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La librería anticuaria: función cultural

Librería de Estanislao Rodríguez Posse en la calle  San Bernardo de Madrid según   dibujo   de Enrique Herrera  publicado en La Codorniz.  Herrera, asiduo asistente a las tertulias  de esta librería,  era coleccionista de ediciones ilustradas del Quijote, libros románticos, litografías y dibujos. Este dibujo ha sido cedido a este blog por la librería Rodríguez de Madrid

 No se ha apreciado en lo que vale el papel jugado por la librería anticuaria española en la difusión de la cultura literaria. Galdós mandó imprimir sus Episodios Nacionales en las imprentas de los libreros Miguel H. de Cámara y Hernando. Azorín, cuando aún era Martínez Ruiz, recurrió al librero, editor y distribuidor madrileño Fernando Fe y Gámez para publicar sus opúsculos Buscapiés (1894), Sobre la literatura española (1895) y Sociología criminal (1899). El autor alicantino nunca olvidó esta deuda: elogió la lectura de catálogos de librería, y, como bouquineur en París y Madrid, reconoció lo mucho que sus escritos debían a hallazgos bibliográficos casuales hechos en baratillos y en comercios ocasionales de libros antes que en las envaradas librerías que frecuentaban los bibliófilos. Al doblar el siglo XX,  eran  muchos los libreros que compaginaban las labores puramente comerciales de venta y distribución con la edición de escritos propios y ajenos, una tendencia que, iniciada en Madrid con Roque Labajos, Leocadio López y Agustín Durán, editor de Alarcón desde 1866, se confirmó con los bibliopolas Miguel Guijarro (publicó a Trueba, Pérez Escrich y Fernán Caballero), Pérez Junquera, Agustín Jubera y Victoriano Suárez (editor de Menéndez Pelayo, Pereda y Palacio Valdés).




Libreria Rodríguez de Madrid, especializada en tauromaquia. En la foto de arriba, colgando de la estantería, foto de la librería cuando estaba en la calle San Bernardo.

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