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El Greco, pintor de encuadernaciones



La pintura es una fuente de conocimiento de la encuadernación. El realismo renacentista no transforma la imagen del libro, no la sacraliza.  Esto no sucede siquiera en las últimas décadas del siglo XVI, cuando el manierismo realiza una  interpretación novedosa de la realidad objetual del libro  a pesar de que entonces la alteración de lo visible deja ya de someterse al armónico canon del humanismo racionalista clásico y prefiere inspirarse en un tipo de pulsiones más profundas, anuncio  de las turbulencias del Barroco.
     En estos años el gran pintor de libros en España es El Greco. Los libros cerrados que en España pintó  Domenico Theotokopoulos (Retrato de Fray Hortensio Félix de Paravicino, San Pablo)  no deben interpretarse como "un dibujo descoyuntado" (Ponz), como una anomalía visual (Beritens),   tampoco  fueron  la expresión pura de misticismo propia de un iluminado (Cossío); probablemente su relativa irrealidad derive del hecho de que su dibujo poco esbozado  ha dejado de depender de la fidelidad a la percepción sensorial (Julius Meier Graese), sino de las exigencias expresivas de la belleza ideal teorizada por Holanda y Miguel Ángel (Capilla Sixtina) cuando criticaron el realismo flamenco. Pero lo verdaderamente innovador en la imaginería de los libros pintados por Theotokopoulos es que los colores aparentemente irreales de las cubiertas, la sucinta delineación de contornos de motivos ornamentales que parecen con falsedad aventurados al azar no impiden reconocer uno de los estilos ligatorios españoles más difundidos en el Renacimiento: el estilo plateresco, practicado en talleres de Salamanca, Alcalá de Henares, Madrid, Medina del Campo, Valladolid, Jaén, Granada, Sevilla y también en Toledo, donde el Greco vivió y trabajó entre 1577 y l6l4

El Greco no dibuja en las cubiertas de sus libros las fantasías, follajes y targatas platerescas presuntamente inspiradas en los trabajos de orfebres y plateros lombardos, ni los elementos ornamentales de inspiración florentina, festones, medallas-busto, láureas, formas a candelieri, bucráneos y putti, aunque su formación italiana, y más concretamente veneciana por la vía de Tiziano, permite conjeturar que conocía bien estos motivos. Sí que toma en cambio del plateresco de la primera mitad del siglo XVI la técnica del gofrado, los trazados rectilíneos y la repetición seriada de motivos típicos de la rueda, que era la herramienta con la que se ejecutaban muchos de estos gofrados. El plateresco también inspira el diseño englobante, las calles de los encuadres, las formas alargadas de los filetes, todos los elementos que afirman la línea recta como categoría artística. Esta mimesis naturalista sustenta la representación de un estilo geométrico respetuoso, mediante un uso alterno de la repetición y los espacios en blanco, para con las leyes artísticas inherentes al código renacentista de la simetría y el ritmo.  En el cuadro que reproducimos   cita  la piel de becerro color avellana que recubría las tapas de las encuadernaciones platerescas en su color natural o bien los tonos castaños uniformes con marcas ligeramente tostadas o francamente oscuras de las huellas de los hierros que introducen cierta alternancia cromática. Es también aparente la ordenación y división del espacio rectangular de la cubierta con armónicas escansiones espaciales, que dan lugar a una composición regida por las leyes matemáticas de la medida vitruviana. Si en este cuadro no son visibles los hierros de follajes, los camafeos, los bustos, los trofeos militares, los escudos y candelabros, las cabezas humanas, sí que aparecen en cambio los recuadros delimitados por filetes y en general sus compartimentos concéntricos que enmarcan el espacio decorable a modo de frisos. El libro que sostiene San Lucas está cubierto por una encuadernación utilitaria, una encuadernaron "de biblioteca", corriente en el siglo XVI en los talleres relacionados con los libreros e impresores de Alcalá de Henares y Salamanca. Esta marca de biblioteca no sólo está subrayada por la utilización de la piel común de becerro castaño, sino también por el empleo del cartón o "papelón" en sustitución de las tapas de madera para conseguir cubiertas y libros más ligeros y por la ausencia de clavos y bollones.

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