Como Pierre Legrain, Rose Adler (París 1890- 1959) era una conocida decoradora de interiores en el París de entreguerras. Para saber de sus gustos, miremos su apartamento de la calle Cardinet, donde recibía a Miró, Lurçat, Vieira da Silva, Bauchat y Marie Laurencin, pero también a Picabia, Man Ray, Éluard, Arp, Chagall y Hajdu. Rose Adler se formó como encuadernadora, entre 1917 y 1925, en París, en la Escuela de Arte Decorativo de la Villa Malesherbes, en la calle Beethoven, con André Legrand, antes de que Jacques Doucet (1853-1929) la protegiera con su amistad encargándole la encuadernación de los libros y manuscritos de su Biblioteca Literaria, para la que también trabajó Legrain ¡Tándem inimitable, Legrain y Adler, figuras votivas del déco francés! Al fondo, siempre Doucet, personaje capital en la encuadernación francesa porque dio cohesión a algo que, en principio, sólo tenía un centro -su buen gusto- y logró que este centro ejerciese sobre sus satélites una atracción simpática más fuerte que la envidia, más poderosa que el orgullo y más eficiente que las negaciones disgregadoras. La encuadernación era la bisagra de un tejido de referencias a objetos bellos: cuadros, bibelots, esculturas, muebles, manuscritos... . Doucet los reunió con paciencia construyendo un museo cuyos objetos destinó al disfrute universal y distinguió en ellos el valor artístico del meramente venal; valoró, a veces sobrevaloró, lo que la mayoría consideraba bagatela o artefacto accesorio. Cuando, en 1916, empezó a reunir, con la ayuda de André Suarès, su Biblioteca Literaria, quiso que todo este material (manuscritos de escritores del siglo XX) fuera encuadernado por los mejores. Había conocido a Rose Adler en 1923 en la exposición de la Sociedad de Artistas Decoradores. La bagatela de calidad encuadernada o enfundada en una caja de Rose Adler acababa por integrarse con otros muchos objetos en un espacio interior ideal que Francis Picabia describió "un espacio de ensueño". Los "amigos encuadernados" de Doucet se codeaban con los muebles de Iribe en el Salón de la Avenue du Bois, en el estudio de la rue Saint James, de cuyas paredes pendían dos arlequines de Picasso, unas flores de Vuillard, una naturaleza muerta de Cézanne, una naturaleza muerta de Matisse, una Paule Gobillard de Morisot y una rosa dentro de un florero pintada por Marie Llaurencin. Pintura y poesía encuadernadas, signos de la analogía universal. Jacques Doucet, el antiguo costurero de la sociedad proustiniana que amaba las bellas encuadernaciones por el mismo motivo por el que deseaba los marcos apropiados para sus cuadros, encarga a Rose Adler cajas japoneses de fibras de madera y guarda dentro de ellas sus manuscritos de Radiguet y Roussel, las reliquias autógrafas de Paul Claudel, André Gide, Francis Jammes, André Suarès, Guillaume Apollinaire, Pierre Louÿs, Antonin Artaud y Paul Valéry.
En1929, tras la muerte de su mecenas, Adler entra a formar parte de la Union de los Artistas Modernos (U. A .M.), donde conoce a Jacques Andrée, en Bruselas a Madame Solvay y en Ginebra a Edmé Maus. La encuadernadora parisina es una gran viajera, simpatizante del Frente Popular y propagandista de la encuadernación francesa en la exposiciones europeas. Amiga de René Herbst, de los libreros Jean Hugues y Pierre Berès, en 1949 conoce al editor Pierre-André Benoît, PAB, cuyos minuscules iluminados por Picasso, Survage, Vieira da Silva y Miró encuaderna. En estos años de posguerra, Rose Adler actualiza la gramática déco de los años 20 y 30 a los nuevos tiempos adaptándose a las correspondencia texto-redorado que pedían las ediciones surrealistas en boga, y en esta reinserción, a más de la influencia de PAB y Paul Bonet, desempeñó un papel crucial Jean Hugues, quien le dio a encuadernar los libros de René Char, entre ellos Hojas de Hipnos. "Su encuadernación -le escribe el poeta provenzal- consigue consolarme de la fealdad de nuestro días. La amistad, la Aurora, serán nuestros únicos consuelos".
Las decoraciones de Rose Adler para encudernaciones están llenas de formas geométricas simples en las que ella juega sutilmente con los colores, usa materiales inéditos en encuadernación: cabujones de lapislázuli, galatita, baquelita, fibras de madera, perlas, materias plásticas y cueros exóticos, pero la materia –escribe– “no es indispensable que sea preciosa en sí misma, el oficio puede volverla preciosa”. Emplea el dorado con gran contención, ama los suaves becerros de Cap y los tornasolados nácares laqueados. Los colores nunca desentonan, la materia gravita, los confetis se diseminan, una especie de manchas de tinta que, al caer, toman forma de lirio o de pájaro. El polvo de oro se desintegra formando granos diminutos. El espacio se atomiza, los puntos dorados se vuelven nubes, anillos decrecientes, espirales enroscados...
Rose Adler amaba los contrastes cromáticos, los enjambres de luminosidades y las espirales que se enroscan. Nada en sus diseños es estático. Todo rezuma sensualidad. Los ornamentos depuran las sobrecargas y esquivan los preciosismos. Escribe en su diario el 7 de enero de 1948: "Hay que saber amputar la propia imaginación, reducirla a su expresión más sencilla. Decir lo más con lo menos, alcanzar la máxima elocuencia con el mínimo de medios no es más sencillo con los colores y las líneas que con las palabras. Hay que rechazar lo inútil, lo que molesta y no aporta un elemento de facilidad y de encomía de nuestras fuerzas". "El sello de la perennidad es una recompensa que se da, creo, a quien trabaja con escrúpulo y honestidad"
La belleza deletérea de las encuadernaciones de Rose Adler es el resultado de una laboriosa elaboración de la mano y la conclusión de una lenta maduración de los sentidos. La volumetría de estos bibelots encuadernados que son algunos de sus libros inaugura una nueva verosimilitud estética: la encuadernación metamorfosea el libro en realidad intangible y puede que intransferible. Dominio absoluto de la Forma que en Adler coincidía con un deseo simbiótico de perfección capaz de enunciar la perennidad de un pensamiento mutante que implicaba dispersión, genio multiforme y lo exótico. Todas estas expresiones y acepciones de lo diverso no entorpecen el rigor en la creación: los colores y los motivos han sido domeñados por una Forma que, como sentenció Kruchenykh en 1913, “dicta el contenido”.
–
Las decoraciones de Rose Adler para encudernaciones están llenas de formas geométricas simples en las que ella juega sutilmente con los colores, usa materiales inéditos en encuadernación: cabujones de lapislázuli, galatita, baquelita, fibras de madera, perlas, materias plásticas y cueros exóticos, pero la materia –escribe– “no es indispensable que sea preciosa en sí misma, el oficio puede volverla preciosa”. Emplea el dorado con gran contención, ama los suaves becerros de Cap y los tornasolados nácares laqueados. Los colores nunca desentonan, la materia gravita, los confetis se diseminan, una especie de manchas de tinta que, al caer, toman forma de lirio o de pájaro. El polvo de oro se desintegra formando granos diminutos. El espacio se atomiza, los puntos dorados se vuelven nubes, anillos decrecientes, espirales enroscados...
Rose Adler amaba los contrastes cromáticos, los enjambres de luminosidades y las espirales que se enroscan. Nada en sus diseños es estático. Todo rezuma sensualidad. Los ornamentos depuran las sobrecargas y esquivan los preciosismos. Escribe en su diario el 7 de enero de 1948: "Hay que saber amputar la propia imaginación, reducirla a su expresión más sencilla. Decir lo más con lo menos, alcanzar la máxima elocuencia con el mínimo de medios no es más sencillo con los colores y las líneas que con las palabras. Hay que rechazar lo inútil, lo que molesta y no aporta un elemento de facilidad y de encomía de nuestras fuerzas". "El sello de la perennidad es una recompensa que se da, creo, a quien trabaja con escrúpulo y honestidad"
La belleza deletérea de las encuadernaciones de Rose Adler es el resultado de una laboriosa elaboración de la mano y la conclusión de una lenta maduración de los sentidos. La volumetría de estos bibelots encuadernados que son algunos de sus libros inaugura una nueva verosimilitud estética: la encuadernación metamorfosea el libro en realidad intangible y puede que intransferible. Dominio absoluto de la Forma que en Adler coincidía con un deseo simbiótico de perfección capaz de enunciar la perennidad de un pensamiento mutante que implicaba dispersión, genio multiforme y lo exótico. Todas estas expresiones y acepciones de lo diverso no entorpecen el rigor en la creación: los colores y los motivos han sido domeñados por una Forma que, como sentenció Kruchenykh en 1913, “dicta el contenido”.
[1] Luigi Magarotto, L´esotismo de Iliá Zdanévich”, Storia e teoría dell´avanguardia georgiana (1914-1924).
Buen articulo, me ha interesado mucho el diseño gráfico y me han recomendado mucho estudiar en esta web https://titulofp.es/fp-dise%C3%B1o-y-producci%C3%B3n-editorial-cu fp diseño y producción editorial pero no sé si será el mejor centro, lo conocen?
ResponderEliminar