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Las pesadillas tecnológicas de Edgar Claes




Frére Edgar Claes (1953) es un encuadernador revolucionario. En su taller del monasterio de Denderleeuw (Bruselas)   ha utilizado materiales inéditos en encuadernación: policarbonato para las cubiertas, PVC para los lomos, poliéster.  Por si esto fuera poco, ha inventando un sistema  de sujeción y articulación del lomo  con  las tapas perfectamente adaptado a los materiales que utiliza. Pero hoy no queremos hablar de la técnica de sus encuadernaciones, sino de sus decorados sobre policarbonato conseguidos con pinturas destinadas a la industria del automóvil usando el aerógrafo y el grafógrafo acoplados al ordenador.

Fíjense en la foto de arriba. Sobre un fondo negro, un decorado constructivista de tonos pardos, beige, blanco y azul. Quizá una fábrica sin paredes  incrustada en una atmósfera de silencio que, sin embargo, desprende una energía electrizante, energía reforzada por las líneas rectas grabados con una fresadora: torres, tuberías, una chimenea-lomo con sus siluetas perfectamente delineadas gracias a la aplicación de lacas brillantes.


 Alejadas del  dinamismo tecnológico de Marinett, de la sátira optimista de Chaplin en Tiempos Modernos, las ruedas girantes,  trabazones sin acoplar,  engranajes y  máquinas desconstruidas de este decorado han sido integradas en un paisaje onírico  cercano al mundo silencioso de la Metrópolis de Fritz Lang. Para oír la "música" de los decorados de Claes, también la de  esta película expresionista alemana,  proponemos al lector que escuche   los ritmos sincopados de máquinas  que   Kraftwerk, un conjunto alemán de música electrónica los años 70, compuso como banda sonora de la   película de Lang.

Los decorados para encuadernaciones de Claes son paisajes gélidos y solitarios, alimentados por una fuerza irreversible, sólida e imperturbable. Faltan en ellos los hombres sojuzgados por las fuerzas del trabajo y el fatalismo que ideó Thea von Harbou, pero sí que está la fe leibniziana  en un mundo de objetos nuevos. La filosofía también es diferente: el intermediario entre  la mano del encuadernador y el cerebro no es el corazón, como sucedía en Lang, sino la razón constructiva.


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