, pero este multitasking -según Nicholas Carr y Roberto Casati- no es una forma de pensar y actuar que hallamos escogido libremente, sino más bien un orden provocado por un design interesado del Silicon Valley, esto, es, un orden impuesto por la inercia tecnológica.
Tampoco
parece haberse tenido en cuenta, dentro de este enfoque transversal, que la
encuadernación de un libro es condición necesaria para presentar en
forma de objeto ergonómicamente accesible
contenidos intelectuales complejos respetando el orden lógico de las divisiones
de un texto. En cambio, la
información digital, desestructurada, radicalmente desjerarquizada, de uso para internautas presos de señuelos digitales, no habiendo
sido “encuadernada”, ha olvidado que los ligatores del siglo XVI, reuniendo en un
mismo volumine tratados de contenido aparentemente diferente, establecían novedosas relaciones interdisciplinares
dentro de la enciclopedia del saber renacentista.
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Encuadernaciones renacentistas de la Biblioteca del Monasterio de El Escorial |
La falta de esta
y otras reflexiones parecidas han herido de muerte en España a aquellas encuadernaciones cuyo arte no consiste en crear el ornamento pesado vacuo y artificioso denostado por Loos, sino en "comentar" y ampliar el texto que cubren. Como esta diferencia no se ha hecho, la encuadernación sin más y la encuadernación de creación casi han sido borradas del mapa. Varios hechos lo confirman: el Congreso de Bibliofilia, encuadernación artística, restauración y Patrimonio bibliográfico que se
celebró en Cádiz en los años 1999, 2004 y 2009 ha quedado huérfano de subvenciones públicas por parte del Ayuntamiento de la ciudad milenaria a pesar de los esfuerzos de su promotora, la bibliotecaria Rosario Martínez López.
Hecho aún más sintomático de este estado de cosas es la desaparición forzosa de AFEDA, - siglas de la Asociación para el Fomento
para la Encuadernación de Arte- que hace varios meses ha cerrado sus puertas en medio de la indiferencia absoluta de las instituciones públicas tras una intensa actividad entre los años 1992 y 2014 convocando premios, alentando publicaciones y organizando cursos de encuadernación. Con ella muere Encuadernación
de arte, la única revista española dedicada exclusivamente al estudio y presentación de la encuadernación de arte, una publicación que hasta hace muy poco presentaba trabajos sobre las encuadernaciones históricas, hacía públicos los trabajos de los encuadernadores hispanos, presentaba las novedades de la encuadernación europea y creaba opinión en el sector.
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Portada de la revista Encuadernación de arte (foto de Emilio Brugalla en su taller), órgano de Asociación para el Fomento para la Encuadernación de Arte |
La
falta de apoyos sociales también ha golpeado con fuerza a los pocos editores que, en las últimas décadas, ponían en el mercado libros sobre bibliofilia y
encuadernación. La editorial Clan, que en los últimos décadas ha editado una serie de interesantes manuales técnicos sobre encuadernación, entre ellos la Encuadernacion japonesa, de Kojiro Ikegami, mantiene su actividad en medio de las dificultades. Ollero/ Ramos, quizá la editorial más conspicua sobre encuadernación y bibliofilia, que además ha apostado por la reedición de la revistas literarias, hoy trata de sobrevivir
como empresa editorial manteniendo una actividad más bien soterrada.
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Uno de los diseños de portada de Jorge Menella para la editorial Ollero/Ramos, editorial especializada en libros sobre encuadernación. |
La atención se ha desplazado hacia los estudios sobre los aspectos externos
del libro encuadernado. Se prefiere
estudiar la encuadernación como mero producto
editorial -basta leer el libro de Adolfo Castañón Trópicos de Gutenberg (Trama editorial, 2012) o como expresión de
los gustos de los ricos comitentes que la apoyan (miremos las más recientes
exposiciones sobre encuadernación).
Así las cosas, ¿cómo
es posible que aún siga vivo el coleccionismo de encuadernaciones
de arte en España? ¿Cómo se mantiene en pie la encuadernación de arte?
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Encuadernacion de arte de Carlos Sánchez-Álamo
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La antorcha llamea con intermitencia gracias al empeño de algunos pocos encuadernadores: Andrés Pérez-Sierra,
Juan Antonio Fernández Argenta, Guadalupe Roldán, Carlos Montoya, Concha López Bermejo, Joseph
Cambras, Carlos Vera, Carlos Sánchez-Álamo, Dolores Baldó, el taller Galván, taller Obradoiro Penumbra, Zigor Anguiano, Eduardo Giménez Burgos, Cristina Puyol, Loreto Fiuza, Luis Mínguez y algunos
otros que trabajan en París, como Ana Ruiz-Larrea, Antonio Pérez Noriega y Marilú Bererciatúa siguen creyendo en los valores de presentación de un
bello libro contribuyendo con su trabajo a
que no nos olvidemos de cómo se coge un libro, cómo se pasan sus
páginas, cómo se mira un índice, cómo se mete el volumen
en su estuche girándolo y apoyando
luego las puntas de los cantos en el perfil del estuche por su parte inferior haciendo un leve movimiento para encajar el libro, como hacía Enrique Moreno.
Me ha gustado mucho este manifiesto, protesta, reivindicación.
ResponderEliminarSaludos bibliófilos