La pintura española del primer Renacimiento es una fuente inagotable y bastante desdeñada por los historiadores para el conocimiento de la encuadernación española. El pintor Pedro Berruguete (?-l503) observa en sus numerosas representaciones de libros el realismo flamenco y marca una leve transición hacia la estética del Renacimiento pleno por la vía del geometrismo. Los volúmenes de Berruguete consolidan la sensación de masa, destacan los valores táctiles y volumétricos, potenciados por la técnica del óleo, que, como ninguna otra técnica, traduce las cualidades del objeto y la plasticidad del espacio. Esta espacialidad y el acercamiento a la materialidad del libro provienen también de un uso equilibrado de las variantes lumínicas. La ornamentación de las cubiertas del libro se reproduce con gran fidelidad, sobre todo el oro, las telas ricas y los brocados de oro bruñido, punteado o esgrafiado, como posible reflejo de los gustos de los comitentes italianos para los que trabajó el pintor de Paredes de Nava, y de los gustos dominantes en Castilla en la segunda etapa de su carrera. La impresión de verosimilitud en la representación de la cubierta del libro deriva también de los contrastes fuertemente visualizados entre las zonas lisas e incisas, entre los espacios exentos y los gofrados o dorados, que provocan que el objeto-libro se proyecte en el espacio.
Berruguete reprodujo los libros con el cuidado y esmero de un artista que trabajó para uno de los mecenas más importantes del Renacimiento, Federico de Montefeltro (1422-1482), para cuyo Palacio de Urbino pintó, junto con Justo de Gante, parte de los veintiocho retratos del studiolo de este personaje conservados en el Louvre y en la Galería Nacional de Marcas de Urbino. El Retrato de aparato Federico de Montefeltro y su hijo Guidobaldo (1476) es una obra maestra "pintada del natural" a la que "sólo faltaba la vida" (Vespasiano de Bistucci). El lienzo tiene un doble significado: el Duque de Urbino lleva una armadura como Capitán General de la Iglesia y a la vez aparece sentado en un pupitre con un in-folio abierto frente a él, es decir, está retratado como hombre de armas y de letras. Detrás, con el brazo izquierdo apoyado sobre la rodilla de su padre, vistiendo un traje de seda amarilla recamado de perlas, se encuentra su hijo Guidobaldo da Montefeltro representado no sólo como heredero del Ducado —lleva un cetro con la palabra potere inscrita—, sino también como encarnación de los valores humanistas que dieron esplendor a la corte de su padre. La cabeza y el cuerpo del Duque están de perfil, alineados a la altura del pupitre y el libro. Detrás de este conjunto, escondida a la izquierda, se abre una habitación iluminada con un resplandor sobrenatural. Esta forma de iluminación, que inventó Van Eyck, sitúa el libro a contraluz, pero no lo suficiente como para no distinguir sobre su cubierta avellanada el brillo de los bollones y lo que quizá sean las armas ducales de los Montefeltro.
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