El bibliófilo barcelonés Ramón Miquel y Planas consideró el coleccionismo de encuadernaciones “la suprema manifestación de amor al libro, aquella en el que este amor llega a alcanzar los caracteres de un verdadero culto”. Es cierto, pero contemplando el libro solo como
objeto bello y suntuario, el bibliófilo solo atento al aspecto exterior del libro puede acabar ignorando su contenido literario.
El librero asesino |
Manuel Rico y Sinobas |
El caso de Manuel Rico y Sinobas (1819-1898), que
algunos consideran prototipo de discreto coleccionista de encuadernaciones, aporta un buen ejemplo de este coleccionismo bibliopégico escasamente ilustrado En pleno siglo XIX, este científico
vallisoletano inició, junto a
otras muchas, una colección curiosa y singular: tapas
de libros sueltas en vez de encuadernaciones
completas, restos de encuadernaciones... ¿De dónde las sacaría? Si Rico no
fue capaz de reparar en que una
encuadernación deja de serlo cuando
ha sido
separada del cuerpo del libro del
que formaba parte desde su nacimiento, no cabe duda de que no tenía muy claro qué era realmente el
artefacto que, como si tal cosa, atesoraba tan despreocupadamente. El Conde las Navas, Vicente
Castañeda, más recientemente Elisa Ruiz, se han aprestado a
señalar lo aberrante de
la práctica. Lo que Rico reunía
y exponía como si fueran mariposas disecadas
no eran seguramente restos de libros desechados por inútiles. Eran
tapas bellamente decoradas que habían
sido desprendidas del cuerpo del libro por este entomólogo y taxidermista del libro del con
avieso cuidado. Es algo que puede constatarse
fácilmente viendo los magníficos dibujos ejecutados probablemente por el propio
Rico y reunidos en un Álbum de
encuadernaciones españolas que puede consultarse en la biblioteca de la Real Academia
de la Lengua de Madrid. En la de abajo vemos una encuadernación de medalla típica del renacimiento según un diseño de gusto anticuario muy difundido gracias a bibliófilos humanistas tales como como Diego Hurtado de Mendoza y Jean Grolier.
Uno de los diseños de Manuel Rico y Sinobas del Álbum de encuadernaciones españolas. Madrid, Biblioteca de la Real Academia de la Lengua. |
Rico, apasionado bibliófilo
equivocado, deseaba para su colección, costase lo que costase, a cualquier
precio, el ejemplar bello, el diseño elaborado y bien conservado. Resulta incongruente y un
despropósito por ello atribuirle el
papel de salvador de los ejemplares perdidos de entre una masa damnata de encuadernaciones que hipotéticamente pudieron
quedar desvencijadas tras ser arrojadas por la ventana para ser salvados durante el terrible incendio que asoló a la Biblioteca del Monasterio de El Escorial en el año 1771. No hubo en este caso una intención recuperadora (como,
por ejemplo, la política restauradora de libros impulsada por el Ministerio de Cultura italiano tras las terribles inundaciones de Florencia del
año 1966), sino una mera glotonería y extravagancia bibliófila que aprovechó descuidos e incurias bibliotecarias
para hacerse con tapas de libros que ya habían dejado de ser encuadernaciones. Una
encuadernadora tan poco sospechosa de
esteticismo como la belga Micheline de Bellefroid (1927-2008), cuya muerte ha
dejado huérfana a una ligatoria europea absolutamente atenta a la técnica y a la calidad
de la factura del cuerpo de obra, no se equivocó cuando en
una célebre entrevista negaba la
condición de bibliófilos a quienes
consideraban la encuadernación de
un libro como simple artefacto que
pudiera tener cualquier significación
desprendida del libro al que
acompaña.
Micheline de Bellefroid |
José Lázaro Galdiano |
Pero aquí no todo han sido dislates. Conocemo a otros muchos coleccionistas de encuadernaciones algo más respetuosos para con el libro considerado
como indisoluble unidad volumétrica susceptible de transmitir mensajes intelectuales. El bibliófilo vasco Francisco
Zabálburu (1826-1897), cuya biblioteca está en Madrid, reunió, por ejemplo, las encuadernaciones
personales del Marqués de Moya y las del Duque de Medina Torres procedentes de
la biblioteca del Conde-Duque de Olivares.
José Lázaro Galdiano (arriba) reunió libros con
encuadernaciones mudéjares, pero no siempre supo distinguirlas de reproducciones de finales del siglo XIX. José Lameyer
y Francisco Javier Cortezo también reunieron encuadernaciones hispanoárabes (¿del siglo XV o de Hermenegildo Miralles, Mario Monje o Saturnino Martín?). Joaquín Muntaner, las mejores encuadernaciones
retrospectivas del XIX. Más recientemente, los Condes de Orgaz, Guillermo Barandiarán, Bartolomé March, Luis Bardón e Isabel García de la Rasilla, entre otros,
encuadernaciones textiles. También es de notar la colección de brugallas juntada por Ricard Viñas (1892-1982) en Barcelona y vendida al Ayuntamiento de Madrid: nos sirve para percatarnos del ecléctico academicismo, corrección formal y escasa originalidad del encuadernador catalán.
Encuadernación de Emilio Brugalla. Foto de la exposición Lope de Vega en la piel de Brugalla. Madrid, Biblioteca Histórica Municipal. |
El
coleccionismo ligatorio de estilos o de especialidades artísticas convive en algunos de estos casos con un
coleccionismo bibliopégico más
atento al origen del libro explicitado
sobre las cubiertas mediante una repetitiva parafernalia heráldica que ha pesado como una losa sobre la ligataria (y los estudios ligatorios) europeos desde su nacimiento. Atento o no al contenido del libro, nuestras reservas para este tipo de coleccionismo que tantos entusiasmos concita: se marca como meta ensalzar la cualidad de los objetos ligatorios en tanto que símbolos de un protocolo identificativo de sus propietarios, los clasifica por sus procedencias y funciones e indaga acerca de la existencia de un lenguaje bibliopégico específicamente real o áulico, es decir, está solo atento (demasiado atento) a las encuadernaciones de arte que están relacionadas con un patrocinio real para tratar de definir una cultura ligatoria de corte. Un ejemplo acabado de este enfoque exclusivista nos lo dio la exposición Grandes encuadernaciones en las Bibliotecas Reales, celebrada en 2012 en el Palacio Real de
Madrid, donde se pudo admirar 457 libros bellamente encuadernados
pertenecientes a bibliotecas del Patrimonio Nacional de España.
En este caso se extendió elusivamente la encuadernación de arte como mecenazgo real o
nobiliario, se la valoró por sus significados simbólico-institucionales y se asignó a los aspectos técnicos del oficio un papel mas bien secundario sin tener en cuenta que la encuadernación, prima facie un artesanía, una realidad material, merece un acercamiento más acorde a su conformación física y confección en el taller. Cuando no se tiene en cuenta el "edificio”, cuando no se valora su buena o mala estructura, la calidad de su
“hormigón”, la resistencia y el buen ensamblaje de sus materiales, estamos olvidando los factores que marcan las pautas de la funcionalidad que toda encuadernación se supone debe aportar al libro, la misma
que Ludwig Wittgenstein encomió para la arquitectura en la Viena de los años 1930 a la vista de una casa de la Kundmanngasse. A estos acercamientos centrados en la vinculación de una encuadernación con el mecenazgo de un monarca, de un noble, opondremos aquellos otros atentos a la crasa materialidad del libro encuadernado, por ejemplo, los escritos de Nicholas Pickwoad, antes que él los de los encuadernadores-historiadores (no existen en España y así nos va) Berthe Van Regemorter, Janos Szirmay, Bernad C. Middleton y por delante suyo aún los del gran Ferdinad Geldner (1902-1989), quien, por solo dar un ejemplo, fue capaz de calificar a una encuadernación de
cuero cincelado terminada en Bamberg o Nuremberg como Lederschnitt
o
Lederzeichnung atendiendo tan solo, tras un minucioso análisis visual de su materialidad, a los modos de cortar, grabar o rayar un dibujo
sobre la piel teniendo presente el tipo de herramienta utilizada.
Bernard C. Midletton |
¿Qué podemos aconsejar a quienes
emprenden una colección de encuadernaciones? Lo primero, para evitar lo anterior, que valoren la calidad del cuerpo del libro, que estén atentos al acabado y a la construcción del objeto. Lo segundo: que elaboren su propio criterio estético si lo que desean es reunir verdaderas encuadernaciones de arte. Aconsejable parece por ello conocer bien y saber distinguir los diferentes estilos que, procedentes de la arquitectura, pintura o escultura, quizá sobre todo de las artes decorativas, llegan a la encuadernación desde mucho antes de la Edad Media. Tampoco están de más unas cuantas nociones básicas sobre historia del ornamento e historia del diseño gráfico.
En la España
contemporánea, si exceptuamos el caso de Bartolomé March Servera, quien recabó
los consejos del encuadernador Antolín Palomino, son muy pocos los
coleccionista privados que han alcanzado el eminente grado de competencia y discernimiento exclusivamente estético que en estos campos observamos en Major Abbey, G.D. Hobson, A.R.A. Hobson
y E. P. Goldsmichdt en el Reino Unido, Papantonio o Paul Guetty en Estados Unidos o Michel
Wittock en Bruselas.
Michel Wittock en su biblioteca de Bruselas |
Sí que hay, en cambio,
un grupo de bibliófilos que han reunido colecciones medianamente interesantes cuyo
catálogo aún esta por hacer. Daremos
algunos nombres. La Fundación Casa
de Alba, tras la compra de la biblioteca
de Vicente Castañeda, se hizo con bellísimas
encuadernaciones del siglo XVIII y XIX, entre ellas cortinas y Guías de Forasteros. (Biblioteca del Palacio de Liria, Madrid).
Encuadernación para Guía de Forasteros de la colección de los Duques de Alba (Palacio de Liria, Madrid) |
Carlos Romeo de Lecea (1910-1999) - editor de la colección Joyas Bibliográficas y escritor sobre temas de imprenta y
Beatos que firmaba sus trabajos como
el “aprendiz de bibliófilo”- reunió
encuadernaciones mudéjares españolas
(hoy en la Fundación Lázaro Galdiano). A decir verdad, aquí era poco original, pues no hizo sino glosar lo que coleccionaron y escribieron
antes que él Miquel y Planas, Henry
Tomas, Hueso Rolland y Rico y Sinobas,
texto sobre texto, colección sobre
colección comentario sobre comentario que nos hace preguntarnos si, a semejanza del “análisis interminable”
freudiano, la fabricación de libros y
coleccionismo innecesarios innecesarios
tocará algún día a su fin. Su legado, hoy en la Fundación Lázaro Galdiano, nos hace ver, sin embargo, que también estuvo atento a la ligataria del siglo XX: Giulio Gianini, Georges Cretté, Jacques-Antoine Legrain, Henri Mercher, Robert Bonfils...
Romeo de Lecea, Madrid, Biblioteca Nacional, 1983 |
El editor Santiago Saavedra Ligne ha reunido muy escogidas encuadernaciones para Guías de Forasteros amén de muchas encuadernaciones históricas (existe un
catálogo privado de esta colección). La madrileña librería Bardón, Guías de Forasteros, encuadernaciones españolas del siglo
XX, palominos, galvanes, panaderos etc.
Librería Bardón de Madrid |
José Luis Cotoner es especialista en Guías de Forasteros.
La
encuadernadora Isabel García de la Rasilla (del grupo Cinco + de Madrid salido
de la escuela de Ana Ruiz Larrea) posee
encuadernaciones gótico-mudéjares españolas, abanicos, textiles y
ejemplares Art Nouveau además de una
buena colección de encuadernaciones contemporáneas europeas. José Albulquerque Dueñas ha vestido su colección de albertis y de otros del 27 con
encuadernaciones de Ángel Camacho, Ramón Gómez, Galván y Luis Mínguez. Al cabo, resulta una deseable sintonía del continente con el contenido, otro dato a tener en cuenta.
El bibliófilo madrileño José Albulquerque Dueñas delante de su biblioteca. Arriba con el encuadernador Ángel Camacho |
El bibliófilo
gaditano Diego Martínez Casado, tras más
de veinte años de viajes y apasionada
bibliofilia, ha juntado a su escogida colección de encuadernaciones (en la que destacan las curvilíneas concéntricas de Galván-Moncey y las dinámicas tipografías expresionistas de Juan Antonio Fernández Argenta) una selecta
biblioteca de referencia que las explica en su contexto bibliofílico. La documentación conforma aquí el buen criterio.
Diego Martínez Casado sostiene una encuadernación de Juan Antonio Fernández Argenta |
Juan Carlos Solís ha iniciado
una selecta colección con los más granado de la encuadernación
española de hoy: Pérez Sierra, Fernández Argenta, Giménez Burgos, Dolores
Baldó…La bibliofilia de hoy en este caso como factor de conocimiento. Blanca Jacob-Ernst Escario/Claudio de Ramón poseen una colección
conformada con criterio y buen gusto
en la que hallamos fanfares, encuadernaciones
francesas para almanaques y
ejemplares del taller de Gabriel
de Sancha. Solo una encuadernadora es capaz de desarrollar una sensibilidad tan atenta al cuerpo del libro. El librero anticuario José Luis Sánchez de Vivar, experto en ex
libris y en libros firmados, ha
orientado sus pesquisas hacia encuadernaciones europeas, sobre todo españolas,
de los siglos XVIII y XIX. José Mañas, hacia las encuadernaciones de
bibliófilo. En Valencia Luis Caruana ha reunido encuadernaciones
francesas del siglo XVIII. El librero madrileño Guillermo
Blázquez, encuadernador en su juventud,
posee una escogida colección de
encuadernaciones industriales de plancha del XIX además de encuadernaciones españolas del siglo XX,
entre ellas de Antolín Palomino y de
Vicente Cogollor.
Dos vistas de la librería anticuaria de Guillermo Blázquez, Madrid. |
El modelo de la primera
especialidad está en el
librero parisino Jean-Étienne
Huret y en el
Centre de documentation de livres à plat historié. El librero-bibliófilo Rafael Berrocal, encuadernaciones
históricas amén de ejemplares de la saga Galván y de Luis Mínguez. La Condesa de Orgaz y Luis Crespi de Valldaura, encuadernaciones
históricas. En Asturias, Ignacio Pando García-Pumarino ha juntado una
colección formada por encajes, diseños a “ la Duseuil” y devocionarios de plata y marfil.
El editor Julio Ollero -en su haber el mejor catálogo hispano de libros sobre
encuadernación- también valora la encuadernación de sus “Libros de Arte”.
Libros de Arte puestos a la venta porJulio Ollero (arriba el editor en el Salón del Libro antiguo de Madrid) |
¿Que puede coleccionarse? Siguiendo los criterios expuestos, prácticamente de todo. Las
encuadernaciones de orfebrería constituyen una categoría selecta, entran en
la categoría de tesoros y son con frecuencia propiedad de la iglesia. Las telas ricas tienen muchos
coleccionistas y han merecido exposiciones monográficas. Dentro de los
estilos renacentistas, una
encuadernación patrocinada por Grolier,
Maioli o Canevari es uno de los tesoros
más preciados que un coleccionista puede aspirar a poseer. También las
encuadernaciones relacionadas con la imprenta veneciana de Aldo Manuzio o con la antuerpiense de Cristóbal Plantino (algunas de ellas identificadas en La Laurentina hace poco por la bibliotecaria mazarina Isabelle de Conihout y el librero parisino Pascal Ract-Madoux). La fanfares (siglos XVI-XVII) aportan un ejemplo de diseño refinado que combina la simetría del arte del renacimiento con la sofisticación del manierismo.
Encuadernación á la fanfare |
¿Qué decir de las llamadas encuadernaciones de Apolo y
Pegaso perseguidas por
libreros y bibliófilos desde 1850 hasta
nuestros días? También son muy apreciadas las que están marcadas con monogramas
que cubren incunables o las firmadas por sus autores con el nombre estampado en
seco o dorado.
Encuadernación renacentista con el medallón de Apolo y Pegaso |
En la España de hoy hay hechos objetivos que dificultan el coleccionismo de
encuadernaciones. Libreros, bibliófilos
y bibliotecarios, como
propietarios o gestores
exclusivos de un objeto precioso y no fungible, a menudo lo acaparan, monopolio sobre el
objeto apenas paliado por escasas
exposiciones, monopolio que lleva a menudo aparejado para los investigadores la imposibilidad de
acceder a él. En contra de la socialización cultural del
libro bellamente encuadernado milita
también la actitud de quienes lo
entienden exclusivamente como marca de distinción social, pues poseer libros bellamente encuadernados se ha
convertido para un
grupo que disfruta de una desahogada posición económica en una
“profesión” artístico-literaria, un pasatiempo con el que
embellecer la biblioteca
familiar.
El libro encuadernado en armónica consonancia con otros objetos de arte |
El libro- bibelot, ornato
superfluo de
la bibeloteca burguesa o
aristocrática, compite con otros
bellos objetos de las artes decorativas. “Hay quien adorna sus habitaciones con libros -escribió Petrarca- que fueron
inventados para ornar el espíritu y que se sirven de ellos como si fueran vasos
de Corintio, cuadros o estatuas”. En ese
caso, como escribió Chesterton, “la superstición empieza cuando el cofre, que encierra las joyas más valiosas en los receptáculos
más pequeños, empieza a ser más valorado que la joya”.
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