Ramón Miquel Planas |
¿De qué́ libros nos está́ hablando Miquel? Sin duda de ejemplares de tirada limitada donde colaboraron un escritor y un artista grabador, de libros raros con signos visibles de su historia, con defectos de impresión, con marcas de personajes ilustres, de los que tenían anotaciones de antiguos poseedores, del autor, de comentaristas, de los que estaban cubiertos con encuadernaciones de arte. Pero esta idea hace pisar subrepticiamente a la bibliofilia el terreno cenagoso de una vacua artificiosidad que se desentiende de la raison d’ être de la invención del libro impreso, un artilugio orientado desde el siglo XV hacia la difusión de ideas y por ello con vocación natural hacia la tirada ilimitada. En 1620 Francis Bacon señaló́ que los caracteres, una vez colocados, están llamados a utilizarse en un número infinito de impresiones. ¿Es realmente bibliofilia un “amor al libro” solo fundamentado en la rareza del ejemplar? ¿No es está una invención perversa del mercado del libro de los siglos XIX y XX para revalorizar artificialmente el producto? ¿Porqué́ privatizar, confiscar, convertir en fetiches obras literarias cuyos autores no las concibieron en absoluto para servir al triunfalismo de una biblioteca exclusiva? Reza un aforismo de Lichtenberg: “Un libro es como un espejo: si un mono se mira en él, el reflejado no podrá́ ser un apóstol”.
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