Azorín: Bibliofilia y encuadernación
Nada más traspasar el umbral de la Casa-Museo Azorín de Monóvar (Alicante), el visitante siente que ha entrado en el ámbito de un escritor que amaba a los libros. Todo apunta hacia lo mismo. Primero, las imágenes de Martínez Ruiz: los retratos pintados por Genaro Lahuerta y Aureliano Beruete, los dibujos de Sorolla, Zuloaga, Vázquez Díaz, Sancha y Cañizares representan al escritor aureolado con las cualidades del hombre de letras. Después, las fotos de escritores , de periodistas, las litografías, incluso los muebles y los objetos personales nos remiten a un mundo literario concluso y autosuficiente. En las plantas segunda y tercera de esta casa se acumulan los libros. Es un conjunto bibliográfico impresionante formado por la biblioteca familiar -los libros del joven Martínez Ruiz- y la biblioteca personal que el escritor tenía en su casa de Madrid, en Zorrilla 21, poco antes de morir.
La biblioteca familiar o biblioteca de formación está formada por cuatro mil doscientos volúmenes, legado de José Soriano, Josefa Mestre, de los padres y hermanos de Azorín o procedentes del antiguo convento franciscano de Monóvar desamortizado. La biblioteca personal la conforman ocho mil ochocientos ocho volúmenes, sobre todo ediciones de clásicos subrayadas y glosadas con acotaciones marginales del puño y letra de Martínez Ruiz. Su buen estado de conservación, su meticulosa clasificación y la pulcra fijación de los tejuelos sobre algunos lomos pergamináceos indican que el dueño de estos documentos o quien los ha cuidado (durante muchos años lo hizo con gran celo Amancio Martínez Ruiz, hermano de Azorín) no sólo los ha leído sino que además ha hecho de ellos el centro de su vida.
Cuando, tras recorrer esta espaciosa mansión provincial del siglo XIX con balcones de hierro colado, el visitante sale a la calle e intenta recordar algo sobre Martínez Ruiz, viene primero a su memoria la imagen de pueblos inermes y melancólicos de desolado inmovilismo, después un estilo recortado, definido y limpio -el arcaísmo, el neologismo-, una vida y una obra largas, impresiones de un tiempo estancado, el perfil de un joven con “un paraguas de seda roja con recia armadura de ballena”… Después, los libros- algunos de ellos coinciden con los de las dos bibliotecas monoveras -, las citas de lecturas, las rebuscas en baratillos, las librerías, los libros sobre libros: Azorín lector profesional, Azorín erudito, Azorín excepcional crítico literario, bouquineur quizá antes que bibliófilo, en todo caso un bibliófilo singular…
Cada vez son más las estudiosos que hoy en España se ocupan de la llamada preceptiva bibliofílica. Francisco Mendoza Díaz-Maroto y Victor Infantes han hecho sendas aportaciones al estudio de la figura del biobliófilo. Faltan, sin embargo, monografías sobre la bibliofilia de nuestros escritores contemporáneos y algunos , como Unamuno, Rubén Darío o Baroja, bien las merecen. Juan Antonio Yeves lleva completando desde hace años el estudio de las relaciones de José Lázaro Galdiano y de los autores de “La España Moderna” con el mundo de los libros. E. Inman Fox, Roberta Johnson y Magdalena Rigual Bonastre, entre otros, han aludido a la bibliofilia azorinana. Dada la amplitud de la obra escrita por el escritor levantino, parece que el tema está aún muy lejos de haber sido agotado
Lo que sigue hace una aproximación genérica a la bibliofilia de José Martínez Ruiz repasando algunos de sus libros y artículos de prensa. Se han utilizado tres vías de investigación: 1) Descripción somera de sus ediciones y relación de sus principales editores. 2) Ilustración de portadas seleccionadas de sus libros. 3) Transcripción de textos azorinianos de i interés bibliofílico divididos en tres apartados: lecturas, entornos del libro y bibliofilia.
Azorín y la lectura: sus autores predilectos
Hablar de las lecturas de Azorín es hacerlo también de las de sus personajes de ficción. El autor levantino pone en boca de sus trasuntos literarios lo que ha leído en sus clásicos redivivos o en sus autores descubiertos. Yuste, personaje principal de “La voluntad”, expone ideas de Schopenhauer y Montaigne; Lasalde habla unas veces como el utopista Tomás Moro, otras con la sentenciosidad conceptista de Baltasar Gracián. Puche desarrolla conceptos de la Biblia. Oláiz se expresa como los personajes de Baroja. Un anciano de pelo canoso pero de curiosidad joven se convierte en el portavoz del federalismo republicano de Francisco Pi y Margall. En “Antonio Azorín”, Verdú es Amat y Mestre mientras que Sarrió se pone en la piel de Silverio Lanza.
Las lecturas de José Augusto Trinidad Martínez Ruiz (1873- 1967) y de sus trasuntos han sido minuciosas y reflexivas y, como las de Bouvard y Pécuchet, copiosísimas y variopintas. A diferencia de las de los dos personajes de Flaubert, muy provechosas. Azorín describe en uno de sus muchos “alter ego”, Antonio Azorín, lo que seguramente es pasión propia por la lectura indiscriminada: “Azorín lee en pintoresco revoltijo novelas, sociología, viajes, historia teología, versos… Él no tiene criterio fijo, lo ama todo, lo busca todo”.
¿Qué autores lee Azorín ? En su juventud a Darwin, Spencer, Ruskin, Kroptokin y Taine (autores traducidos en “La España moderna”), después a Schopenhauer, Montaigne y Nietzsche (en “Diario de un enfermo” (1901) alimentan su escepticismo y pesimismo), a afrancesados como Moratín, Larra, “Fray Candil”, la Pardo Bazán, Clarín y Bonafoux. A continuación a La Rochefoucauld, La Bruyère, Pascal, Montesquieu, Flaubert (Azorín es un “bovarista”), Stendhal, Verlaine, Renan, los hermanos Goncourt, Regnard, Rollinat (Azorín conoce bien la literatura francesa). Viene después la poesía de Leopardi, la filosofía de Kant, Berkeley, Lucrecio, Platón, Moro, Campanella, Lamarck, Nietzsche y el padre Vitoria. Lugar preferente, como noventayochistas o precursores, ocupan Ángel Ganivet, Pio Baroja y Silverio Lanza . Además, Ceballos y Vélez, Georges Rodenbach, Faure, H. Hamon, Guyau, Max Stirner, Max Nordau, Tarde, Oller, Ruiz Contreras, Pompeyo Gener, Santos Álvarez, Martín Luque, José Ixart, González Serrano, Eduardo Soler, Pedro Dorado Montero y Jorge Santayana. En su obra dramática, desde el comienzo de "Old Spain" (1926) hasta "Farsa docente" (1942), se trasluce la lectura de Maeterlinck, Ibsen, Pirandello, Cocteau, Meyerhold, Pittoeff, Lenormand y Giradoux. Lee también a autores relegados, que da a concer : José Mor de Fuentes y José Somoza y Muñoz (1781-1852). Están los clásicos, bien asimilados, leídos e interpretados, los curiosos, los raros, los olvidados y los excéntricos.
¿Qué ideas extrae Azorín de sus autores predilectos? De Montaigne sus ideas sobre la educación de los niños, su aprecio del dominio de las pasiones y su “ concepción ondulante, flexible, circunstante y contingente de la vida”. De Schopenhauer, cuyos libros están en su biblioteca, Yuste toma la equiparación del mundo con la representación del mundo. El filósofo alemán también le imbuye la imagen del artista-filósofo. Baudelaire le transfiere el aura del poeta-filósofo. Giacomo Leopardi, cuyos “Canti” admira, le insufla el arte de evocar las sensaciones y la idea de considerar el tedio o “noia” una suerte de éxtasis místico. Darwin y Taine, el determinismo de la herencia y del medio ambiente: en “La Ruta de Don Quijote”, como el Unamuno de “En torno al casticismo”, Azorín presenta la personalidad de Alonso Quijano como producto del ambiente físico llano y monótono de La Mancha, donde “la fantasía se echa a volar por estos llanos”. Spencer, Ruskin, Carlyle y Nietzsche le transmiten la importancia de la investigación científica y del empeño artístico. Las ideas sociológicas de la escuela italiana de Lombroso, Garófalo y Ferri, autores publicados en “La España Moderna”, están muy presentes en “Sociologia criminal” (1899)
Hegel y Bergson le comunican sus inquietudes por la naturaleza del tiempo y de la historia. Georges Rodenbach le inspira la descripción de las viejas ciudades de provincia, la tópica simbolista de la ciudad muerta. Maurice Maeterlinck, la metafísica de los sucesos y cosas de apariencia irrelevante. Antes de la publicación de “La voluntad”, la claridad de estilo y sobriedad ática de “Anarquistas literarios” (1895) debe demasiado al periodismo republicano de Francisco Pi y Margall, uno de los principales referentes intelectuales del joven Azorín.
“Azorín es un gran lector –escribe Alfonso Reyes- . Es, desde luego, el único que ha sabido leer a los clásicos… A veces escribe porque lee y a veces escribe lo que lee. Su caso recuerda al joven Stevenson, que acostumbraba a salir al campo con un libro en el bolsillo izquierdo, para leer, y un cuaderno en blanco en el derecho, para escribir. Y creemos, con una adivinación maliciosa, percibir en su cara un ligero gesto de despecho cuando “Le Maître” se le anticipa llamando a su libro Al margen de los viejos libros. Azorín siente que esta denominación le pertenece y hace bien en reivindicar el título para su obra”.
Pero Azorín no sólo hace suyas las ideas que ha leído en los clásicos, no es sólo un lecto-escritor de los autores de siempre, sino que, además, en perfecta simbiosis con su legado, escribe como ellos –como Zabaleta, por ejemplo- apropiándose de su modo de construir la oración y de su léxico. Por otra parte, asume la perspectiva, el modo de ver el mundo que tienen los autores que llenan su biblioteca.La lectura azoriniana no sólo mimetiza los contenidos sino también los estilos literarios y los puntos de vista de los autores predilectos.
Pero Azorín no sólo hace suyas las ideas que ha leído en los clásicos, no es sólo un lecto-escritor de los autores de siempre, sino que, además, en perfecta simbiosis con su legado, escribe como ellos –como Zabaleta, por ejemplo- apropiándose de su modo de construir la oración y de su léxico. Por otra parte, asume la perspectiva, el modo de ver el mundo que tienen los autores que llenan su biblioteca.La lectura azoriniana no sólo mimetiza los contenidos sino también los estilos literarios y los puntos de vista de los autores predilectos.
“El libro se interpone entre la realidad y nuestra sensibilidad, entre el hecho y la comprensión. En un lugar placentero –paisaje, monumento, museo, catedral-, apenas entramos en contacto con la realidad surge el recuerdo del libro famoso que ha fijado un aspecto de esa realidad, y que, velis nolis, nos la impone”. Para Azorín el libro es un mediador primordial en el conocimiento humano y un elemento configurador de diferentes clases de realidades. En las autobiografías “Valencia”, “Madrid” y “Memorias inmemoriales” lo narrado mimetiza la experiencia. En las obras superrealistas de los años 1928-1930, en cambio, esta narración no coincide con la experiencia, sino que es la descripción del acto mismo de conocer.
Lo que escribe Azorín a menudo está condicionado por la conciencia artificiosa que él ha adquirido de la realidad a través de la lectura. ¿Son reales sus fondas, catedrales, casinos destartalados de pueblo, paisajes, ciudades vetustas o interiores de casas levantinas? ¿No es Azorín más bien un refundidor ficticio de pasados y presentes literarios? ¿No están incluso sus recuerdos más reales teñidos por la otredad literaria? : niñez en Monóvar y Yecla, evocaciones de Valencia, Salamanca, Segovia, relato de la bohemia periodística de fin siglo, encuentros con Mariano de Cavia, Ortega y Munilla y Clarín, exilio en París...
En las colaboraciones de Azorín en la ultravanguardista “Ddooss” y en la “Gaceta literaria”, de Giménez Caballero, lo vivido también queda sepultado bajo la epistemología. No sólo lo vivido, sino a veces también la información extraída de obras literarias o históricas, de enciclopedias, de diccionarios y libros de viaje –son éstos una de las lecturas favoritas de Martínez Ruiz- ha pasado por el tamiz de una artificiosa elaboración conceptual. Tras la congelación de la realidad por el dato bibliográfico, que observamos en libros como “Félix Vargas” y “Blanco y Azul”, el automatismo psíquico dispara la asociación mental hacia las direcciones que marca la estética del 27 y las fugaces intuiciones de Ramón Gómez de la Serna.
Primera edición de Superrealismo en Biblioteca Nueva. Las cubiertas son tersas, una vestidura aséptica, de laboratorio, que dio forma sensible a la vanguardia de los años 1920. |
Lo que escribe Azorín a menudo está condicionado por la conciencia artificiosa que él ha adquirido de la realidad a través de la lectura. ¿Son reales sus fondas, catedrales, casinos destartalados de pueblo, paisajes, ciudades vetustas o interiores de casas levantinas? ¿No es Azorín más bien un refundidor ficticio de pasados y presentes literarios? ¿No están incluso sus recuerdos más reales teñidos por la otredad literaria? : niñez en Monóvar y Yecla, evocaciones de Valencia, Salamanca, Segovia, relato de la bohemia periodística de fin siglo, encuentros con Mariano de Cavia, Ortega y Munilla y Clarín, exilio en París...
En las colaboraciones de Azorín en la ultravanguardista “Ddooss” y en la “Gaceta literaria”, de Giménez Caballero, lo vivido también queda sepultado bajo la epistemología. No sólo lo vivido, sino a veces también la información extraída de obras literarias o históricas, de enciclopedias, de diccionarios y libros de viaje –son éstos una de las lecturas favoritas de Martínez Ruiz- ha pasado por el tamiz de una artificiosa elaboración conceptual. Tras la congelación de la realidad por el dato bibliográfico, que observamos en libros como “Félix Vargas” y “Blanco y Azul”, el automatismo psíquico dispara la asociación mental hacia las direcciones que marca la estética del 27 y las fugaces intuiciones de Ramón Gómez de la Serna.
Portada y contraportada de la biografía que Ramón Gómez de la Serna dedicó a Azorín en 1930. En la foto Ramón enseña a Martínez Ruiz la primera edición. |
La bibliofilia de Azorín: la bagatela bibliográfica y los clásicos redivivos
Para describir los rasgos externos de la bibliofilia de Azorín hay que repasar su biografía. Sus estudios de bachillerato como interno en el Colegio de los P.P. Escolapios de Yecla, hacia 1880, no han favorecido precisamente la inclinación natural hacia la lectura de ese niño hipersensible que es Martínez Ruiz.
A lo largo de los diez años de estudios discontinuos de Derecho en las facultades de Valencia, Salamanca y Granada, ha conocido al penalista Dorado Montero, frecuentado las librerías de Valencia y escrito una estimable “Sociología criminal”, prologada por Pi y Margall (1899), uno de sus maestros de juventud, pero su aprecio por el libro considerado como objeto no alcanza todavía en él la intensidad afectiva que reviste su inclinación por la lectura, una pulsión apenas contenida . Después, desde 1902, convertido en lector y escritor profesional (siempre está el periodista), la bibliofilia azoriniana se desarrolla con rasgos crecientemente definidos. ¿Es posible caracterizarla?
A lo largo de los diez años de estudios discontinuos de Derecho en las facultades de Valencia, Salamanca y Granada, ha conocido al penalista Dorado Montero, frecuentado las librerías de Valencia y escrito una estimable “Sociología criminal”, prologada por Pi y Margall (1899), uno de sus maestros de juventud, pero su aprecio por el libro considerado como objeto no alcanza todavía en él la intensidad afectiva que reviste su inclinación por la lectura, una pulsión apenas contenida . Después, desde 1902, convertido en lector y escritor profesional (siempre está el periodista), la bibliofilia azoriniana se desarrolla con rasgos crecientemente definidos. ¿Es posible caracterizarla?
Es ante todo una bibliofilia no premeditada que, como describió Balzac en el "Primo Pons" , depende de “las piernas del ciervo, el tiempo de los flâneurs y la paciencia del israelita”. Es una bibliofilia arogramática, fiel correlato del tipo de lectura que practica Azorín: libérrima, autodidacta, de poca deliberación y recelosa de la filtración que imponen las instituciones transmisoras: el colegio , la universidad y la biblioteca pública.
Antes del hallazgo material del objeto, el primer estímulo que guía a Martínez Ruiz hacia el libro y su lectura viene con frecuencia de lo transmitido por una persona mediadora. Aquí son muy reveladores sus encuentros con Eduardo Soler y Pérez, el doctor Moliner, el doctor Más (“me prestó los primeros libros nuevos extranjeros que yo leí”), con Clarín en la redacción de “El Progreso”(1897), con Baroja, con los catedráticos Pedro Dorado Montero y Miguel de Unamuno a los que conoce en la universidad de Salamanca, con Fernando Fe, con quien departe en las tertulias de su librería de la Puerta del Sol, con Benavente en el Café Levante… .
Azorín prologa las poesías de su amigo Baroja |
Pero este camino hacia la bibliofilización completa que recorre Azorín a lo largo de su vida no solo arranca del estímulo fortuito de las personas, sino sobre todo de otro tipo de azar: el hallazgo de un volumen decisivo en un lugar inopinado. “Los más afortunados efectos de mis libros –escribe- se deben a la causalidad de haber encontrado en un puestecillo un determinado libro. Puedo decir que este u otro capítulo de un libro mío –capítulos celebrados por la crítica-, no existirían si tal día, en vez de hacer sol, hubiera llovido, y no hubiera podido dar el paseo que me permitió encontrar un libro en el que basé la urdidumbre de tales capítulos. Y no fragmentos, sino libros enteros que yo he escrito se deben al azar”.
Azorín ojeando libros en los muelles del Sena. Fotografía de Sebastián Miranda (1938). |
La bagatela bibliográfica, los orteguianos “ primores de los vulgar”, revelan a Martínez Ruiz los detalles aparentemente insignificantes pero para él realmente transcendentes del proceso evolutivo de la cultura humana (Azorín ha leído a Darwin) mucho más que las obras de gran calado literario. La minucia literaria colabora a la descripción de la “intra-historia” de España (Unamuno) y conforma un gusto innovador común en los autores del 98, exhaustos, según Azorín, de la totalizadora omnisciencia de sus predecesores Clarín, Pardo Bazán, Palacio Valdés y Galdós. Siguiendo “La Fanfarlo” de Baudelaire, el poeta-filósofo monovero glorifica lo vulgar, halla poesía en las cosas olvidadas, en los libros arrumbados: “Yo creo que el alma del Universo tiene sus irradiaciones en las cosas. No hay ninguna cosa vulgar como no hay ningún ser despreciable”. “En muchos de estos libros anodinos, vulgares, humildes suele estar el verdadero espíritu de un pueblo, la erudición especial inconfundible que ha de ser formada lentamente a lo largo de los años y que exige un trabajo personal constante”, escribe en un artículo de "La Vanguardia" de 1912.
Antonio Machado, a quien Martínez Ruiz dedicó “Un pueblecito”, le escribe una carta de agradecimiento: “ Vd. nos descubre a los más bellos desconocidos entre los viejos libros que nadie lee”. Son muchos los textos azorinianos que celebran los libros olvidados en los desvanes de los anticuarios, en los tablones de los libreros de lance o en las barracas del Rastro: “ Aquí, en la trastienda del Rastro, hay una barraca de libros viejos, y a ella viene los domingos Antonio Azorín, a sentarse un rato, mientras curiosea los sobados volúmenes” .
Las divagaciones de “Un pueblecito” parten del hallazgo en la feria de libros de Madrid de los dos tomos de un texto titulado “Sentimientos patrióticos o conversaciones cristianas” escritos por un desconocido cura de aldea llamado Bejarano Galavís y Nidos (Madrid, 1791) . El prologuista de “La voluntad” utiliza como fuente informativa un diario manuscrito inédito del puño y letra de Juan Martínez Carpena, tío de Martínez Ruiz: “Apuntes para la Historia de las obras de la Iglesia Nueva de la Villa de Yecla. 1854”
No sólo los raros recuperados por el hallazgo indeterminado alimentan la bibliofilia azoriniana: vivir la literatura clásica española no como arqueología prestigiosa sino como experiencia de lo Eternamente Repetible (Nietzsche) le permitió en un libro como “Castilla”(1912) extrapolar hacia su escritura el mundo concluso de “La Celestina”, “La Ilustre fregona” y “El Lazarillo de Tormes”. En “La Ruta de don Quijote” (1905) y “El Licenciado Vidriera” (1915) hace Azorín una evocación pretérita de unos personajes cervantinos que cobran vida y forman parte del relato. Este redescubrimiento de un libro suele venir acompañado de la revaloración de autores que, cuando Azorín escribe, no habían sido valorados correctamente, pues estamos hablando de una época en la que todavía las ediciones de los clásicos no circulaban con facilidad de hoy o si lo hacían era en ediciones poco manejables como era la Biblioteca de Autores Españoles, de unos años en los que aún no se habían difundido mucho las ediciones de los clásicos castellanos dirigida por Francisco Acebal en la que colaboraron Menéndez Pidal, Américo Castro, José Montesinos, Federico Onís y otros.
Con esta crítica impresionista convive la crítica literaria profesional. Azorín es una figura central dentro de la cultura española del siglo XX para la difusión de la información sobre libros de otros. Según Paulino Garragorri, sus ensayos recorren el ciclo completo de la historia literaria española. Inman Fox ha detallado sus descubrimientos y sus aportaciones . En una etapa inicial de rebeldía iconoclasta y anarquista (firma sus artículos con el seudónimo "Ahrimán", el dios persa de la destrucción) emite juicios despiadados y punzantes sobre escritores y periodistas, incluyendo crueles invectivas contra Joaquín Dicenta, Balart, Campoamor… El enfant terrible de “Buscapiés” (1894), “Anarquistas literarios” (1895), “Notas sociales” (1895), “Charivari” (1897) y “Pécuchet demagogo” (1898) deja de serlo cuando, en 1913, inaugura una etapa de reflexiones académicas y moralizantes sobre el mundo de las letras que produce obras clásicas e imperecederas en la historia de crítica literaria española: son los comentarios “al margen de los clásicos”.
El lector hallará un compendio del "manual" azoriniano de la literatura española en sus obras "Lecturas españolas" (1912), "Clásicos y modernos" (1913 ), "Valores literarios" (1914 ) y "Al margen de los clásicos" (1915), donde Martínez Ruiz equilibra una portentosa erudición literaria con la búsqueda en el autor clásico -Arcipreste de Hita, Santa Teresa, Fray Luis de León, Lope, José Somoza, Mor de Fuentes- de indicios reafirmadores de su propia sensibilidad artística, de elementos que confirmen una emoción estética prexistente, el "sinfronismo" de Ortega: estilo sencillo y preciso, interés por los detalles anodinos, descripciones paisajísticas, melancolía por la fugacidad de las cosas...
Azorín traductor, prologuista, epistológrafo y asesor editorial
Azorín crítico impresionista, Azorín crítico académico. Hay también un Azorín traductor, prologuista y epistológrafo. Algo menos conocido: Azorín asesor editorial. Múltiples formas de relacionarse con el libro que convierten a lo que toca en una reflexión constante sobre las posibilidades comunicativas de la cultura escrita. La nómina de los autores traducidos refleja su evolución ideológica, del mismo modo que los prólogos y epílogos dedicados a libros de escritores amigos nos hablan de una dilatada peripecia intelectual de afinidades variopintas. Sus opiniones acerca de libros ajenos también se traslucen en los títulos que elige cuando, entre 1913 y 1916, el editor escocés Thomas Nelson le ofrece la dirección literaria de su colección de autores hispanos. En estos pequeños tomos de encuadernación azul y blanca y nítida tipografía aparecieron bajo los auspicios de Martínez Ruiz títulos como “Amor de perdición”, de Castelo Branco (con prólogo del propio Azorín), “Tristam Shandy”, de Laurence Sterne, “Los Roquevillard”, de Henry Bordeaux, “Nieve sobre las huellas”, también de Henry Bordeaux (con prólogo de Azorín), “Jack”, de Alphonse Daudet e “Introducción a la vida devota”, de San Francisco de Sales.
Dos encuadernaciones de la editorial Thomas Nelson. Entre 1913 y 1916 Azorín fue el director cultural de esta empresa escocesa y prologó algunos de sus libros. |
Textos de tema bibliográfico de José Martínez Ruiz.
Son muchos los textos azorinianos que nos hablan de las poliédricas afinidades que su autor mantuvo con los libros y la lectura. El escritor propone un programa sobre el buen uso de los libros: hay que huir -nos dice- de los que impiden reflexionar, de los que son inútiles, nocivos (locura de Alonso Quijano, delirio de Madame Bovary) o dogmáticos ( escepticismo del Montaigne lector) . Se hace estas preguntas: ¿Cómo y qué ha de leerse? ¿Qué en la niñez, qué en la madurez y en la senectud? . Adelantándose a Walter Benjamin, Harold Bloom y Roger Chartier, establece la dicotomía lectura silenciosa- lectura en alta voz para decantarse por la segunda . Propone diferentes modos para seleccionar los libros y reflexiona sobre la finalidad de la lectura .
También hallamos en muchos de sis textos la divagación sobre la influencia del entorno físico y psicológico en el trabajo intelectual. Es un recuerdo del determinismo biológico de Taine, Lombroso y Darwin.
Otros textos describen los entornos del libro y la lectura. Son artículos de periódico o de revista donde la erudición bibliófila convive con el costumbrismo romántico (una influencia de Baroja) . Como Apollinaire, Anatole France, como Rubén Dario y el mismo Baroja, los cuatro asiduos paseantes de las dos riberas del Sena entre los “bouquinistes”, Azorín reflexiona sobre la compra de libros, los libreros de viejo (los del Ministerio de Fomento, los de las verjas del Botánico y los de los “quais”), las ferias de libros y la lectura pública. En otro texto (¿lo leyó Rodríguez Moñino?) ensalza la lectura de los catálogos de librería. Erudición, apasionamento bibliófilo y una ingenua curiosidad poco controlada acercan estos textos a Barbey d´Aurevilly y Nerval.
Las lecturas inútiles: en la Biblioteca del Ateneo
— Yo no quiero decir –peroraba- que el diminuto filósofo haya tomado un horror invencible a los libros. El pequeño filósofo es un sutil erudito y un bibliógrafo expertísimo; pero esta misma experiencia de los libros grandes y chicos le ha llevado a un prudente escepticismo respecto a las cosas que los hombres escriben y publican. Y ahora anda predicando una saludable reacción contra esta manía libresca que infecta a los jóvenes del momento; contra esta fe excesiva, abrumadora, paralizadora, en la razón escrita y catalogada.
¿Por qué esta confianza en los libros? ¿Por qué hacer depender nuestra ventura o nuestra infelicidad de unas páginas secas y abstractas? Hay, efectivamente, una cierta inquietud, una cierta ansiedad, algo como una desorientación irreparable en las generaciones actuales, que no proviene sino de este excesivo y atropellado devoreo de libros. Y figuráos en cómo con este abuso de lecturas, la abstracción va reemplazando a la realidad, es decir, a la vida, y cómo vamos perdiendo poco a poco el sentido de lo natural y de lo humano-
Y uno de los amigos me ha preguntado:
-Según todo lo expuesto, ¿debemos condenar los libros?
-Según todo lo expuesto, ¿debemos condenar los libros?
No -he contestado-; los libros son excelentes, pero debemos tener siempre presente una gran máxima, que nuestro Balmes trae en su lógica: “Non multa sed multum” —dice el filósofo—, se ha de leer mucho, pero no muchos libros.”. Y así tendremos ideas claras, sólidas, precisas y coherentes de las cosas".
(Las confesiones de un pequeño filósofo, 1904)
Le lectura en la juventud y en la vejez.
“La lectura no es lo mismo a los veinte años que a los sesenta. El joven lo lee todo. El anciano no lee sino lo que lee. El joven lo lee todo y de todo aprovecha poco. El anciano lee poco y de lo pocoque lee lo aprovecha todo. Con la edad las lecturas se van reduciendo. Decía un filósoflo que lo grave es saber no lo que se ha de leer, sino lo que no ha de ser leído. Reduce sus lecturas a lo selecto del mundo. Solo los grandes autores merecen su atención. Ve entonces en ellos lo que no veía a los treinta años"
Maneras de leer: en voz alta o en voz baja.
"¿Cómo se debe leer: en voz baja o en voz alta? Se da mucho precio al modo de leeer en voz alta. Se recomienda que se sepa leer en alta voz. Nunca –lo confesamos- hemos dado importancia a la lectura en alta voz. La voz modifica el texto. Según sea la voz- bronca o suave, rápida o lenta- asi será lo que se lea. La voz preforma la prosa o el verso. ¿Y qué sabemos nosotros de la forma ideal que el autor imprimió a su verso o a su prosa? ¿Ahí están el verso o la prosa para leerlos calladamente, con el intelecto, no para declararlos. Una lectura en voz alta será siempre una declamación. ¿Y qué terrible es declamar unos versos de Jorge Manrique, o de Villon o de Bécquer, o de Verlaine o de Rubén Darío! Lo que ha pasado en forma tenuísima del sentimiento a las cuartillas es ahora dicho con voz distinta y preciosa. Es un verdadero martirio el exteriorizar ciertos matices psicológicos. El efecto del poeta o del novelista queda truncado. El verdadero lector, el lector no profesional, leerá siempre en voz baja”.
Lectura en el Casino de Monóvar: la palabra escrita y los sentidos.
“En primavera, con flores en el jardín, con la viva y suave luz de Levante, se gozaba leyendo: el silencio armonizaba con la luz y con las flores. La lectura depende siempre del sitio donde se lee y de la disposición (humor) de quien lee Marcel Proust ha escrito un largo ensayo sobre la lectura, pero lo más curioso que yo he leído es lo que dice Schopenhauer. Y esto es, en resumen: “Cuando hagamos una lectura precipitada, no creamos que no nos aprovecha; siempre queda en nosotros, en nuestra sensibilidad, alguna semilla, que germinará en su momento”. Horas deliciosas aquellas de la juventud, de mi juventud, en el casino de Monóvar, con silencio, con jazmines, con sosiego y… con una vida por delante".
(Agenda, 1959)
Madrid, guerra civil (1936): Azorín renuncia a la lectura
Tema recurrente en los textos azorinianos es la influencia del medio físico y entorno psicológico en el trabajo intelectual, un recuerdo del determinismo biológico de Taine, Lombroso y Darwin. En un texto poco conocido, de tono inusualmente dramático, escrito en 1939 al poco de terminar la guerra civil, Azorín justifica su derecho a exiliarse a París ante la imposibilidad de trabajar en Madrid, donde, de permanecer, temía correr la misma suerte que sus amigos Ramiro Maeztu y Pedro Muñoz Seca (ambos asesinados) o que su cuñado Ciges Aparicio ¿Debería haberse quedado en la capital bombardeada de 1936 quien “sólo estaba acostumbrado a ver pasar las nubes” (María de Maeztu), quien “está siempre viendo ascender nubes y venir rebaños (Gómez de la Serna)? En la ciudad del Sena escribe cuentos que publica bajo el título de “Españoles en París”, “Cavilar y Contar” y “Pensando en España”. En Madrid no podría haberlo hecho. Terminada la contienda y de vuelta a Madrid, se le acusó de tránsfuga, el ministro Gabriel Arias Delgado le prohibió escribir en los periódicos, prohibición que no se levantó hasta 1941, y se bloquearon las cuentas de su editor José Ruiz- Castillo.
"El lector que no haya vivido en el peligro unos días, unos meses o unos años, no podrá imaginar fácilmente cuál es el estado de sensibilidad en este tiempo. La vida se hace más sutil. No pensamos en nada que sea ajeno a la situación en la que nos hallamos. No podemos leeer, ni podríamos escribir, sin hacer un esfuerzo penoso… En todo se ve ocasión de complicaciones peligrosas… En estas situaciones de espera trágica, los desastres suceden a los desastres… Y al final, cuando las aflicciones se acumulan sobre el doliente, le advertimos que en el fondo de nuestra alma renunciamos ya a todo: al mundo, a los recuerdos dilectos, a los libros, a los paisajes, a la libertad y a la vida.”
(“La vida en peligro”, La prensa, 1-X-1939)
Multiplicación de los públicos lectores
"Cuando me hablan de gentes que llegan y de gentes que fracasan sonrío… Fíjate en que hoy el público ha cambiado totalmente; no hay público, sino públicos, sucesivos, rápidos, momentáneos. Un público antiguo era un público de veinte, treinta, cuarenta años… vitalicio. La lectura estaba menos propagada, no había grandes periódicos que en un día difundían por toda la nación un hecho; se publicaban menos libros: eran menos densas y continuas las relaciones entre los mismos literatos, y entre los literatos y el público. Así un autor que lograba hacer conocido su nombre, era ya un escritor que permanecía en la misma tensión de popularidad durante una generación, durante veinte, treinta años.
Registra nuestra historia literaria en busca de lo que hoy lamamos fracasados: no los hallarás. En cambio, hoy la duración de un público se ha reducido, y así como antes la longitud de un público emparejaba, sin faltar ni sobrar apenas, con la longitud de la vida del escritor, hoy cuatro o seis longitudes de público son precisas para una de escritor…”
(La Voluntad, 1902)
Elogio de los catálogos de libros
En este texto Martínez Ruiz ensalza la lectura de los catálogos de librería. ¿Ha leído el "Catálogo de libreros españoles" (1661-1840) del Rodríguez Moñino?:
¿Sabe Azorín de los catálogos de Ramírez de Prado, Arce, Francisco Manuel de Mena, Salvá, Hidalgo, Vindel, Palau y Gustavo Gili? ¿Sabe de los estudios sobre la historia de la librería española de Cristóbal Pérez Pastor, Elena Amat, Joaquín Entrambasaguas, Ossorio y Bernardo y Emilio Cotarelo?
"Y lo que más place a nuestro amigo es la lectura de los catálogos. Los catálogos tienen un encanto especial. Se pueden leer por el principio, por el fin o por el medio. No es preciso que guardemos orden en su lectura. Y luego un catálogo es la obra más espléndida de imaginación. Ni novela, ni poesía, ni drama, ni historia fabulosa suscita y enciende la imaginación más que los catálogos. Los catálogos más admirables son los de los libros. Quien ame apasionadamente los libros encontrará en un catálogo, a cada paso, motivos de sorpresa, de asombro, de codicia, de pasmo y de admiración. Este libro que se anuncia en el catálogo que tenemos entre las manos, ¿es realmente la edición que codiciamos? De tal obra existe una edición fraudulenta; hay también una edición del mismo año que la que nosotros ansiamos; pero con una variante de importancia, Además, en esta edición anunciada, ¿estará el retrato del autor y la tasa y la fe de erratas que en algunos ejemplares se ha suprimido? Y nuestros dedos van pasando las hojas del catálogo seguidamente. Deploramos que la descripción que se hace de los libros sea tan sucinta. Quisiéramos que los libros se describieran y extractaran de tal modo que no fuera necesario comprarlos".
Lo sensorial de una encuadernación, la observación de los colores exteriores de un volumen, la visión de un nimio detalle de su apariencia llevan al observador a la idea poética que contiene ese libro. La amarillez de la cubierta de un libro de la biblioteca de Rubén Darío traduce con maravillosa perfección sinestésica la estética modernista del poeta nicaraguënse.
"En la casa de Rubén Darío, no sé donde se hallaba, ni sé como llegamos a ella. El poeta se encontraba…Veo la mancha amarilla de un libro, un libro nuevo de la colección del Mercurio de Francia. Esta amarillez virgínea del volumen, acaso intensa todavía, es lo que llena mi memoria".
Una encuadernación heráldica con las armas de Jacques-Auguste de Thou
Los libros por fuera: Azorín y la encuadernación
Se han transcrito tres breves textos que interesarán a los historiadores de la encuadernación. El primero nos descubre a un joven Azorín sensible a la “la amarillez virgínea” de las cubiertas de los libros de la biblioteca de Rubén Darío . En el segundo, durante una visita a la librería valenciana de Vicente Salvá y Mallent, el joven estudiante de leyes Martínez Ruiz repara en las encuadernaciones artísticas de su establecimiento, que identifica de los talleres de Lewis, Mackenzie, Bozerien y Tompson. Azorín ha leído sin duda el Prólogo del Catálogo de la Biblioteca de Salvá:
“Además, para mí es tan esencial ver el libro bien encuadernado en mi Biblioteca, que hasta creo no pertenece a ella el que carece de este requisito… Por este motivo mi ánimo se explaya cuando tiendo la vista por los dilatados estantes que la componen y veo al lado de las buenas encuadernaciones antiguas y originales que conservan algunos, como las de Thou, Colbert, etc, las espléndidas o únicamente sencillas de Lewis, Roger Payne, C. Smith, Dereome (sic), Mackenzie, Simier, Thoavenin (sic), Purgold, Bedfod, Duseuille (sic), Muler, Koehler, Ihrig, Hering, Bauzonet (sic), Bauzérien (sic), Closs, Thompson, Douru, y las no menos bien acabadas de mi paisano Benito y de mi buen tío Fr. Mateo Mallen, cuyos nombres perpetuará la duradera vestidura con que han engalanado las obras más buscadas por todos los literatos”.
No podía faltar en este este esbozo bibliofílico azoriniano una referencia a las ediciones de sus libros. Capilla Beltrán, Gamallo Fierros, Roberta Johnson, José Payá Bernabé, Santiago Riopérez, Inman Fox, Magdalena Rigual y otros bibliógrafos cuantifican su obra en unas ciento cincuenta monografías. Saber en qué editoriales se publicaron, de las relaciones de su aspecto exterior con las ideas del autor ilustrando las portadas completará el cuadro.
La obra anterior a 1900, unos catorce opúsculos, fue publicada por Fernando Fe, un librero-editor de Madrid (desde 1901: Viuda de Fernando Fe), el más importante de la capital según Rubén Darío, que negociaba con sus autores la edición de sus escritos a cambio de una cantidad fija, generalmente exigua. En el local lóbrego situado al final de la Carrera de San Jerónimo donde estaba su librería, Azorín le entregó los originales de “Moratín” (1893), “La crítica literaria en España” (1893), “Buscapiés (Satiras y críticas) ” (1894), “Sobre la literatura española”” (1895) , “Literatura” (1896), “Soledades” (1898), “Sociología criminal” (1899) y “Diario de un enfermo” (1901). Tan ornamentalmente escuetas como estas ediciones fueron las de Bernardo Rodríguez Serra, uno de los editores más destacados entre 1898 y 1910. En 1903 publicó “Antonio Azorín”.Este editor dio también a la imprenta los escritos de otros autores del 98 ,entre ellos a Baroja. También a Luis Bonafoux, Carmen de Burgos, Ricardo Becerro de Bengoa y José Zahonero.
En la primera década del siglo XX también intervienen los sucesores de Hernando (1908), Fernández Villegas (1900) y Francisco Beltrán, libreros madrileños que, a menudo, actuaron movidos por el más craso mercantilismo.
Fueron las suyas ediciones pobres, con cubiertas inventadas por cajistas inexpertos, regentes de imprenta escasamente cuidadosos ,con pocos detalles artesanales y de apagados tonos monocromos. Lo mismo cabe decir de las sufragadas por el librero barcelonés Manuel Henrich y Girona. En 1902 encargó a Azorín escribir un texto que no debería sobrepasar las trescientas páginas: “La voluntad”. Le pagó por el manuscrito la entonces generosa cantidad de 2000 pesetas. Poco antes Beltrán había publicado a Pio Baroja "El mayorazgo de Labraz" y a Unamuno "Amor y pedagogía" en su colección "Biblioteca de novelistas del siglo XX" dirigida por Santiago Valentí Camp.
Por lo que hace a los libros de Azorín publicados por la Residencia de Estudiantes, editorial poco comercial, escasamente competitiva y muy exigente con la solvencia intelectual de sus autores, llama la atención la pulcritud y gran calidad formal del trabajo, siempre bajo la égida crasamente purista y formalista de Juan Ramón Jiménez y Alberto Jiménez Fraud. Aparecieron en las “Publicaciones de la Residencia” “Al margen de los clásicos” (1915), “El licenciado Vidriera” (1915) (se llamó “Tomás Rueda” cuando en 1941 la reeditó Austral) y “Un pueblecito” (1916). El catálogo de la "Residencia" anunció la publicación de una obra de Azorín que no llegó a publicarse: "Clavijo en Goethe y Beaumarchais". Sí apareció, en cambio, en "Publicaciones de la Residencia" un libro conmemorativo del homenaje que Azorín recibió en 1913: "Fiesta de Aranjuez en honor de Azorín", una conmemoración a la que asistieron Juan Ramón Jiménez, Alberto Jiménez Fraud, Ortega y Gasset y Pedro Salinas.
En 1919 entra en escena, como editor de Azorín, Rafael Caro Raggio, cuñado de Pío Baroja y próspero editor de sus obras. Desde este año y hasta mediados de 1928 emprende la publicación de unas “Obras completas” en veintiséis volúmenes: eran ejemplares poco lujosos, de formato uniforme, composición tipográfica elegante y holgada, márgenes amplios y portadas sobrias. Son ediciones fiables porque el propio autor las revisó. Se incorporan novedades: en la nueva edición de “Las confesiones de un pequeño filósofo” (primera edición de 1904) Azorín añade tres capítulos; en “El Político” (primera edición de 1908) aparece por vez primera un “Epílogo futurista”; antecede a “España” (primera edición de 1909) una carta inédita de Giner de los Ríos; a “Lecturas españolas” (primera edición de 1912) se agregan siete capítulos. Escribe Julio Caro Baroja: “Allá por el año 20 mi padre fue editor de Azorín. Los libros eran baratos. Las tiradas eran cortas, de 2000 a 3000 ejemplares; así, el negocio que suponía cada libro nuevo consistía en 2000 o 3000 duros, a repartir entre el editor, el impresor, el librero, el autor, el que hacía la portada y algún intermediario o distribuidor. Pero costaba Dios y ayuda vender mil ejemplares de un golpe. Las liquidaciones que se hacían a los autores resultaban míseras y de aquí surgieron desavenencias y discusiones. De un libro de Azorín, que tuvo mucho éxito de crítica, “Doña Inés”, al cabo de cuatro años había más de la cuarta parte de los ejemplares en los almacenes”.
La renovación estética vaguardista que Azorín emprende en 1928, con ecos en su teatro y narrativa, halla su reflejo en las ediciones de Biblioteca Nueva, de José Ruiz-Castillo, amigo del escritor. Entre este año y 1930 Martínez Ruiz publicó en este sello editorial “Nuevas obras completas”: en 1928 “Félix Vargas” , en 1929 “Blanco y Azul” y “Superrealismo ” y en 1930 “Pueblo”. Las impresiones de Biblioteca Nueva fueron pulcras, de nítida blancura el papel, tersas las cubiertas, una aséptica vestidura de laboratorio. Descuella también la corrección del texto, que revisó el propio Azorín hasta 1930, y el cuidado de todos los elementos paraliterarios susceptibles de otorgar a los escritos azorinianos de esta etapa el aspecto “moderno” que su autor requería. Fueron estas ediciones la traslación al diseño gráfico editorial de un “arte nuevo” próximo al “Cántico” de Jorge Guillén.
"— Yo no quiero decir –peroraba- que el diminuto filósofo haya tomado un horror invencible a los libros. El pequeño filósofo es un sutil erudito y un bibliógrafo expertísimo; pero esta misma experiencia de los libros grandes y chicos le ha llevado a un prudente escepticismo respecto a las cosas que los hombres escriben y publican. Y ahora anda predicando una saludable reacción contra esta manía libresca que infecta a los jóvenes del momento; contra esta fe excesiva, abrumadora, paralizadora, en la razón escrita y catalogada.
Atento a la lectura sensitiva, introspectiva y rememorativa de Marcel Proust, Azorín entiende la lectura del libro como una prolongación de la subjetividad del lector y de todo aquello que le rodea en el momento mismo de la lectura : "Un nombre leído en un libro de otro tiempo contiene entre sus sílabas el viento ligero y el sol brillante que hacía cuando lo estábamos leyendo" (Proust).
"Se lee para sentir o se lee para saber. Se lee, compenetrándonos con la obra y el autor, o se lee para saber lo que dicen el autor y la obra. El libro es una continuación o complemento de la sensibilidad del lector, en un caso, y el libro es, en otro caso, un acervo de conocimientos para el lector. Leen los artistas o los sensibles, y leen los eruditos o los intelectivos. La diferencia —mejor antagonismo— es radical. Es el mismo antagonismo que asoma siempre, hágase lo que se haga, disimúlese como se quiera, entre el creador y el crítico. La Universidad y la calle —¿será esto muy crudo?— se muestran en tal materia irreduciblemente contrarias. Y siempre habrá, aunque la civilidad lo encubra, un matiz de desdén en el hombre erudito hacia el hombre que sueña, y un desvío apenas rebozado del soñador para el universitario. Y así va el mundo y pasan y pasan años, y pasan y pasan libros. Lo que subsiste es el ensueño y lo que se desmorona es el concepto científico. Porque en el mundo lo que prevalece, lo fecundo, lo creador, es la sensibilidad y no la inteligencia".
El lugar de la lectura
(ABC, 11 de octubre de 1922)
Entre los libros de aspecto anodino que se amontonan en los tablones de la feria de Madrid, Azorín descubre un impreso del siglo XVIII. El libro hallado da principio a una glosa literaria. De un libro sale otro : “Un Pueblecito (Ríofrío de Ávila)”.
"Vamos hacia abajo, junto al Botánico, en busca de la feria de los libros. La feria de los libros la componen quince o veinte barracones de madera. Toda la anodinidad, toda la grisura, toda la vulgaridad de los libros inútiles está aquí.
La materia bibliográfica es inagotable. Grande es la pasión la bibliófilo; pero hay libros que pueden escapar a la codicia del apasionado. Sobre todo, los libros chiquitos diríase que se complacen en hacer travesuras a los más sagaces y universales conocedores de libros. Los libros chiquitos son diablillos idómitos.
¿Qué bibliófilo quevedista conoce la edición de La fortuna con seso, hecha en Zaragoza el mismo año que la primera, en 1650, por los mismos impresores? ¿Y quién, entre los más conocedores de la bibliografía de Quevedo, tiene noticia de la edición de La política de Dios hecha en Milán por Juan Bautista Bidelo en idéntico año que la primera de Zaragoza, la de 1626?"
“Nuestro paisaje abarca lo romántico y lo clásico, el Norte y el Mediodía. En un breve espacio, la Alpujarra, se nos ofrecen los varios climas. Lope, en un librito, su Isidro, publicado toscamente en 1599, ha tratado de condensar, con versos sencillos, la esencia del campo, en la alta meseta, el carácter del labrador, la singularidad de nuestros santos. Y también puede, materialmente, tipográficamente, sintetizar este volumen, en el siglo XVI, la inmensa prole de los libritos españoles, maltrechos muchos, esparcida por doquier. No es posible captar, filiar, detener en su vagabundeo, en su errabundez, estos breves volúmenes. Cuando el sabio bibliófilo, en obra monumental, cree haber finado el recuento de todos, surge por acaso en un desván, en una alacena, en un arcaz, un ejemplar de edición desconocida. El librito es arriscado, sacudido: el español lo es también. Todo es continuidad en la vida, en el libro: lo pasado explica lo presente"
Pero Azorín es un intelectual que, como escribió Justo García Morales, "debe mucho a las bibliotecas, pero lo ha pagado espléndidamente precisamente con libros y artículos que llenas nuestron Centros". Es cierto. Azorín frecuentó en su niñez no solo la biblioteca familiar, sino también la del Casino de Monóvar, en su juventud la biblioteca universitaria de Valencia, en París la Biblioteca de Santa Genoveva, en Burdeos la del Ayuntamiento de esta ciudad para consultar un original de Montaigne, y en Madrid, además de la Biblioteca Nacional, la antigua Biblioteca de San Isidro, donde leyó literatura ascética y, como su admirado Joaquín Costa, la del Ateneo, donde discutió con Gabriel Maura, Pablo Iglesias y Federico Urales las condiciones de vida de la clase obrera.
En la Biblioteca Nacional . Composición poética de D. Bernardino Martín Mínguez. 4 hojas. Madrid, 4 de octubre de 1905.
Al incógnito Azorín.
BIBLIOTECARIO: ¿Caballero?
AZORÍN: ¿Cómo? ¿Qué?
BIBLIOTECARIO: Otros te conocerán.
AZORÍN: ¿A qué fin?
BIBLIOTECARIO: Y la pinza
AZORÍN: No la quiero
BIBLIOTECARIO: Pase el señor extranjero
BIBLIOTECARIO: Y la pinza ¿la teneis?
AZORÍN: No soy quinto
BIBLIOTECARIO: ¿Es general?
AZORÍN: Soy un hombre intelectual
BIBLIOTECARIO: Pues por aquí no se avanza
AZORÍN: Entraréme en la otra sala.
BIBLIOTECARIO: Adelante, cuando quiera.
AZORÍN: Entraré; en mi faltriquera,
AZORÍN: ¿Quién me escruta?
BIBLIOTECARIO:
AZORÍN: Es que soy…
BIBLIOTECARIO: No lo dudo.
SOLO DE AZORÍN:
Bernardino Martín Minguez
"En la casa de Rubén Darío, no sé donde se hallaba, ni sé como llegamos a ella. El poeta se encontraba…Veo la mancha amarilla de un libro, un libro nuevo de la colección del Mercurio de Francia. Esta amarillez virgínea del volumen, acaso intensa todavía, es lo que llena mi memoria".
(Madrid, 1941)
"Veo la mancha amarilla de un libro, un libro nuevo de la colección Mercurio de Francia" |
Una encuadernación heráldica con las armas de Jacques-Auguste de Thou
“En la mesa tengo un libro comprado en las cajas del Sena. Es un volumen encuadernado en cuero fino y luciente. Muchas manos lo habrán sobado. Componénlo un refranero alemán, otro italiano, otro francés, otro latino, otro castellano, con traducción francesa de cada refrán. No figura este volumen en la rica biblioteca paremiológica vendida por Melchor García al Ayuntamiento de Madrid. En las tapas del volumen están estampadas las armas de Jacques Auguste de Thou. Fue historiador y jurisconsulto e intervino en la negociación del Edicto de Nantes, en 1598, el mismo año –contrastes de la historia- en que moría Felipe II”.
(Jorge Campos, Conversaciones con Azorín, Taurus, 1964, pág 168)
Los textos azorinianos de tema bibliográfico que estamos leyendo ofrecen un muestrario de las relaciones de escritor con los libros y la lectura. A la de enfoques corresponde la variedad de los textos. Martínez Ruiz propone un programa sobre el buen uso de los libros: excluye los que impiden reflexionar, ahuyenta los que perjudican la cordura tomando como contraejemplo literario el delirio de Alonso Quijano y Madame Bovary. El escepticismo del “pequeño filósofo” lector de Michel de Montaigne le hace abominar de los absolutismos dogmáticos .
Azorín da respuesta a estas preguntas ¿Cómo y qué ha de leerse? ¿Qué lectura corresponde a cada etapa de la vida? . Anticipando la sociología de la lectura (Walter Benjamin, Harold Bloom y Roger Chartier), ha establecido con lucidez la dicotomía lectura silenciosa- lectura en alta voz para decantarse por la primera en aras de la preservación incólume del sentimiento romántico del poeta o de la emoción inducida del novelista . Propone modos para seleccionar los libros y reflexiona sobre la finalidad de la lectura.
"Mis libros son los ensayos del viejo alcalde de Burdeos". |
Azorín da respuesta a estas preguntas ¿Cómo y qué ha de leerse? ¿Qué lectura corresponde a cada etapa de la vida? . Anticipando la sociología de la lectura (Walter Benjamin, Harold Bloom y Roger Chartier), ha establecido con lucidez la dicotomía lectura silenciosa- lectura en alta voz para decantarse por la primera en aras de la preservación incólume del sentimiento romántico del poeta o de la emoción inducida del novelista . Propone modos para seleccionar los libros y reflexiona sobre la finalidad de la lectura.
También hallamos en los escritos leídos pinceladas sobre la influencia del medio físico y entorno psicológico sobre el trabajo intelectual. Es un recuerdo de las ciencias sociales, del determinismo biológico de Taine, Spencer, Ferri, Lombroso y Darwin, lecturas de cabecera del joven Martínez Ruiz. La delectación pura que ha de busca el lector –nos dice- se marchita entre la adustas paredes de las bibliotecas .
Otros textos describen los entornos del libro. Son escritos de “bibliofilia romántica” de tono costumbrista con recuerdos de Pio Baroja, Apollinaire, Anatole France y Rubén Dario. Entre los “bouquinistes” del Sena, junto al Ministerio de Fomento o cerca de las verjas del Botánico madrileño, Azorín reflexiona “pensado y paseando” sobre la compra de libros y simpatiza con los libreros de lance. Esboza tipos y psicología de bibliófilos y relata experiencias de búsqueda y hallazgo del libros en Madrid y París. Azorín no confunde bibliofilia con bibliomanía, distingue con claridad el coleccionismo desbaratado de Sebastian Brandt del tacto “connaisseur” celebrado por Anatole France en su Sylvestre Bonnard. Erudición y pasión bibliófila acercan estos escritos a las divagaciones de Barbey d´Aurevilly y Gérard de Nerval.
Los libros por fuera: Azorín y la encuadernación
Se han transcrito tres breves textos que interesarán a los historiadores de la encuadernación. El primero nos descubre a un joven Azorín sensible a la “la amarillez virgínea” de las cubiertas de los libros de la biblioteca de Rubén Darío . En el segundo, durante una visita a la librería valenciana de Vicente Salvá y Mallent, el joven estudiante de leyes Martínez Ruiz repara en las encuadernaciones artísticas de su establecimiento, que identifica de los talleres de Lewis, Mackenzie, Bozerien y Tompson. Azorín ha leído sin duda el Prólogo del Catálogo de la Biblioteca de Salvá:
“Además, para mí es tan esencial ver el libro bien encuadernado en mi Biblioteca, que hasta creo no pertenece a ella el que carece de este requisito… Por este motivo mi ánimo se explaya cuando tiendo la vista por los dilatados estantes que la componen y veo al lado de las buenas encuadernaciones antiguas y originales que conservan algunos, como las de Thou, Colbert, etc, las espléndidas o únicamente sencillas de Lewis, Roger Payne, C. Smith, Dereome (sic), Mackenzie, Simier, Thoavenin (sic), Purgold, Bedfod, Duseuille (sic), Muler, Koehler, Ihrig, Hering, Bauzonet (sic), Bauzérien (sic), Closs, Thompson, Douru, y las no menos bien acabadas de mi paisano Benito y de mi buen tío Fr. Mateo Mallen, cuyos nombres perpetuará la duradera vestidura con que han engalanado las obras más buscadas por todos los literatos”.
No caben en esta antología los innnumerables fogonazos impresionistas de una memoria visual azoriniana siempre muy sensitiva por cuanto rebosante de coloristas imágenes de encuadernaciones: “Este libro me interesaba profundamente ¿Tenía la cubierta amarilla? Sí, sí, la tenía; este detalle no se ha desaferrado de mi cerebro”…. “En un ángulo, casi perdidos en la sombra, tres gruesos volúmenes, que resaltan en azuladas manchas, llevan en el lomo: Schopenhauer”… “El caso es que he salido de la librería con dos tomos de cubierta amarilla, olorosos, debajo del brazo”….
No podía faltar en este este esbozo bibliofílico azoriniano una referencia a las ediciones de sus libros. Capilla Beltrán, Gamallo Fierros, Roberta Johnson, José Payá Bernabé, Santiago Riopérez, Inman Fox, Magdalena Rigual y otros bibliógrafos cuantifican su obra en unas ciento cincuenta monografías. Saber en qué editoriales se publicaron, de las relaciones de su aspecto exterior con las ideas del autor ilustrando las portadas completará el cuadro.
Martínez Ruiz publicó con cierta frecuencia sus escritos en las mismas editoriales donde aparecieron las obras de sus compañeros de generación Baroja y Unamuno (“Biblioteca Renacimiento”, Caro Raggio, librería de Bernardo Rodríguez Serra). No parece que hubiera mucho donde elegir en unos años en los que la producción bibliográfica era escasa (1318 títulos publicados en 1901) y la presentación de los libros descuidada. Los escritores debían decidir entre autofinanciarse la edición de sus obras, crear su propia editorial, como hizo Galdós, o recurrir a editores-libreros. Éstos eran, en general, poco escrupulosos en el pago al autor y de profesionalidad dudosa. No es problable que antes de 1900 Azorín pudiera elegir el librero o el editor que mejor interpretara sus gustos y aunque con el paso del tiempo se preocupó cada vez más de que el diseño gráfico reflejara su estética literaria, su intervencionismo editorial no admite parangón con el celo tipográfico de Valle-Inclán o con las exquisitamente formalistas presentaciones editoriales promocionadas por Alberto Jiménez Fraud y Juan Ramón Jiménez en la Residencia de Estudiantes.
¿Qué editores publicaron a Azorín?
Valle- Inclán conocía bien el mundo de la imprentas y cuidó personalmente la tipografía de muchas de sus obras. |
¿Qué editores publicaron a Azorín?
La obra anterior a 1900, unos catorce opúsculos, fue publicada por Fernando Fe, un librero-editor de Madrid (desde 1901: Viuda de Fernando Fe), el más importante de la capital según Rubén Darío, que negociaba con sus autores la edición de sus escritos a cambio de una cantidad fija, generalmente exigua. En el local lóbrego situado al final de la Carrera de San Jerónimo donde estaba su librería, Azorín le entregó los originales de “Moratín” (1893), “La crítica literaria en España” (1893), “Buscapiés (Satiras y críticas) ” (1894), “Sobre la literatura española”” (1895) , “Literatura” (1896), “Soledades” (1898), “Sociología criminal” (1899) y “Diario de un enfermo” (1901). Tan ornamentalmente escuetas como estas ediciones fueron las de Bernardo Rodríguez Serra, uno de los editores más destacados entre 1898 y 1910. En 1903 publicó “Antonio Azorín”.Este editor dio también a la imprenta los escritos de otros autores del 98 ,entre ellos a Baroja. También a Luis Bonafoux, Carmen de Burgos, Ricardo Becerro de Bengoa y José Zahonero.
En la primera década del siglo XX también intervienen los sucesores de Hernando (1908), Fernández Villegas (1900) y Francisco Beltrán, libreros madrileños que, a menudo, actuaron movidos por el más craso mercantilismo.
Expresivo anuncio de un libro de Azorín en el catálogo de la editorial de Francisco Beltrán, librero de Madrid. |
Fueron las suyas ediciones pobres, con cubiertas inventadas por cajistas inexpertos, regentes de imprenta escasamente cuidadosos ,con pocos detalles artesanales y de apagados tonos monocromos. Lo mismo cabe decir de las sufragadas por el librero barcelonés Manuel Henrich y Girona. En 1902 encargó a Azorín escribir un texto que no debería sobrepasar las trescientas páginas: “La voluntad”. Le pagó por el manuscrito la entonces generosa cantidad de 2000 pesetas. Poco antes Beltrán había publicado a Pio Baroja "El mayorazgo de Labraz" y a Unamuno "Amor y pedagogía" en su colección "Biblioteca de novelistas del siglo XX" dirigida por Santiago Valentí Camp.
En la segunda década del siglo XX publican libros de Azorín la Biblioteca Renacimiento (entre 1913 y 1919) y la Residencia de Estudiantes.
Renacimiento fue fundada en 1910 por José Ruiz-Castillo Franco (gerente), Gregorio Martínez Sierra (director literario) y Victorino Prieto (socio capitalista). Como la “Revista de Occidente” y “La España Moderna”, reflejó el fenómeno cultural emergente de la cotización de los autores considerados como firmas de influencia social y quizá por ello llenó su catálogo con escritos del triunfante modernismo literario: Emilio Bobadilla, "Fray Candil", Rafael Casinos Asséns, Emilio Carrere, Enrique Gómez del Castillo, Manual Machado, Eduardo Marquina, Alejandro Sawa y Valle-Inclán. También con los autores del 98 y con valores entonces emergentes, como Moreno Viila, con quienes empezaron su carrera literaria con el siglo XX. También a imitación de "La Revista de Occidente", "Renacimiento" estuvo animada por una misión civilizadora y regeneracionista más atenta al mecenazgo cultural que al negocio económico. También por una tendencia europeísta: en su catálogo encontramos autores franceses como Henri Bergson, Colette, Paul Bourget y Rachilde. "Renacimiento" dio un sello tipográfico de calidad a sus colecciones y cuidó con esmero la parte gráfica, donde sobresalían los dibujos que Fernando Marco realizó para las cubiertas y sobre todo una memorable galería de retratos de escritores obra del intuitivo y perspicaz ilustrador Luis Bagaría (1882-1940). En el dibujo que el caricato de “El Sol” dedica a Azorín, éste aparece entre una silueta del Greco y una jofaina popular.
Renacimiento fue fundada en 1910 por José Ruiz-Castillo Franco (gerente), Gregorio Martínez Sierra (director literario) y Victorino Prieto (socio capitalista). Como la “Revista de Occidente” y “La España Moderna”, reflejó el fenómeno cultural emergente de la cotización de los autores considerados como firmas de influencia social y quizá por ello llenó su catálogo con escritos del triunfante modernismo literario: Emilio Bobadilla, "Fray Candil", Rafael Casinos Asséns, Emilio Carrere, Enrique Gómez del Castillo, Manual Machado, Eduardo Marquina, Alejandro Sawa y Valle-Inclán. También con los autores del 98 y con valores entonces emergentes, como Moreno Viila, con quienes empezaron su carrera literaria con el siglo XX. También a imitación de "La Revista de Occidente", "Renacimiento" estuvo animada por una misión civilizadora y regeneracionista más atenta al mecenazgo cultural que al negocio económico. También por una tendencia europeísta: en su catálogo encontramos autores franceses como Henri Bergson, Colette, Paul Bourget y Rachilde. "Renacimiento" dio un sello tipográfico de calidad a sus colecciones y cuidó con esmero la parte gráfica, donde sobresalían los dibujos que Fernando Marco realizó para las cubiertas y sobre todo una memorable galería de retratos de escritores obra del intuitivo y perspicaz ilustrador Luis Bagaría (1882-1940). En el dibujo que el caricato de “El Sol” dedica a Azorín, éste aparece entre una silueta del Greco y una jofaina popular.
Azorín . Caricatura Luis Bagaría en "El Sol". |
Fernando Marco vio así a Luis Bagaría (1915). |
Renacimiento ofreció a Azorín contratos en exclusiva y cuando en 1913 su prestigio como escritor estaba consolidado, reeditó “La voluntad” y “Antonio Azorín”.
Renacimiento publicó “Clásicos y modernos” (1913) , “Los valores literarios” (1913), “Un discurso de la Cierva” (1914), “Rivas y Larra” (1916), “El Paisaje de España visto por los españoles” (1917) y “París bombardeado (1919). En una nueva edición de “Los pueblos” el editor añade artículos de “La Andalucía trágica”. También se publicó en Renacimiento la tercera edición de la “Ruta de don Quijote”.
Por lo que hace a los libros de Azorín publicados por la Residencia de Estudiantes, editorial poco comercial, escasamente competitiva y muy exigente con la solvencia intelectual de sus autores, llama la atención la pulcritud y gran calidad formal del trabajo, siempre bajo la égida crasamente purista y formalista de Juan Ramón Jiménez y Alberto Jiménez Fraud. Aparecieron en las “Publicaciones de la Residencia” “Al margen de los clásicos” (1915), “El licenciado Vidriera” (1915) (se llamó “Tomás Rueda” cuando en 1941 la reeditó Austral) y “Un pueblecito” (1916). El catálogo de la "Residencia" anunció la publicación de una obra de Azorín que no llegó a publicarse: "Clavijo en Goethe y Beaumarchais". Sí apareció, en cambio, en "Publicaciones de la Residencia" un libro conmemorativo del homenaje que Azorín recibió en 1913: "Fiesta de Aranjuez en honor de Azorín", una conmemoración a la que asistieron Juan Ramón Jiménez, Alberto Jiménez Fraud, Ortega y Gasset y Pedro Salinas.
Anagramas "griegos" para las "Publicaciones de La Residencia de Estudiantes"(abajo) y para la Editorial Calleja (arriba). |
En 1919 entra en escena, como editor de Azorín, Rafael Caro Raggio, cuñado de Pío Baroja y próspero editor de sus obras. Desde este año y hasta mediados de 1928 emprende la publicación de unas “Obras completas” en veintiséis volúmenes: eran ejemplares poco lujosos, de formato uniforme, composición tipográfica elegante y holgada, márgenes amplios y portadas sobrias. Son ediciones fiables porque el propio autor las revisó. Se incorporan novedades: en la nueva edición de “Las confesiones de un pequeño filósofo” (primera edición de 1904) Azorín añade tres capítulos; en “El Político” (primera edición de 1908) aparece por vez primera un “Epílogo futurista”; antecede a “España” (primera edición de 1909) una carta inédita de Giner de los Ríos; a “Lecturas españolas” (primera edición de 1912) se agregan siete capítulos. Escribe Julio Caro Baroja: “Allá por el año 20 mi padre fue editor de Azorín. Los libros eran baratos. Las tiradas eran cortas, de 2000 a 3000 ejemplares; así, el negocio que suponía cada libro nuevo consistía en 2000 o 3000 duros, a repartir entre el editor, el impresor, el librero, el autor, el que hacía la portada y algún intermediario o distribuidor. Pero costaba Dios y ayuda vender mil ejemplares de un golpe. Las liquidaciones que se hacían a los autores resultaban míseras y de aquí surgieron desavenencias y discusiones. De un libro de Azorín, que tuvo mucho éxito de crítica, “Doña Inés”, al cabo de cuatro años había más de la cuarta parte de los ejemplares en los almacenes”.
La renovación estética vaguardista que Azorín emprende en 1928, con ecos en su teatro y narrativa, halla su reflejo en las ediciones de Biblioteca Nueva, de José Ruiz-Castillo, amigo del escritor. Entre este año y 1930 Martínez Ruiz publicó en este sello editorial “Nuevas obras completas”: en 1928 “Félix Vargas” , en 1929 “Blanco y Azul” y “Superrealismo ” y en 1930 “Pueblo”. Las impresiones de Biblioteca Nueva fueron pulcras, de nítida blancura el papel, tersas las cubiertas, una aséptica vestidura de laboratorio. Descuella también la corrección del texto, que revisó el propio Azorín hasta 1930, y el cuidado de todos los elementos paraliterarios susceptibles de otorgar a los escritos azorinianos de esta etapa el aspecto “moderno” que su autor requería. Fueron estas ediciones la traslación al diseño gráfico editorial de un “arte nuevo” próximo al “Cántico” de Jorge Guillén.
Entre 1932 y 1969 Biblioteca Nueva realizó muchas reediciones de obras de Martínez Ruiz y en 1943 dio a la imprenta unas Obras Selectas que circularon mucho. Desde este año este sello editorial, que empezó ofreciendo versiones muy fiables, produjo textos viciados por las erratas y las supresiones.
En paralelo, en 1935, el escritor José Bergamín, fundador de Cruz y Raya (1933-1936) , publica en sus “Ediciones del Árbol” el ensayo de Azorín “Lope en silueta” en una edición sobria y elegante.
Salvo la primera etapa de Biblioteca Nueva, las ediciones de los libros de Azorín no asumen las innovaciones formales de las vanguardias europeas de los años veinte y treinta: no hay uso estético caligramático de la tipografía (Mallarmé, Apollinaire) ni utilización expresiva de las letras (Tschichold). Cabe conjeturar que tan solo aspiraron vagamente a dar forma de libro a ciertos rasgos de la estética literaria azoriniana reflejando la artificiosa sobriedad de su prosa, su patetismo reprimido, su renuncia a utilizar el mínimo lastre verbal para dejar transparentar la realidad con los tonos grisáceos de las hojas, la parquedad decorativa de las cubiertas y las gamas pajizas de la portadas. ¿No fueron estas enjutas presentaciones del texto la traducción más adecuada de la plácida y morosa monotonía, de la sobriedad estetizante y las aspiraciones ideales a una vida retirada en la provincia preconizada por Azorín? Es la misma austeridad que se respira en las habitaciones con bibliotecas de Yuste y Antonio Azorín, trasuntos literarios del Martínez Ruiz, en las que describe Baroja en el "Arbol de la Ciencia" con la espartana presencia de libros de lectura continua y sin ninguna voluntad de exhibicionismo. Lejos, pues, del fasto modernista-sombolista-parnasinao de la revista "Helios", de algunas ediciones de Rubén Darío, Villaespesa, Marquina, Amado Nervo, Emilio Carrere, Vargas Villa, Gómez Carrillo, Manuel Machado, de algunas de Valle-Inclán y de las obras "bien hechas" que Eugenio d´Ors pedía a la imprenta catalana "noucentiste": se impone la simplificación de elementos y como norma estética la racionalidad.
La excepción exquisita a esta extenuante sobriedad está en los libros editados por el hispanista inglés Leonardo Williams, quien sufragó una esmerada edición de "Los Pueblos" (Madrid, 1905). Este libro tiene una cubierta atípica en las ediciones de Azorín: encima de la tipografía negra y la marca de impresor, el retrato de Martínez Ruiz pintado por Sancha emerge luminosamente misterioso de entre las tinieblas: es la artificiosa imagen creada por el autor en los años en que Azorín era "Candido" o el destructivo "Ahrimán". Martínez Ruiz aparece con capa y monóculo al estilo de "Conan Doyle". Falta, sin embargo, el paraguas rojo de seda y la tabaquera con rapé (Ver foto inicio). Los libros de la "Biblioteca Nacional y extranjera" de Leonardo Williams destacaron por la nitidiez clásica de su tipografía y por utilizar marca de impresor que delataba su amor por las bellas impresiones del pasado y su gusto arcaizante.Marca de Jodocus Badius Ascensius en Cicerón "Pro M. Fonteio", 1530 |
El buen gusto de los libros de Williams está presente en su "Epistolario" de Ganivet, su primer trabajo en España, luego vinieron "El Sol de la tarde", de Martínez Sierra, "El pueblo gris", de Rusiñol, "La Ruta de don Quijote", de Azorín, y "Tierras solares", de Rubén Darío.
La lectura selectiva como antídoto de la lectura inútil
Azorín cree, con Montaigne, que es mejor apartarse de los libros que hacen perder al lector la alegría y la salud, que “son nuestros mejores valores”(Montaigne), pues los frutos que dispensan no compensan esta pérdida.
"— Yo no quiero decir –peroraba- que el diminuto filósofo haya tomado un horror invencible a los libros. El pequeño filósofo es un sutil erudito y un bibliógrafo expertísimo; pero esta misma experiencia de los libros grandes y chicos le ha llevado a un prudente escepticismo respecto a las cosas que los hombres escriben y publican. Y ahora anda predicando una saludable reacción contra esta manía libresca que infecta a los jóvenes del momento; contra esta fe excesiva, abrumadora, paralizadora, en la razón escrita y catalogada.
¿Por qué esta confianza en los libros? ¿Por qué hacer depender nuestra ventura o nuestra infelicidad de unas páginas secas y abstractas? Hay, efectivamente, una cierta inquietud, una cierta ansiedad, algo como una desorientación irreparable en las generaciones actuales, que no proviene sino de este excesivo y atropellado devoreo de libros. Y figuráos en cómo con este abuso de lecturas, la abstracción va reemplazando a la realidad, es decir, a la vida, y cómo vamos perdiendo poco a poco el sentido de lo natural y de lo humano.
Y uno de los amigos me ha preguntado:
-Según todo lo expuesto, ¿debemos condenar los libros?
-Según todo lo expuesto, ¿debemos condenar los libros?
No -he contestado-; los libros son excelentes, pero debemos tener siempre presente una gran máxima, que nuestro Balmes trae en su lógica: “Non multa sed multum” —dice el filósofo—, se ha de leer mucho, pero no muchos libros.”. Y así tendremos ideas claras, sólidas, precisas y coherentes de las cosas".
(Las confesiones de un pequeño filósofo, 1904)
Leer para sentir y leer para saber
Atento a la lectura sensitiva, introspectiva y rememorativa de Marcel Proust, Azorín entiende la lectura del libro como una prolongación de la subjetividad del lector y de todo aquello que le rodea en el momento mismo de la lectura : "Un nombre leído en un libro de otro tiempo contiene entre sus sílabas el viento ligero y el sol brillante que hacía cuando lo estábamos leyendo" (Proust).
El lugar de la lectura
“Ahora habría que decir algo del lugar en que se lee. No todo lo es el libro. Influye el lugar en la lectura, como influye el momento. Leer ante el mar un poeta exquisito; leer en la montaña a un ensayista de nuestra dilección, asociando a la lectura el silencio, la soledad, la temperatura del aire, la luz, es leerlos plena y profundamente. La naturaleza en este caso completa al arte. Del arte a la naturaleza se establece una gradación inaccesible. Todo, en resumen, es una misma cosa. No sabemos en estos casos dónde comienza el arte ni donde acaba la Naturaleza”
(Estética y política literarias, 1954)
"Se publican todos los meses centenares de libros nuevos, y no se imprime ninguno. No pueden llamarse libros lo que al presente sale de las imprentas. Son objetos que se fabrican brutalmente, lo mismo que se fabrican otros artefactos y chismes de la industria. Los maravillosos adelantos del arte de imprimir -estereotipia, linotipia, etc.- han matado el bello oficio del tipógrafo. Sobre papel malo, deleznable, estampan caracteres borrosos, sucios; se encuaderna desgarbadamente después; se lanza el volumen al mercado como otra mercancía cualquiera. Lo importante es imprimir mucho y rápidamente. La misma industria de la imprenta ha acabado con el arte de imprimir. Y el desamor de los tipógrafos ha acabado de realizar la obra funesta. En Madrid no se puede imprimir hoy un libro elegantemente. Sancha e Ibarra, los grandes impresores del siglo XVIII, no tienen descendientes.
No se podría tampoco encuadernar bellamente un libro si no quedaran uno o dos encuadernadores amantes de su arte. "
No se podría tampoco encuadernar bellamente un libro si no quedaran uno o dos encuadernadores amantes de su arte. "
(ABC, 11 de octubre de 1922)
"Se presta a escribir y meditar mucho el comercio de los libros de viejo. Se impone, ante todo, una clasificación.
La clasificación es la siguiente: tiendas formales y acreditadas de libros viejos; tiendecillas ocasionales, o de poca enjundia; puestecillos al aire libre, expuestos al sol y a los vientos. Las primeras tiendas son solemnes y graves; son, poco más o menos, como los comercios de volúmenes nuevos; los precios no suelen ser económicos; un volumen francés de tres francos no lo dan en menos de dos pesetas, cosa verdaderamente absurda. Además, en estas tiendas -y esto es lo grave- no se puede entrar a curiosear. Y éste es el mayor inconveniente, la mayor rémora del comercio de libros en España: un desconocido, un transeúnte, no puede penetrar en una librería para ver lo que hay, sin propósito de comprar. (El deseo de comprar, queridos libreros, surge luego, a la vista de los libros. El deseo es posterior a la entrada en la tienda, y vosotros queréis que sea anterior. Aquí está todo el problema.)
Las segundas tiendecillas de libros viejos —las de poco fuste— ya son más simpáticas y abordables. Un poco más abordables, pero no del todo. Generalmente, estos libreros no tienen, como los anteriores, pretensiones de bibliófilos; en sus tiendecillas todo anda revuelto. En las anteriores también anda todo revuelto, pero los libreros toman los volúmenes como una mercadería cualquiera; muchos de ellos son afables y complacientes. Se puede entrar en sus tiendecillas y curiosear durante un rato. Después de estas tiendas vienen los puestos establecidos en pleno aire".
(Blanco y Negro, 1 de Marzo de 1914)
Entre los libros de aspecto anodino que se amontonan en los tablones de la feria de Madrid, Azorín descubre un impreso del siglo XVIII. El libro hallado da principio a una glosa literaria. De un libro sale otro : “Un Pueblecito (Ríofrío de Ávila)”.
"Vamos hacia abajo, junto al Botánico, en busca de la feria de los libros. La feria de los libros la componen quince o veinte barracones de madera. Toda la anodinidad, toda la grisura, toda la vulgaridad de los libros inútiles está aquí.
En montones, revueltos sobre tableros, podemos contemplarlos. Todos estos libros vulgares representan, por lo menos, un momento en una vida humana. Lo que ahora nos parece insignificante ha animado durante un instante un espíritu…¿Qué sabemos las manos que han vuelto las páginas de este pobre libro? Nosotros mismos (…), ¿no encontraríamos también placer en la lectura de este volumen anodino? En parte, en gran parte, el libro es nuestro propio pensamiento. Muchos de estos volúmenes de la feria nos serán útiles. Acaso, sobre basto papel, con borrosos tipos, veremos estampado un pensamiento sencillo, natural, de un hombre ignorado que un día se puso a escribir sin saber nada. En los pueblecitos de Castilla –como en otras partes- ha habido de estos hombres que escribieron un día y que nadie sabe qué han escrito. En ellos el pensamiento puede quedar expresado de forma afectada y laberíntica –sugestión de grandes autores-; pero puede también estarlo sencilla y limpiamente. Una manaña de otoño he encontrado unos de estos volúmenes. El volumen que hemos encontrado en la feria de los libros se titula Sentimientos patrióticos o conversaciones cristianas que un cura de aldea, verdadero amigo del país, inspira a sus feligreses (…) La obra consta de dos tomos: los dos están impresos en el mismo año (1791) y en Madrid. El autor de libro don Jacinto Bejarano Galavís y Nidos".
(Un pueblecito (Ríofrío de Ávila), 1916).
Azorín describe su experiencia como buscador de libros raros, hace el elogio de los libros en miniatura, demuestra conocer la historia de la imprenta española del Renacimiento, apreciar las encuadernaciones y saber de las ediciones raras de nuestro barroco, de las primeras de Quevedo .
"La imprenta se ha ido extendiendo durante todo el siglo XVI por España entera. Hay imprentas en Burgos, Toledo, Valencia, Tarragona, Sevilla. Salen de esas imprentas infolios recios, abultados, y libros chiquitos, regordetes. Célebres son en el siglo XVI la imprentas de los Portonaris, en Salamanca, y la de Juan Brocario, en Alcalá de Henares.
En Medina del Campo, la noble ciudad castellana, había, sí, grandes y famosas liberías. Hoy, después de los siglos, nos causa profunda emoción a los bibliófilos el encontrar en una librería de lance un libro del siglo XVI. Lo hemos perseguido a lo largo de los catálogos; se nos ha escabullido dos o tres veces; un librero a quien íbamos a comprárselo lo acaba de vender; un amigo nos dice que ha visto un ejemplar en tal librería; pero el amigo estaba equivocado; se trata de otra obra o de otra edición, sin importancia. Y un día, cuando menos lo esperamos, buscando otra cosa, nuestras manos se posan sobre un volumen; lo examinamos distraídamente y no podemos reprimir una viva exclamación. El volumen ansiado está en nuestras manos. En la portada se lee: “En Salamanca, en casa de Domingo de Portonaris, 1575.”
Pues ahora imaginad un bibliófilo transportado por arte de magia a las famosas librerías –públicas o particulares- de Medina del Campo. ¡Qué inmenso gozo! ¡Qué tesoro espléndido! Nuestra bolsa no es bastante grávida para comprar tantos libros como deseamos. Y si la librería no es de libros venales –lo que ahora llamanos biblioteca-, nuestra capa no es bastante ancha para poder llevarnos a escondidas cuatro, seis u ocho volúmenes. El bibliófilo, maravillado, va de uno a otro estante; saca libros de todos; los mira y remira; examina al trasluz la filigrana del papel; pasa la mano por el pergamino o por el cuero.
La materia bibliográfica es inagotable. Grande es la pasión la bibliófilo; pero hay libros que pueden escapar a la codicia del apasionado. Sobre todo, los libros chiquitos diríase que se complacen en hacer travesuras a los más sagaces y universales conocedores de libros. Los libros chiquitos son diablillos idómitos.
¿Qué bibliófilo quevedista conoce la edición de La fortuna con seso, hecha en Zaragoza el mismo año que la primera, en 1650, por los mismos impresores? ¿Y quién, entre los más conocedores de la bibliografía de Quevedo, tiene noticia de la edición de La política de Dios hecha en Milán por Juan Bautista Bidelo en idéntico año que la primera de Zaragoza, la de 1626?"
Un libro que contiene a todos los demás
Azorín condensa en este texto su visión del libro como objeto y contenido. Un solo (“El Isidro”, de Lope) contiene la variedad de los existentes como un único paisaje resume la quintaesencia de la Península . El libro alberga en sí al Libro ( Mallarmé). Glosa de Mallarmé y premonición del pensamiento de Pierre Lecuire. Azorín no es un observador de la realidad, sino un lector solitario que para su escritura depende de la inspiración que le proporciona el libro que lee entre las cuatro pardes de su habitación y éste es trasunto del Libro y éste, a su vez, es para él el único documento que le permite alcanzar lo que es sin duda la finalidad esencial de su escritura: reconstruir a través de las memorias, los libros de viaje, los diccionarios de geografía y sobre todo a través de los clásicos la evolución de los sentimientos humanos.
“Nuestro paisaje abarca lo romántico y lo clásico, el Norte y el Mediodía. En un breve espacio, la Alpujarra, se nos ofrecen los varios climas. Lope, en un librito, su Isidro, publicado toscamente en 1599, ha tratado de condensar, con versos sencillos, la esencia del campo, en la alta meseta, el carácter del labrador, la singularidad de nuestros santos. Y también puede, materialmente, tipográficamente, sintetizar este volumen, en el siglo XVI, la inmensa prole de los libritos españoles, maltrechos muchos, esparcida por doquier. No es posible captar, filiar, detener en su vagabundeo, en su errabundez, estos breves volúmenes. Cuando el sabio bibliófilo, en obra monumental, cree haber finado el recuento de todos, surge por acaso en un desván, en una alacena, en un arcaz, un ejemplar de edición desconocida. El librito es arriscado, sacudido: el español lo es también. Todo es continuidad en la vida, en el libro: lo pasado explica lo presente"
Azorín en la Biblioteca Nacional : la lechuza agorera y el lector intempestivo
En 1905 Azorín describe, tras una visita, la Biblioteca Nacional de Madrid como un lugar inhóspito regido por reglamentos irracionales aplicados por funcionarios cicateros. Para un escritor que entiende la lectura como algo irregular, caprichoso y divagatorio que propicia un encuentro con lo inesperado debió resultar atosigante la férrea burocracia de la institución. Los desencuentros entre lectores ( reducidos por los manuales de biblioteconomía a la categoría de "usuarios") y burócratas aplicadores de reglamentos inciertos vienen repitiéndose a lo largo de todo el siglo XX como demuestran las diatribas contra la B.N.E: protagonizadas por Ortega y Gasset, Gómez de la Serna, Américo Castro , Camilo José Cela y tantos otros.
Cuando, en 1954, el bibliotecario Justo García Morales recuerda a un Azorín de ochenta años su artículo de 1905, el entrevistado no parece acordarse de lo que escribió en su juventud pero lanza un dardo certero contra contra los encuadernadores de la B.N. : “Precisamente, -dice Azorín a García Morales- uno de estos días pensaba escribir al Director para decirle que evite que los encuadernadores arranquen las cubiertas de los libros. Yo en ellas a veces he encontrado detalles interesantes: el año de impresión que, en ocasiones, no se halla en ningún sitio de la obra, el precio”
Cuando, en 1954, el bibliotecario Justo García Morales recuerda a un Azorín de ochenta años su artículo de 1905, el entrevistado no parece acordarse de lo que escribió en su juventud pero lanza un dardo certero contra contra los encuadernadores de la B.N. : “Precisamente, -dice Azorín a García Morales- uno de estos días pensaba escribir al Director para decirle que evite que los encuadernadores arranquen las cubiertas de los libros. Yo en ellas a veces he encontrado detalles interesantes: el año de impresión que, en ocasiones, no se halla en ningún sitio de la obra, el precio”
El bibliotecario Justo García Morales entrevista a Azorín (1954) |
Martínez Ruiz contra la Biblioteca Nacional
"Porqué sentís, hombres decontentadizos, esta ligera aversión a la Biblioteca Nacional?
Nuestros libros nos los sabemos de memoria. ¿Porqué no ir a pasar una rato a curiosear amenamente en la Biblioteca?
Ya estamos caminado con nuestro paraguas y nuestros chanclos. En la puerta, desde lo alto de la escalinata, dirigimos una mirada vaga a estos hombres de piedra, Lope de Vega, San Isidoro... ¿Será necesaria ahora, lo mismo que antaño, tomar unas piezas misteriosas, raras y escribir prolijamente en una papeleta el título de la obra, el volumen, el idioma en que tal libro está escrito, la signatura de este libro, nuestros nombres y finalmente el nombre de nuestra calle, el número de nuestra casa y el piso en el que vivimos? Nosotros no venimos a ella por requerimiento de un secular mamotreto, de un uncunable maravilloso, de algunos de estos libros peregrinos que nos dejan llenos de admiración. Nuestro deseo es más modesto: con una moderna y liviana revista nos contentamos. Amamos la bagatela con pasión, y la revistas literarias, sociológicas o científicas nos encantan.
Y he aquí una sola sala vasta, fría y semioscura, unas cuantas revistas expuestas en su vitrinas. Unos señores graves fumaban y charlaban en torno de una mesa.
¿Se puede leer una revista?- hemos dicho acercándonos cortésmente al grupo.
La conversación se ha suspendido: la sala estaba desierta, nadie entra en ella y tal vez estos señores han mirado con una vaga sorpresa a este lector intempestivo que venía a romper un reposo sagrado. Y uno de estos señores nos ha preguntado amablemente:
-¿Trae la papeleta?
Nos hemos quedado confusos; en nuestro optimismo no habíamos querido pensar en la papeleta. La revista está allí, al alcance de nuestra mano; es seguro que no la vamos a tener con nosotros sino un breve momento. Y, sin embargo, es preciso emprender un largo viaje a través de salas y salas, recoger unas pinzas, escribir en la papeleta el título de la revista, el idioma en el que está escrita, nuestro nombre, el de nuestra calle, el número de nuestra casa y el piso en el que habitamos y luego tornar a atravesar en una caminata eterna salas vacías. ¿Valía la pena nuestra curiosidad frívola, inconsciente, que realizáramos tantos esfuerzos?
Y un poco cansados por el paseo de nuestra casa a la Biblioteca, nos hemos dejado caer en un sillón y hemos sacado de nuestro bolsillo nuestro periódico. Y de pronto oímos a nuestras espaldas algo así como un resoplido tenue de una lechuza, pero en la Biblioteca no existían siniestras aves agoreras; esto ha sido indudablemente una ilusión nuestra. Y continuamos nuestra lectura. De nuevo el suave y misterioso resoplido suena a nuestras espaldas, y ya ahora, intrigados, alarmados, volvemos la cabeza. Es que nos llamaba un señor ante una mesa. Le miramos absortos perpejos. y él, lentamente, agradablemente, nos lanza estas palabras:
-No se puede leer.
Y ahora sí que sentimos una honda, una inmensa estupefacción. ¿En una Biblioteca no se puede leer? ¿En un lugar hecho para leer no se puede leer? ¿Hay algo en el mundo más sorpredente, más inaudita, más gigantesca paradoja? Transcurre un breve momento en el que nos hallamos sin noción del mundo, ni de tiempo, ni del espacio.
-No se puede leer periódicos aquí -repite con la misma cortesía este señor afable.
Y entonces, ya repuestos de nuestro asombro, no sabemos si descansar allí un momento sin leer nada (si es que esto tampoco es permitido); y al fin nos levantamos y, cansados, mohínos, emprendemos la larga travesía lentamente, con nuestro paraguas y nuestros chanclos.
¿Porque sentís, hombres decontentadizos, esta ligera aversión hacia la Biblioteca?".
(ABC, 3 de octubre de 1905).
Respuesta de un bibliotecario a Azorín
El artículo de Azorín en ABC no dejó indiferentes a los bibliotecarios y la prueba está en el manuscrito 12970/2 de la Biblioteca Nacional títulado “Diálogo en verso o composición poética dirigida al incógnito Azorín” (1905). Su autor es un mediocre redactor de devocionarios, archivero, bibliotecario y arqueólogo interino llamado Bernardino Martín Mínguez. En el texto transcrito a continuación parodia el anterior artículo de Azorín con alambicados y pseudo culteranos ripios satíricos de dudoso gusto: un episodio más de la “batalla campal de perros y lobos”.
La delectación pura que ha de busca el lector se marchita entre las adustas paredes de las bibliotecas. |
En la Biblioteca Nacional . Composición poética de D. Bernardino Martín Mínguez. 4 hojas. Madrid, 4 de octubre de 1905.
Al incógnito Azorín.
BIBLIOTECARIO: ¿Caballero?
AZORÍN: ¿Cómo? ¿Qué?
¿No me conoces, guardián?
BIBLIOTECARIO: Otros te conocerán.
En la casa no lo sé.
La papeleta
AZORÍN: ¿A qué fin?
BIBLIOTECARIO: Y la pinza
AZORÍN: No la quiero
BIBLIOTECARIO: Pase el señor extranjero
con chanclas y paraguín
BIBLIOTECARIO Es hombre de media vista.
El monóculo lo prueba.
Seguramente que lleva
Al andar tuerta la pista .
¡Salas con vítreos sombreros!
¡Estantes todos paveros!
¡Hombres con cara de frío!
Los abordo ¿No me veis?
¿No barruntáis mi geniazo?
BIBLIOTECARIO: Y la pinza ¿la teneis?
¿Dónde está la papeleta?
AZORÍN: No soy quinto
BIBLIOTECARIO: ¿Es general?
AZORÍN: Soy un hombre intelectual
de modernista coleta
BIBLIOTECARIO: Pues por aquí no se avanza
sin llenar los requisitos
muy sabiamente prescritos
por la muy sabia ordenanza
AZORÍN: Entraréme en la otra sala.
BIBLIOTECARIO: Adelante, cuando quiera.
AZORÍN: Entraré; en mi faltriquera,
Traigo diarios de gala
y hecho carga de un sillón.
De periódicos tirando
los iba monoculando
y recibió un escrutón
AZORÍN: ¿Quién me escruta?
BIBLIOTECARIO:
El Reglamento
¿Busca incunables o raros?
Volved a provisionaros
De la pinza; no hay asiento
para el que la ley no acata
AZORÍN: Es que soy…
BIBLIOTECARIO: No lo dudo.
SOLO DE AZORÍN:
La verdad, salgo mohíno
¡¡No me conocen aquí!!
¡¡¡Yo un Genio me creí!!!
¡¡¡Y es chancloso mi destino!!!
Lo contrario intentaré.
Soy de tronco de geniazos.
Dispararé mis bombazos
en mi catón ABC.
Y confesarán las gentes
que cuando Azorín chanclea
a la vez que paragüea
no mean pizca las fuentes
Bernardino Martín Minguez
Madrid, 4 de octubre de 1905.
(Biblioteca Nacional, manuscrito 12970/2)
Autógrafo de Azorín |
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