Manuel Bueno en su casa con una de sus encuadernaciones |
Entre el 22 de marzo y el 22 de abril de 2018 podrá verse en el Centro Catalán de Artesanía de Barcelona una exposición dedicada a las encuadernaciones de Manuel Bueno Casadesús (1934). Es una muestra monográfica bastante representativa del quehacer de este artista del libro a cuya obra no es fácil de acceder fuera de los catálogos al uso y de las bibliotecas privadas. Desde 1962 Bueno ha mantenido abierto su taller en la calle de Sagués de Barcelona en el barrio de San Gervasio, pertenece a una familia de encuadernadores y artistas singulares (hermano pintor, decorador y grafista; tío encuadernador; padre encuadernador, también llamado Manuel Bueno, formado con Rafael Ventura y en los talleres Montserrat), se inició precisamente con su padre a los catorce años, aprendió en el taller de Emilio Brugalla, en Encuadernaciones Montserrat, fue profesor en la escuela Lestonac y a los veintiséis años creó su propio taller; pero Manuel Bueno es ante todo un encuadernador autodidacta de fuerte personalidad, un creador singularísimo y francamente original. Entre sus clientes se contó Antoni Tàpies, pintor bibliófilo por antonomasia, que fue amigo suyo, y hoy sus encuadernaciones son apreciadas y atesoradas, entre otros muchos, por Jorge Carulla Font, José María Ribot Giménez y Manuel Espiau Espiau, los tres de la Asociación de Bibliófilos de Barcelona, y hace años lo fueron por Juan Uriarch Tey y sobre todo por el gran mecenas de encuadernadores que fue Bartolomé March. La Biblioteca del Palacio Real de Madrid conserva trabajos suyos.
La calidad indiscutible de las encuadernaciones de Bueno está en la técnica, sobre todo en el dorado, en el manejo del oro fino, en la precisión con la que maneja los hierros, en la limpieza con la que ejecuta los detalles, en la finura del cincelado de los cortes, en la precisión y bien pulso de una mano firme, en la perfección en el dorado de las líneas del mosaico, en una ejecución que revela una voluntad constante de superación, de siempre hacerlo mejor.
Los diseños figurativos de Bueno son atrevidos, provocadores, discutibles, a medio camino entra la ingenuidad creativa de un niño insolente, la osadía colorista de un pintor fauvista y un trazado desbocado de perfiles, intencionadamente deformes, casi expresionistas, que por momentos tocan la genialidad.
Las encuadernaciones clásicas, de diseños abstractos, en cambio, nos ponen frente a las habilidades de un encuadernador reflexivo y minucioso, de un artista euclidiano que ha interrogado con lucidez a las leyes de la geometría, la proporción y la simetría clásicas. En estas creaciones, que podemos llamar retrospectivas, Bueno rinde homenaje a lo mejor de la tradición, demuestra conocer a la perfección los modelos históricos más prestigiosos, como el estilo Grolier, el de Maioli, el de Canevari, los célebres hierros de Aldo Manuzio y en especial la encuadernación mudéjar, esta última con una tradición acrisolada en Barcelona en las encuadernaciones historicistas de Hermenegildo Miralles, en la del maestro Emilio Brugalla y que más recientemente también han cultivado con fortuna otros encuadernadores barceloneses como Jordi de la Rica, Miquel Monedero, Josep Cambras y Georgina Aspa.
Muchas de las encuadernaciones de Bueno rozan lo que podemos llamar sin exageración proeza técnica del virtuoso: miren las figuras delineadas con sutileza sobre los cortes dorados, fíjense en la limpieza con la que los bloques de oro se recortan encima de la piel, siempre sin rebabas, miren cómo los leves pero intensos puntitos de oro siluetean efigies de imágenes dinámicas , reparen en la ordenación matemática de los hierros de las encuadernaciones neomudéjares...
Lo que hemos fotografiado aquí es sólo una muestra de una producción más amplia bastante dispersa no siempre fácil de ver. Además de las encuadernaciones de esta importante exposición, reproduzco las que el propio encuadernador y su mujer Marina Sánchez, también encuadernadora, tuvieron a bien enseñarme en su domicilio en una visita difícil de olvidar. Por ello tendremos el privilegio de ver algunas de las encuadernaciones de Manuel Bueno, seguramente las preferidas por él, sostenidas por las manos de su propio artífice, por una "mano que piensa", como la habría descrito Juhani Pallasmaaa.
La exposición del Centro Catalán de Artesanía ha sido posible gracias al esfuerzo personal de Marina Sánchez, pero hay algunos nombres que también quiero destacar sin cuya ayuda lo que aquí se muestra quizá nunca habría podido verse: Andrés Márquez Márquez, profesor de encuadernación especializado en conservación y restauración, uno de los discípulos predilectos del maestro que ha destacado en el arte del mosaico; Àngels Arroyo Benet, encuadernadora formada en la Escuela de Artes y Oficios y en la Escuela de Artes Aplicadas de Llotja, ambas en Barcelona, que hoy trabaja en el el taller "Tinta invisible" con otros artistas gráficos encuadernando libros de artista y practicando la encuadernación contemporánea en la que utiliza soportes muy diversos (aluminio, madera, arcilla) que incorporan el volumen a la percepción del libro; el encuadernador Carlos Vera Carrasco, de una dinastía de encuadernadores conquenses, hoy en la Biblioteca Nacional de España, que fue uno de los primeros en hablar sin tapujos de la calidad de las encuadernaciones de Manuel Bueno en un momento en el que pocos lo hacían y que en 2010 le entregó en mano en Madrid el I Premio Honorífico de Encuadernación Artística; el profesor de encuadernación Josep Cambras Riu, quien recibió las enseñanzas de Bueno en el difícil arte del dorado y que hoy regenta el que quizá sea taller más activo y prestigioso de Barcelona. Finalmente, la periodista Gemma Tramullas, que cuando se escriben estas líneas prepara un trabajo sobre Manuel Bueno.
Las reproducidas a continuación son algunas de las encuadernaciones que Manuel Bueno ha terminado para su propio deleite y espero que su contemplación sea un acicate para que otros se animen a investigar unas creaciones tan poco difundidas y que, sin embargo, no me cabe la menor duda merecen ser valoradas como ejemplo de lo que, más allá de su indiscutible buen oficio, será considerado en el futuro expresión de un arte escondido que el gran público debe empezar a aprender a valorar como se merece.
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