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Praga y los libros




La historia de  Praga está llena de   invasiones, muertes y defenestraciones  donde se confunden  el mito, la crónica  y la   leyenda.   La  ciudad  es para   muchos viajeros  una "realidad"  literaria que emerge difusa de los libros  que la describen:    ciudad  dadaísta en Tristan Tzara, surrealista  en Breton y  Paul Éluard,  existencialista  en Albert Camus, inopinadamente faulkleriana  en Juan Benet y lugar de encuentro cosmopolita en el cruce de los caminos de Europa para  los diplomáticos Carlos Fuentes y  Sergio Pitol. Los turistas, en cambio,  no   perciben  su  sustancia literaria  con tanta nitidez     si no  recalan   en Jaroslav Hasek, Milos Jiranek, Karel Kapek, Rilke, Franz Kafka y Hrabal . Las calles ostentan  sus  iglesias barrocas con santos a la intemperie,  sus portales con esbeltas cariátides y sus palacios sobre los hombros de forzudos  telamones, ocultan sus sinagogas, desembocan en su río   y en sus puentes:  velan, sin embargo,    sus libros en pasajes angostos.   Estos libros    conforman  a pesar de todo  la sustancia mágica   de  la callejuela del Oro y el cementerio de Olsany.   Los textos de Jaroslav Seiffert  solo sirven a los historiadores,  pues las librerías de las que habla el Premio Nobel ya han desaparecido a ambas orillas del Moldava.  Los  bibliófilos  pueden en cambio   recalar  en  la  Antikvariát galerie mustek de la Avenida Narodni o bien visitar, para consolarse, el Clementinum, una biblioteca  donde se respira   la cultura del catolicismo austrohúngaro. Entre sus  paredes   Borges sitúa  una de sus   pesadillas bibliófilo-literarias. La sala de lectura de este edificio, con su  bóveda pintada con símbolos de la sabiduría,  alimenta  la imagen  de una Praga  esotérica. Escribe el escritor argentino:

"Hacia el alba,  soñó  que se había ocultado en una de las naves de la biblioteca del Clementinum. Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: "¿Qué busca? Hldick le replicó: "Busco a Dios". El bibliotecario le dijo: "Dios está en una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra:, yo me he quedado ciego buscándola".

  La bibliofilia praguense también nos lleva a Apollinaire. En    El traseúnte de Praga (La Revue Blanche, 1902), el poeta francés, antes de  dejarse poseer por la atmósfera de sortilegio de la ciudad a través del paseo que el protagonista de este relato da con Isaac Laquedem, la enésima y espectral reencarnación del Judío Errante,  nos habla de la presencia e influencia  en la capital de Bohemia de  los libros franceses, en especial de los de Victor Hugo.   Años después otro francés, André Breton,  describió  Praga, mucho antes que Ripellino,  como "capital mágica de Europa". Leamos el comienzo del texto de Apollinaire.   

Apollinaire
La atmósfera de sortilegio de Praga  recreada en  en esta sugerente cubierta  de guía turística francesa

“En marzo de 1902 estaba en Praga. 
Llegaba desde Dresde. 
Desde Bodenbach, donde están las aduanas austriacas, los modos de conducirse de los empleados de los ferrocarriles me habían demostrado que la rigidiz alemana no existe en el imperio de los Haugsburgo. 
A la salida de la estación Francisco José, después de haber sorteado a los mozos que me ofrecían sus servicios con su generosidad italiana chapurreando un alemán incomprensible, empecé a caminar por las viejas calles con la intención de encontrar un alojamiento que estuviera en consonancia con mi condición de viajero no excesivamente rico. Según una costumbre bastante inconveniente pero muy cómoda cuando no se conoce a nadie en una ciudad, pregunté a varios transeúntes. 
Para mi sorpresa los cinco primeros no entendían una sola palabra de alemán, sino únicamente el checo. El sexto al que me dirigí sonrió y me respondió en francés: 

-Hable francés, señor, nosotros detestamos a los alemanes mucho más que los franceses. Nosotros odiamos a esas gentes que quieren imponernos su lengua, se aprovechan de nuestras industrias y de nuestro suelo de cuya fertilidad todo cabe esperar, el vino, el carbón, las piedras finas y los metales preciosos, todo, menos la sal. En Praga sólo se habla el checo. Pero cuando usted hable francés los que sepan responderle siempre lo harán con alegría. 

Me señaló un hotel que estaba situado en una calle cuyo nombre se escribe de tal modo que se lo pronuncia Porjitz y se despidió reiterándome su simpatía por Francia. 

Pocos días antes París había celebrado el centenario de Victor Hugo. 

Traducción al checo de "Nuestra Señora de Paris", de Victor  Hugo 
Puede darme cuenta de que las simpatías bohemias, manifiestas en esta ocasión, no eran vanas. En las paredes hermosos carteles anunciaban las traducciones al checo de las novelas de Victor Hugo. Los escaparates de las librerías parecían verdaderos museos bibliográficos del poeta. En las vitrinas estaban pegadas extractos de los periódicos parisinos que relataban la visita del alcalde de Praga y de los Sokols  ”. 

Pero en la  capital de  Bohemia  no solo las librerías y las bibliotecas  nos hablan de amor por el libro , sino también la presencia de puestos de viejos volúmenes al aire libre que no tienen nada que envidiar a las bateas de los bouquinistes parisinos.  En la imagen de abajo,  de un  libro checo, el transeúnte se detiene  para hojear unos grabados antes de darse a la compra de libros.
Aparece, como los   textos   citados en esta entrada,   en el libro  Praga, un enfoque literario, selección de textos e imágenes por José Luis Checa, una antología  literaria dedicada  a  la ciudad natal de Kafka publicada   por  Edinexus multimedia, una editorial malagueña   muy atenta  a  los valores    estéticos  de la fotografía de arte del siglo XX  (ver imagen de arriba). 







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