En 1988 el jurista francés Albert Brimo dio a la imprenta un libro que rompió moldes en la historia de la encuadernación. Tomando como base los libros de su propia colección, analiza en él con lucidez las alegorías y símbolos típicos de la Revolución Francesa que los encuadernadores de 1789 usaron encima de las cubiertas de los libros. Brimo tiene el buen gusto de ahorrarnos la engorrosa catalogación de los ejemplares a la que nos tienen acostumbrados los bibliotecarios. Dejando de lado su seca erudición de inventario, nos sumerge en la historia de las ideas políticas, en la la sociología del poder y en los análisis de las mentalidades sociales. Los escritos de Montesquieu, Rousseau y Robespierre, las esculturas de Canova, los ensayos de Winckelmann, las ideas de Quatremère de Quincy son las herramientas de un potente análisis cultural de los motivos que campean sobre los libros.
¿Qué aportó, según Brimo, 1789 a la encuadernación? En su activo, la profundización de las corrientes romanas y republicanas, la difusión de una potente imaginería propagandística y contrapropagandística: lo que Jean Starobinski llamó "emblemas de la Razón". En su pasivo, la muerte de los "estilos ligatorios ricos" del siglo XVIII, entre ellos los virtuosistas encajes y los coloristas mosaicos, y en el terreno profesional la reducción del trabajo de los encuadernadores que dependían de los encargos de la aristocracia y de las clases adineradas a una inactividad casi completa.
Las encuadernaciones revolucionarias dieron vida a una concepción austera y rígida del neoclasicismo donde la antigüedad grecorromana se convirtió en objeto de culto universal: obvios decorados parlantes encuadrados por filetes o por ruedas desornamentadas... Los artesanos de 1789 encuadernaron Constituciones, panfletos, colecciones de canciones y almanaques. Colecciones de hierros de cobre, declarados antirrepublicanos, se fundieron para volver a ser utilizados con fines “cívicos”.
Se proscriben los hierros “feudalizantes”. Antoine Durand y Padeloup sintonizan las encuadernaciones de la Biblioteca Nacional de París con la estética revolucionaria recortando los escudos de una aristocracia caída en desgracia y poniendo en su lugar escuetos trozos de marroquín o de becerro sobre los cuales se grabaron los emblemas políticos de 1789. En algunos trabajos la cubierta deviene una especie de página en blanco apta para recibir la escritura de textos, como si fueran lapidarias inscripciones funerarias de la Roma augustea ( imagen izquierda). Estas palabras están en las cubiertas de los libros para probar que la Revolución amaba el mensaje escrito y que, respetándolo en grado sumo, lo concebía como vector de una revolución cultural.
Todo al servicio de una filosofía laica del derecho natural (con recuerdos de Hugo Grocio) contraria al tomismo eclesiástico, la universidad y la monarquía. ¿Qué leemos en estos libros sin abrirlos?Palabras como La ley, la Constitución, el rey aparecen junto a La nación, Unidad, Indivisibilidad, Libertad, Igualdad no señalan que acaba de nacer una nueva soberanía (la soberanía nacional) y que el monarca ha cedido su poder absoluto a la nación. También unión, fuerza, Libertad.... afirmaciones de que ha nacido una nación cuyos ciudadanos ya no están separados por las fronteras ni por las leyes nacidas de los particularismos locales. ¿Qué vemos? Símbolos o más bien imágenes-símbolos que aluden a un potente inconsciente colectivo, entre ellos el celebre ojo de la vigilancia de la imaginería masónica (ver arriba).
Otros de los temas favoritos es el de la Toma de La Bastilla (arriba), que alegoriza la liberación del pueblo francés. Sobre un ejemplar vemos la llegada de Luis XVI a París en una carroza. Además, fiestas revolucionarias (estudiadas por Starobinski). Vente, Bradel, Redon, Bisiaux, Doll y Mairet ejecutaron trabajos de pobre ornato y austeras materias sin nervios ni cabezadas. Se impusieron baratos y sobrios encartonados.
En este libro Brimo profundiza con escaso sentido crítico y mucha empatía con su tema en la retórica de estas imágenes. Un siglo después de su aparición las encuadernaciones de la Revolución serán objeto de burla por parte de ese irónico reaccionario amante de las peculiaridades heterográficas que fue Octave Uzanne: “Sobre las tapas de estos libros -escribió- aparecen leyendas capaces de hacer temblar a un carnicero”. "Los encuadernadores de 1789 cortan las cabezadas como si guillotinaran cabezas". Encuadernaciones -remacha- « de gusto vulgar, la manifestación de una bibliofilia oportunista, la ropa democrática propia de los sans-culottes ».
Uzanne no entendió que la ligatoria de 1789 fue el eslabón perdido entre el artista encerrado en su torre de marfil y el periodista. Acaso enlazan con la vida tanto como algunas de las cubiertas para libros diseñadas al final del siglo XX por Alberto Corazón. “Todo lo que hacemos los diseñadores –ha dicho no hace mucho- es relacionarnos con nuestro entorno y esa relación se expresa a través de objetos y de símbolos…que es lo que desde siempre se ha llamado cultura. El diseño puede considerarse como la herramienta que tenemos para relacionarnos con ese entorno”.
Uzanne no entendió que la ligatoria de 1789 fue el eslabón perdido entre el artista encerrado en su torre de marfil y el periodista. Acaso enlazan con la vida tanto como algunas de las cubiertas para libros diseñadas al final del siglo XX por Alberto Corazón. “Todo lo que hacemos los diseñadores –ha dicho no hace mucho- es relacionarnos con nuestro entorno y esa relación se expresa a través de objetos y de símbolos…que es lo que desde siempre se ha llamado cultura. El diseño puede considerarse como la herramienta que tenemos para relacionarnos con ese entorno”.
Las encuadernaciones revolucionarias tienden puentes entre dos extremos que nunca han hecho buenas migas: los potentes signos revolucionarios y los envites de una arte minoritario de corte tradicional y aristocratizante, es decir, que el libro de Brimo mete los gritos de la plaza pública en los gabinetes de los bibliófilos.
Albert Brimo, Les reliures de la Revolution Française, Editions Sun, París, 1988.
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