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Encuadernaciones ligeras para libros alados: el vuelo de la palabra

Sün Evrad, Mechthild Lobisch, Jean de Gonet, Philippe Fié, Annette Friedrich
Sün Evrad 
Uno de León Felipe será el libro que tendrán que encuadernar quienes opten al II Premio de Encuadernación de la Imprenta Municipal de Madrid -anunció hace unos días la regidora Manuela Carmela-. Homenaje de rescate merecido al poeta de Tavara, pero ¿viene a cuento vestir con las galas de la alta costura ligatoria a unos versos para los que su autor habría preferido un modesto atuendo pret-à-porter? El hábito no hace al monje.

León Felipe 
Las piedras preciosas, el lujo desmedido de Sangorski&Sutcliffe convinieron a los epigramas de un poeta persa del siglo VII en Los Rubaiyat de Omar Jayyam; también podrían haber sentado bien a los versos de Rubén Darío sobre princesas, tirsos de rosas, centauros, cisnes y pavos reales. ¿No rechina, en cambio, para los versos adánicos de un poeta tan desgarrado e infortunado como L. Felipe? Con razón Luciano de Samosata (120 de J.c,) ironizó sobre la estulticia de quienes tan sólo aprecian los libros "con tapa de púrpura y botón dorado".

La celebérrima encuadernación de Sangorski&Sutcliffe sobre el "Gran Omar" antes de perderse en la aguas del Atlántico tras el hundimiento del Titánic, en 1912, quizá la mejor y más costosa encuadernación del mundo
Hace poco Gonzalo Santoja y Javier Expósito rescataron documentos inéditos de León Felipe del Archivo Provincial de Zamora y de la Residencia de Estudiantes de Madrid y entre ellos leemos una carta de 1965 donde el poeta se despacha con cierta destemplanza contra sus editores Gonzalo Quesada y Guillermo de la Torre:

“Estoy muy enfadado con vosotros. Me habéis hecho una jugarreta: cuando hace seis años estaba enfermo y loco de una enfermedad que los médicos no supieron nunca cómo se llamaba y tuvieron que mandarme al infierno porque en ningún sanatorio me admitían, publicasteis mis obras completas. Yo le dije a Gonzalo que no se publicaran… Pero la cosa no para ahí. Hicisteis un libro grande. Con una ‘preciosa encuadernación’ . ¡Y qué precio le habéis puesto! Con el valor de un solo ejemplar podéis pagarme los funerales. Pero esto no me importa. Lo que me tiene muy enfurecido y por lo que os escribo esta carta es por otra cosa. Por esto. Al libro, con su ‘preciosa encuadernación’, le pusisteis una camisa de celuloide, más fuerte que una camisa de fuerza y la metisteis (me metisteis) en una caja de cartón dura y gris con una cerradura japonesa: un perfecto catafalco. Así me quisisteis enterrar. Pero no estoy muerto”.

(Carta a Gonzalo Losada y Guillermo de la Torre,  editores, junio de 1965).

A L. Felipe la "preciosa encuadernación" no le parece tal. No le gusta la encuadernación-catafalco. Sería como hacer vivir a sus versos dentro de libros muertos o encapsulados en amortajadas larvas fantasmales  que se nutren de su propia descomposición putrefacta y se alimentan de cadaverina: las encuadernaciones-cofres de Gottif Kurz sólo se proponían dar forma al capital que se había invertido en ellas. Las cosas cambian cuando la caja remeda un primoroso escritorio, una  especie de caja-relicario como aquella en la  que el encuadernador-ebanista Alain Taral depositó con suma delicadeza Una temporada en el infierno de Arthur Rimbaud.

La ejecución de esta caja obra de encuadernador-ebanista Alain Taral es ajustada y precisa: pone un acabado material perfecto al servicio de una preservación fundada en el culto admirativo por el texto de Rimbaud
Es cierto que algunas encuadernaciones de arte pueden participar de la estética suntuaria de las cajas de joyas o de las tabaqueras déco, pero como el lujo no es precisamente una de las debilidades del zamorano, sus editores erraron cubriendo sus obras completas con una pesada encuadernación de arte.

Tras vilipendiar el gasto sin cuento, a L. Felipe le solivianta que la encuadernación se convierta en una especie de mazmorra o en una camisa de fuerza para sus versos.

Su ira no es gratuita. Todo encuadernador de arte sabe que el decorado del libro debe guardar una relación conveniente o decorosa con el contenido intelectual del libro objeto pasivo de su trabajo y en este caso sobra todo lo que perjudique la libre circulación del mensaje literario. Puede llegar a tergiversarlo. El códice impreso se inventó para facilitar lectura. El "libro de buena fe" de Montaigne, el que transmite ideas y emociones, sólo pide ser leído provechosamente "¡No me han vestido bien, los muy imbéciles!
Encuadernaciones llanas de pergamino para la los Ensayos de Montaigne: sería difícil encontrar un soporte más adecuado para resguardar el pensamiento del alcalde Burdeos, que reflejara mejor el tomo reflexivo de sus cavilaciones, su cristianismo pedregoso, sereno y casi conversado.
El libro "bello" no puede usurpar el puesto al buen libro. El hábitat natural de Jonás no es el vientre de la ballena ni el de Casanova una celda sórdida en los Plomos de Venecia. Esto, que siempre es verdad, lo es aún más en nuestros tiempos de cultura líquida (Kelvin Kelly y Zygmunt Bauman) y desrregulada, en los tiempos del remix de Peter Sloterdije. No nos interesan los catafalcos sellados, los libros-ataúdes, los cofres clausurados... Preferimos libros encuadernados de forma poco agresiva, lo que los anglosajones han llamado book friendly binding. La encuadernación no tiene porqué vigilar el sueño de los justos hasta el final de los tiempos como la cueva sellada que velaba el descanso de los Siete Durmientes de Éfeso.
Lomos de encuadernaciones románticas de la Restauración: monolíticos bloques de piel velan el sueño estático de la cultura establecida, pero ¿quién se atrevería hoy a leer estos imponentes volúmenes que cubren las novelas de George Sand y Alejandro Dumas.
La mejor ligación es, por el contrario, la que no se nota, la menos visible, las más ligera (reliures souples de Sün Evrard, como la de abajo), la que, estando ahí, no es visible, como las gafas encima de la nariz que nos dejan leer o como la máquina de proyección que nos permite ver una película sin que nos enteremos de que está ahí.
Encuadernación ligera de Sün Evrard en piel de veau con grapas, un trabajo de ágil manejabilidad, casi volátil. Para Gaston Bachelard el aire se asocia al hálito vital y a la creación literaria, al vuelo de la palabra. El libro se desmaterializa. Las de Sün Evrard son encuadernaciones aladas, ligeras, y distinguidas que respetan las leyes de la conservación, la consulta y la transmisión.
La forma y la materia no crean sentido por sí solas, los adornos tampoco: el león pierde cualquier fertilidad heroica cuando aparece gofrado sobre una pretenciosa encuadernación heráldica, es decir, cuando lo sacamos de la mera zoología. Para evitar que la encuadernación se convierta en una excrecencia kamp, según Susan Sontag, en "la esencia del amor por lo antinatural, lo artificioso y lo excesivo", no habrá de rivalizar en temperatura kitsch con los dibujos de Beardsley, las óperas de Bellini, con algunas puestas en escena de Luchino Visconti o con los colorines tornasolados de ciertas postales fin de siécle con puestas-de-sol-de- Nápoles-con-el-Vesuvio-y-las-ruinas-de-Pompeya
Los colores abigarrados de de los Encartonados románticos
Pero otras veces el mal gusto de algunas encuadernaciones de hoy, lo kitsch en ellas, consiste en la presentación del libro como un objeto abigarrado a causa de su forma impropia e incluso monstruosa, en la presencia impúdica de lo superfetatorio, en el ocultamiento del volumen geométrico natural del paralelepípedo, en la proliferación de lo innecesario: libros atacados de elefantiasis, picados por algún mosquito que les produce hinchazón. Daniel Knoderer ha llegado a metamorfosear el libro en una horripilante excrecencia de forma vagamente animalesca.
Michel Butor describe las encuadernaciones de Daniel Knoderer como "libros que han dejado de serlo, pero que todavía no han llegado a convertirse en otra cosa", pero la vestimenta del libro (como la de un edificio) no puede distorsionar o desvirtuar las cualidades estáticas de la estructura. Un adorno ligatorio que quiera armonizar plenamente con su soporte no debe sugerir una estructura diferente a la del armazón que la sustenta. 
Edgar Claes ha llegado a convertir el libro encuadernado en algo parecido a un deslumbrante neón multicolor.
Encuadernación de Edgard Claes. Lámparas led iluminan la superficie de las tapas
¿Porqué bibelotizar la encuadernación?
Encuadernaciones bibelotizadas del Grupo Cinco+ . ¿Dónde queda la lectura?
¿El modelo? Tchékéroul culminó bradeles, medias encuadernaciones, pero hoy es recordado sobre todo por sus impolutas encuadernaciones jansenistas desnudas o escuetamente decoradas por bandas verticales. "Poco importa que no fuera un creador de decorados -escribió Bellefroid sobre él-, pues las artes aplicadas consiguen sus mejores logros gracias al dominio perfecto de las técnicas antes de que haga su aparición cualquier intervención creadora que las sublime"
Encuadernación jansenista de Vladimir Tchékhéroul, un encuadernador esclavizado por la belleza de la materia. "No persigo -escribió- la realización de una hazaña externa, sino la actualización de una secuencia de operaciones concretas, de movimientos precisos, pautados y justos, cada uno de los cuales tiene un valor intrínseco de ejercicio espiritual, concentración, meticulosidad, paciencia, perseverancia y amor. Todas estas operaciones conducen a un gran todo". Como ocurrió con las poco vistosas encuadernaciones jansenistas del siglo XVII, las encuadernaciones de Tchékéroul, sin etiqueta, como para andar por casa, nunca han recibido la influencia de los agentes tradicionales de legitimación que operan en el mercado dada su escasa repercusión mediática.













El libro ha de ser un objeto funcional, manejable: libros cubiertos con extraños caparazones, con orografías sinuosas, con pequeñas colinas, planos surcados por altiplanicies, recorridos por sinuosos riachuelos, formando parte de improbables paisajes salidos de imaginaciones espúreamente dadaístas, perfiles humanos a base de retazos de piel horras de cualquier sutileza, libros con cadenas o cadenillas de ridículos eslabones que ni siquiera son medievales...

Los libros encadenados no son "libros libres".
Lo que nos interesa es, por el contrario, "la búsqueda de la belleza por la forma y no por su dependencia del ornamento"(Adolf Loos): mejor los encuadernadores de arte que los decoradores de libros.

Miremos las encuadernaciones de Mechthil Lobisch:

"Me he entregado incondicionalmente -escribe la profesora de Burg Giebichenstein- a la confección de libros objeto que sean perfectos a causa de su materialidad y he buscado nuevas formas de expresión poética que abominen de cualquier alteración de su forma natural, que respeten su forma física natural, que apoyen y corroboren la plasticidad del cuerpo del libro gracias al redondeado del lomo, al adecuado grosor de las tapas, a las cejas y a la calidad del acabado".

Mechthild Lobisch con sus encuadernaciones mínimas y conceptuales

Miremos esta encuadernación de Anette Friedrich,  una de sus alumnas.
Encuadernación de Anette Friedrich, piel de cabra con trazado de segmentos de círculos abiertos.
La foto no puede reflejar los movimientos profundos que, en esta encuadernación de Annette Friedrich (Hanovre, 1976), produce en el ojo la repetición, sobre la piel de cabra, de series de puntos delineados por puntos coloreados con tonos de diferentes colores, los cambios que la percepción de esta serie de variaciones cromáticas indiferenciadas  provoca en la mente del espectador: motivos tan sutilmente depurados casi escapan a la idea de forma perceptiva.

Pierre Lecuire ensalza la estructura:

"La tensión suprema de la encuadernación reside en el lomo. Las tapas sólo están para tranquilizar, para hacer descansar a la encuadernación de su tensión dorsal. Cargar excesivamente estas tapas disimula esta verdad".
Pierre Lecuire (1922-2013) alentó como editor-escritor libros que eran algo más que libros, jalones y testigos de una aventura continuamente reinventada en pos del Libro de los Libros: obras correctas y rigurosas, una arquitectura destinada a revelar con la ayuda de Nicolas de Stäel y Geneviéve Asse su propia estructura con una conmovedora sencillez de medios.
Miremos las escuetas encuadernaciones de polivinilo de Philippe Fié (figura abajo) o las
révorim (figura abajo), las encuadernaciones simplificadas y plaquettes de Jean de Gonet, un encuadernador que ha enfrentado airosamente su arte de la materia con las exigencias de la encuadernación corriente para darnos unos libros manipulables y resistentes estructurados en torno a su eje, es decir, alrededor de la espina dorsal del lomo, el lugar donde se halla el centro vital del libro:

"Había que conseguir libros que fueran agradables a la vista pero yo los deseaba más próximas de la mano, más propicios a la lectura".

La ligereza protege a la encuadernación dejándola libre. Elasticidad y agilidad frente a anquilosamiento, dureza, rigidez y aspereza. Estructura frente a ornamento sin cuento. No hay que dejar que el "artismo" ( o deseo de ser artista a toda costa), los arreglos decorativos artificiosos conviertan a la encuadernación en "un arrendajo ataviado con las plumas de un pavo real" o que en la fiesta represente, en un ridículo quiero y no puedo, el papel grotesco de "pariente pobre endomingado" (Lobisch). En encuadernación el arte no consiste en el decorado. Escribe Micheline de Bellefroid:

"Algunos encuadernadores se lanzan a la creación artística sin bases culturales serias, se marcan como regla haber leído el libro como si ello bastase para garantizar la calidad del decorado. Creyendo renovar su arte, utilizan materiales nuevos para crear efectos sensacionalistas que camuflen las insuficiencias de su técnica para que el resultado final se parezca lo máximo posible a un cuadro o a una escultura y lo menos posible a una encuadernación".

Pero, en realidad, la encuadernación es la reunión de elementos fabricados cuidadosamente para conformar un artefacto ligero y armonioso al servicio de la lectura. Todo lo que en ella se separa de este objetivo, que coincide con la simplificación formal definitiva e indiscutible hallada por el sentido común y pragmatismo de Aldo Manuzio en su presentación de textos griegos, latinos, árabes u hebreos, ha sido una lenta pérdida de las virtudes innatas de la manufactura ideada por el veneciano en el siglo XV-XVI, una disminución de las propiedades que informaron la construcción de un objeto atractivo que no tiene porqué renunciar a ser también un artefacto casi perfecto fabricado con cordura por sus inventores con el único propósito de facilitar la lectura.

Encuadernación de polivinilo de Philippe Fié
Jean de Gonet rinde homenaje a Rose Adler en esta encuadernación de tapas de ligeras sobre uno de las minúsculas plaquettes de Pierre-André Benoît
Jean de Gonet. Encuadernación révorim: lomo de box, costura aparente, tapa moldeada en rim negro. Una presencia "fuerte" en el lomo o bisagra del libro.

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