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Rose-Marie Dath, Focillon y la Vida de las formas



A diferencia de lo que ocurre en pintura y en las demás artes plásticas, en encuadernación no   es posible   valorar  un  decorado   sin  determinar  las relaciones que guarda con el texto del libro que cubre. La encuadernación nace en y para un libro y sin él no es    sino un artilugio sin sentido. Hasta aquí lo incontrovertible.  Los desacuerdos empiezan cuando  se habla de la relación deseable que debe existir entre un texto y el decorado.   Sobre este asunto  hay tantas teorías como encuadernadores ( prueba irrefutable de que la encuadernación es, como ha dicho Jean de Gonet,  una actividad absolutamente egocéntrica).  Al final del siglo XIX  Marius-Michel, autor de preciosas encuadernaciones art nouveau, dijo que el decorado  debería  corresponderse o evocar (nunca describir) una idea dominante o una materia literaria del 
Marius Michel: maqueta de flora ornamental Art nouveau 
texto del libro. 










Nada más empezar el siglo XX Pierre 
Legrain, padre de todas las vanguardias,  dejó escrito  que una encuadernación  debería ser "un frontispicio que resumiera el alma del libro y preparara para su lectura con la elección de un matiz o de un signo". En vez de la representación de la flor, mejor la alusión “a la esencia de su perfume”. 



Encuadernación de Pierre Legrain 



Encuadernación   de Rose Adler 
Rosa Adler, adalid del déco en los años veinte,  dio por sentado que el encuadernador debería establecer “delicadas resonancias”entre texto y decorado. Emilio Brugalla, mentor hispano de un  eclecticismo afrancesado, dijo en la segunda mitad del siglo XX que el decorado tenía que “ponerse al servicio de una obra literaria para condensar su esencia mediante una combinación acertada de líneas y colores”. No hace mucho Ana Ruiz-Larrea,   a medio camino entre  el geometrismo   abstracto de La Cambre vandelveldiana y  las audacias del   último grafismo  francés, confesaba que la lectura  del texto le inspiraba "una atmósfera, un color, una materia".
Ana Ruiz-Larrea 

El  texto de un libro  objeto de interpretación formal.  Un problema difícil de aprehender.   El texto es, por su parte,  la plasmación  de una composición errática, su composición “siempre está acompañada de una  atmósfera de indeterminación” (Valéry). No parece razonable pedir al encuadernador que se  coloque a la altura de un  exégeta de los textos. Georges Leroux sí que lo fue de los  de los  poemas de Paul Éluard, René Char y de otros  surrealistas francesas. 

Encuadernación de Georges Leroux




Monique Mathieu de las poesías de Andre Frénaud.     Casos aislados. Las  respuestas que  los encuadernadores dan a este   problema       oscilan   entre la cita literal del texto y/o de sus ilustraciones, la alusión más o menos  evocadora o sinestésica  y la negación de   cualquier tipo de relación.

Aguatinta de Georges Rouault
Esta encuadernación de Henri Creuzevault del año 1947 cita los colores de la aguatinta que el  pintor Georges Rouault utilizó para ilustrar esta edición.  Es un buen ejemplo de encuadernación parlante de primer grado.    Cubre  Cirque de l´etoile filante (París, Ambroise Vollard, 1938).
  



















Hay con todo quien piensa que no se puede traducir un texto a decorado y que los intentos en tal sentido no pasan de elucubraciones sin fundamento, que el escritor y el encuadernador  habitan en mundos estancos, incluso  en mundos que compiten entre sí. Veamos el razonamiento:  la sensibilidad literaria  (pues toda encuadernación parte de  ella) selecciona tan solo  un fragmento de aquello de lo que,  según la famosa metáfora de Stendhal,  refleja el espejo que se pasea por el camino. ¿Qué  es,  a fin de cuentas,  de  entre lo mucho que se refleja en ese espejo lo que  el escritor selecciona para su texto ? ¿Qué es lo que de estos mismos reflejos  elige el pintor? ¿Qué el encuadernador?  El primero  agudiza sus atenas literarias, el segundo su sensibilidad pictórica y el tercero su sentido innato de lo ligatorio: los tres lo hacen  a partir  de una misma realidad subyacente pero sus  realizaciones divergen. El pintor tiene a su alcance matices de los que  carece el escritor, quien sin embargo  posee la ductilidad de la palabra y la fuerza expresiva de la metáfora pero al que sin embargo  falta la acuosidad  óptica de la acuarela de la que también carece el encuadernador, que  a su vez tiene a su alcance  la posibilidad de  dejar expresarse a la materialidad   de una piel de reptil (Rose  Adler), del caucho (Anne Goy),  de la piel de   animales marinos (Odette Drapeau), de la piel de cocodrilo (Tchékéroul), del maril (Philip Smith) . 




Estas diferencias obvias entre sistemas de comunicación diversos no ha arredrado a muchos encuadernadores. En esta entrada  queremos dar al lector un ejemplo   paradigmático  de interpretación por parte de una encuadernadora de arte siglo XX de un texto del siglo XX. 
La encuadernadora es la belga Rose-Marie Dath, una artista del libro formada con Jeannine Janssens en el Museo de Mariemont (Bruselas)  que entre 1965 y 2003 ha sido profesora de artes plásticas. Esta formación teórica y práctica simultánea explica la complejidad alusiva de sus decorados   para encuadernaciones donde  la serigrafía, el mosaico, líquidos herméticamente encerrados en las tapas y papeles marmoreados  elaborados con técnicas de reserva   han logrado traducir  sofisticados mensajes literarios.


Papeles de Rose Marie Dath 



La encuadernación de Dath  elegida  que reproducimos a continuación cubre la primera edición de La vie des formes (París, 1934), un  ensayo del historiador del arte y poeta francés Henry Focillon (1881-1943). Dath ha decidido que el decorado   de esta encuadernación  aluda al concepto de forma que  desarrolla en su libro el  autor galo. Para ello parte del axioma de  que los materiales utilizados en una encuadernación son portadores de un sentido y cree con Focillon que  en cuanto creadores de  forma tienen siempre un sentido.  Vamos a la argumentación de  Focillon:

“ Siempre sentiremos la tentación de dar a la forma un sentido diferente al que tiene y de confundir la noción de forma con la de imagen, que implica la representación de un objeto, y sobre todo con la de signo. El signo significa mientras que la forma se significa. Desde el día en que el signo adquiere un valor formal importante, este valor actúa con fuerza sobre el valor del signo como tal, puede vaciarlo o desviarlo, dirigirlo hacia una nueva y estricta forma de definición del espacio, pero la forma es también sugestión de otras formas".

Henry Focillon en una de sus clases


¿Cómo traducir a decorado la idea focilloniana de forma? –se pregunta Dath. ¡Ojo¡ No se pregunta solo ¿cómo decorar la cubierta de un libro? Para responderse, tras leer en Focillon que “el rasgo específico de las formas son la dimensión espacial y la composición material”, Dath ha inventado para su encuadernación un original dispositivo de componentes físicos  muy  tangibles: líquidos y materiales sólidos herméticamente encerrados  en  las tapas de la encuadernación.  La materias son   puntas de bolígrafos BIC que, en un espacio angosto de paredes rodeadas de poliéster, se desplazan como la arena depositada en un reloj de arena. También bolas de acero que,   dentro de las tapas, se deslizan rodando como las bolitas de los juegos de laberintos que debe llegar hasta el centro  del dédalo. Con el movimiento de las bolas  inducido  por pequeños imanes (Dath sigue aquí experimentaciones previas   de las encuadernadoras Sün Evrard y Maria-Pia Jousset) que evitan y provocan, según los casos, aglomeraciones inesperadas, la encuadernadora pretende sugerir formas diferentes a las que ve el espectador cuando   tiene la encuadernación delante. La encuadernadora asume  que la naturaleza de una encuadernación   no puede ser reducida a lo que es visible de ella, al decorado (si existe), siempre en todo caso a la materia, sino que además esta encuadernación para ser considerada tal debe englobar todas las articulaciones posibles de la materia y de la forma que la componen (Focillon dixit). 

Fíjense en las tres fotos de la cubierta de la encuadernación. Se han tomado en  tres momentos diferentes de cambio de posición del libro. 







Manipulándolo, la visibilidad de la tipografía del título (VIE DES FORMES) se aclara u obscurece en función de la posición y del movimiento del libro. ¿Porqué? Los líquidos introducidos dentro de las letras se desplazan por la fuerza de la gravedad y  moviéndose provocan sobre la cubierta del libro una ilusión óptica de cambio fluyente. Este efecto no se produce en cambio cuando la encuadernación se expone tras una vitrina (la vitrina impide manipular el libro) o cuando la imagen externa del libro  ha sido fijada estáticamente  por una cámara fotográfica (Susan Sontag y Rolan Barthes ya han analizado  las implicaciones de  esta congelación del movimiento, y del tiempo, en  la instantánea).Una materia y una forma en movimiento, porque "lo que sucede está sucediendo, no es una colección de paradas, es un movimiento de un vez". Tal es el desafío de Gilles Deleuze que Dath hace suyo : para describir el movimiento, para pensarlo, hay que hacerlo, para así enfrentarse a la metafísica antigua que Aristóteles definió como "el ser en cuanto ser", es decir, lo que  tiene de fijeza y estabilidad.
             Dath nos está  dando a entender  que el libro ha de ser manipulado porque su esencia formal consiste en ser leído y porque la lectura  es en todo caso movimiento, evolución, moción, paso de páginas, fuerza dinámica, una andadura   relacionada con el progreso en las ideas. Una afirmación ésta que marca sus distancias con la    bibliofilia  sepultadora de  volúmenes    en cenotafios con aspecto de biblioteca  inerme y presuntuosa.


Sin perder de vista el título de Focillon, que en este caso resume felizmente el argumento del libro, Dath quiere, por el contrario,  insuflar un  soplo vital a las formas, lo que es también para esta artista del libro una manera de     levantar  de su postración a una  actividad  como  es la de la encuadernación que, como realidad   ligada insoslayablemente al texto del libro, ella desea que avance como forma autónoma de arte. Dando así forma dinámica al libro encuadernado, no solo se rebela contra  una estética ligatoria que ha evolucionado  de forma poco satisfactoria desde los coptos en relación a las artes  mayores,   sino que además  proporciona un ejemplo acabado de las posibilidades de expresión que encierra la encuadernación cuando  consigue ser también  una retórica de la  transmisión de mensajes. Toda una declaración de principios.

 No es difícil entender la relación que tiene el mecanismo inventado por Dath con el título de la obra, ostensiblemente legible en la cubierta, y con la esencia eterna que tiene, según Focillon, la vida estética: la búsqueda de una perfección, la búsqueda personal del sentido que ha de emprender un espectador estimulado con este decorado para decodificar, discutir, poner en cuestión, interpretar y consecuentemente hacer vivir nuevas aventuras a la forma (Focillon dixit). Lo oculto en la encuadernación –líquidos, bolas de acero- es significante. La modernidad líquida de Zigmunt Bauman. La forma no se  para en sí misma, antes bien se propaga en la imaginación, o más bien el bibliófilo la considera una especie de fisura por la cual él  se asoma    hacia el reino de lo incierto, de lo que no  ha sido oído ni pensado, una multitud de imágenes que aspiran a dar al libro   un sentido poético que no aparece palmariamente a la vista del espectador cuando éste ve la encuadernación tras una vitrina.   Rose-Marie Dath  ha potenciado  en su decorado el pensamiento estético y poético de Henri Focillon.




Hace más de veinte años Mechthil Lobisch ironizaba sobre el hecho de que algunos de los grandes decoradores de libros del siglo XX repetían un mismo diseño para textos de temática diferente, incluso opuesta. Ante esto  no debe sorprendernos que la encuadernación contemporánea no deje de ser considerada por muchos arte aplicada al libro, de que solo en contadas ocasiones consiga ser encuadernación de arte y casi nunca logre ser arte de la encuadernación y sin embargo     ya  han pasado más de ochenta años desde que Rosa Adler escribiera que “el encuadernador moderno lo es porque está al servicio del texto. Quiere entenderlo, exaltarlo, darlo a entender….”
    




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